Lado B
Apocalipsis II: la renuncia a la Ética
Vivimos hoy en una cultura que ha estetizado la vida según los criterios de la industria de la moda y el consumo y ha dejado fuera cualquier consideración de carácter ético
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
02 de febrero, 2021
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“Los fundamentos de la ética están en crisis en el mundo occidental. Dios está ausente. La ley fue desacralizada. El superego social ya no se impone incondicionalmente y, en algunos casos, también está ausente. El sentido de responsabilidad se reduce; el sentido de solidaridad, se debilita…Estamos, de ahora en adelante,  predestinados a lo que Pierre Legendre llama el “self-service” normativo”, en el que podemos escoger nuestros valores”.

Edgar Morin. Método VI. Ética, p. 27.

 

En la entrega de la semana pasada de esta Educación personalizante abordé, bajo el título de Apocalipsis I, el tema de la renuncia a la inteligencia. Quien no lo haya leído y desee hacerlo, puede encontrarlo aquí

En ese texto sostenía que, contrario a lo que piensa mucha gente entre ella mis hijas respecto a que estamos en un riesgo enorme de autodestrucción de la vida el planeta debida al calentamiento global. y a la destrucción ecológica en general, yo pienso que la verdadera decadencia que está generando, entre otras cosas, esta crisis ecológica es la renuncia de la especie humana al cultivo, desarrollo y aplicación de la inteligencia entendida como la capacidad para comprender y conocer la realidad y resolver los problemas que ella nos plantea.

Esta semana voy a abordar la segunda parte de este escenario apocalíptico que titulo, para que sea más comprensible para todos, la renuncia a la Ética. Sin embargo, si lo entendemos desde la perspectiva del pensamiento de Lonergan, que como bien saben ha guiado centralmente mi reflexión e investigación sobre lo educativo, se trata de la renuncia a otra dimensión de la inteligencia.

Porque lo que abordé la semana pasada tenía que ver con el desarrollo y la enseñanza del conocimiento, que para Lonergan tiene que ver con la inteligencia directa e inversa y con la inteligencia refleja, es decir, con la comprensión de las relaciones entre los datos y con la reflexión crítica que nos hace preguntarnos por la realidad de las cosas comprendidas y llegar a juicios de hecho que afirman o niegan su veracidad, su existencia en la realidad

Pero la dimensión ética del ser humano es otra forma de inteligencia a la que Lonergan llama inteligencia práctica, y que algunos de los estudiosos de su obra denominan inteligencia deliberativa. Se trata de la inteligencia que se pregunta por el valor de las cosas con relación a la vida humana personal, social y planetaria y llega a aprehender ese valor para idealmente convertirlo en la base de la toma de decisiones, en la guía de las acciones.

Como afirma Edgar Morin en su volumen sexto del Método, dedicado a la Ética, los fundamentos mismos de la ética están en crisis en nuestro mundo occidental y yo creo que igualmente en el oriental, que ha adoptado mucho de la crisis occidental de la cultura del descarte en las décadas recientes—; ya que Dios está ausente de la cultura, la ley ha sido desacralizada y las democracias se encuentran seriamente amenazadas, ya no existe un super ego social que se imponga de manera general y con todo ello el sentido de responsabilidad se reduce y el sentido de la solidaridad se debilita. 

La cita de Morin cierra con una afirmación que yo pienso que fue cierta en el primer momento de lo que llamamos la cultura posmoderna en la que el relativismo que se impuso en lo intelectual ante la desilusión de la razón y la falsa noción de objetividad modernas, se fue también trasladando al ámbito de lo moral o lo ético derivando en un relativismo que llegó a lo que el padre del pensamiento complejo citando a Legendre llama el “self-service normativo” en el que como en el supermercado los seres humanos podían escoger sus valores según sus deseos y conveniencias subjetivas.

La renuncia a la ética, que nos tiene en este camino hacia la autodestrucción, fue más allá del relativismo moral y llegó a olvidar, a dejar de lado por completo la ética y a poner en su lugar a la estética. Vivimos hoy en una cultura que ha estetizado la vida según los criterios de la industria de la moda y el consumo y ha dejado fuera de las decisiones humanas cualquier consideración de carácter ético.

En este mismo volumen de su Método, el pensador planetario señala que esta crisis de fundamentos éticos es al mismo tiempo producida y productora de varios fenómenos que hoy en día estamos presenciando a nivel mundial.

El primero de ellos es el aumento del deterioro del tejido social en muchos campos. Por todas partes vemos hoy sociedades altamente polarizadas y divididas, fragmentación y conflicto entre grupos sociales distintos por razones de raza, condición económica —lo que Adela Cortina llama «aporofobia» y que ya hemos tratado en este espacio—, ideología política, religión, costumbres y cualquier otra cosa que se nos pueda ocurrir. Muchas sociedades viven al borde de la guerra civil por este deterioro del tejido social, que en México no es la excepción, y si bien no se produjo en este sexenio, sí se ha incentivado de manera intencional con fines político electorales.

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Un segundo elemento causante de y causado por la crisis de fundamentos éticos es el debilitamiento del espíritu de cada persona, la virtual desaparición del espíritu comunitario y de la ley colectiva. En muchas partes del mundo estamos viendo —reforzada ahora por la pandemia— una enorme desmoralización de los individuos que viven en condiciones de depresión, ansiedad y falta de motivación y sentido para su vida y en el nivel social y colectivo en una falta muy evidente de solidaridad, de empatía con el otro y de respeto a la ley que debería ser la garantía de una convivencia social pacífica.

Un tercer elemento producto y productor de la renuncia a la ética es la disolución de la responsabilidad de las personas que dirigen y gobiernan a las instituciones públicas y privadas en una “compartimentación y en la burocratización de las organizaciones y empresas”, según señala Morin.

Por otra parte hay un hiperdesenvolvimiento del espíritu egocéntrico —lo que algunos llaman el gen egoísta— y una evidente disminución y casi desaparición del principio altruista, también presente en todo organismo vivo— que lleva a sociedades hipercompetitivas en las que impera la ley del “sálvese quien pueda” y “si no pisas a los demás, los demás te van a pisar a ti”.

Se vive también una desarticulación completa entre el individuo y la especie humana que se manifiesta en la falta de conciencia ecológica y de responsabilidad con la naturaleza de la que formamos parte y somos responsables.

Finalmente, Morin señala una visión cada vez más exterior de la sociedad por parte de los individuos, como si no formaran parte de ella ni tuvieran responsabilidad en su desarrollo y una desmoralización —bajo deseo de vivir humanamente— que se manifiesta en el anonimato de la sociedad de masas que caracteriza al capitalismo global y a lo que el Papa Francisco llama “cultura del descarte”, con una avalancha de información mediática que se convierte en verdadera pandemia —infodemia— que promueve la hipervalorización del dinero.

La característica que puede sintetizar muchas de estas manifestaciones de la crisis de fundamentos éticos que se vive hoy en el mundo es el “…desenvolvimiento del individualismo…” que “conduce al nihilismo que produce sufrimiento” (p. 28).

El y la docente de hoy tiene que enfrentar un horizonte con estas características. Una especie de tiempo apocalíptico en el que parece que en los hechos hemos renunciado a la inteligencia y también a la ética con la consecuente incapacidad para resolver los problemas del mundo actual y el sufrimiento derivado de la enorme desmoralización ante la aparente falta de opciones de sentido.

Una auténtica educación personalizante tendría que empezar por formar a los educadores del presente y el futuro con las herramientas teóricas y prácticas y el compromiso vocacional necesario para enfrentar esta doble renuncia. Pero además de este cambio en la formación de los educadores, se tendría también que luchar sistemáticamente por cambiar el paradigma de estructura organizacional del sistema educativo que está reforzando la renuncia a la inteligencia y a la ética —aunque en el discurso afirme lo contrario y reparta manuales didácticos y guías éticas— para convertirlo en un sistema educativo a la altura que estos tiempos necesitan.

 

*Foto de portada: mhouge | Pixabay

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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