Otro tiempo vendrá distinto a éste. / Y alguien dirá: / «Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias: / violines estirándose indolentes / en una noche densa de perfumes, / bellas palabras calificativas/ para expresar amor ilimitado, / amor al fin sobre las cosas / todas».i
Hace tiempo -tres años ya- usé este poema de uno de mis poetas favoritos, el español Ángel González como parte de una sección de otra Educación Personalizante sobre la violencia contra los jóvenes en nuestro país a raíz del asesinato de un grupo de estudiantes de Medicina de la UPAEP y la BUAP, pero creo que viene al caso volver a recurrir a él para escribir estas líneas a manera de despedida del año, de mensaje de esperanza pesimista o pesimismo esperanzado, como gusten verlo.
Lo lamento mucho pero no voy a escribir una columna dulce, optimista y plagada de buenos deseos y lugares comunes de ésas que abundan en estas épocas e inundan las redes sociales, los diarios, los programas de radio y televisión y las conversaciones y reuniones de fin de año en las familias y en las instituciones.
Como profesional de la esperanza, que es lo que muchas veces he dicho que somos quienes nos dedicamos a la educación, sigo teniendo la convicción profunda de que lo que hago, lo que hacemos, tiene sentido sin importar el resultado -como dice Hável- o mejor dicho, sin importar que sembremos hoy y no veamos el resultado en nuestro corto plazo de vida.
Continúo pensando y sintiendo, sentipensando, que vale la pena entregar la vida, desgastar mi vida en promover probabilidades emergentes de desarrollo auténticamente humano en las nuevas generaciones y en tratar de ir cambiando a las personas que van a cambiar el mundo, como afirmaba el gran pedagogo Paulo Freire, tan manoseaado y manipulado hoy ideológicamente.
Sé, más por convicción, fé e intuición que por evidencia empírica, que vendrán otros tiempos mejores -no perfectos, siempre con retos, injusticias, males y exclusiones, pero mejores- en los que habrá mejores condiciones para que quepamos todos en este planeta y en el que nos reconozcamos todos y construyamos poco a poco unidad en la diversidad, pluralidad en la unidad desde nuestra común identidad planetaria.
Sé que ese tiempo será distinto, ojalá mejor que el que hoy vivimos, marcado por la sangre física de los asesinatos y “ejecuciones” cotidianas y por la sangre simbólica de todos los marginados, los pobres, los que claman justicia y reconocimiento de su dignidad humana, de los que no entienden y hoy afortunadamente exigen reconocimiento igualitario a pesar de ser diferentes en pensamiento, creencia, preferencia o forma de vivir.
Sé también que ese tiempo vendrá con un juicio que me dirá que hablé mal, que pude o debí haber contado otras historias o las mismas historias de otra manera, que pude haber dado más, entregado más, desgastado mis días con más provecho y sentido para los demás y con los demás. Sé y espero tener la apertura para reconocerlo, que esos nuevos tiempos me exigirán autocrítica y humildad para saber que aunque lo di todo, no di todo lo que pude haber dado para humanizar un poco este mundo.
Además de eso, sé que esos tiempos nuevos implicarán que poco a poco vaya yo haciendo mutis, saliendo discretamente del escenario y dejando los reflectores a otros, a las nuevas generaciones que me producen hoy al mismo tiempo desazón, confusión, alegría y esperanza.
Pero hoy, / cuando es la luz del alba / como la espuma sucia / de un día anticipadamente inútil, / estoy aquí, / insomne, fatigado, velando / mis armas derrotadas, / y canto / todo lo que perdí: por lo que muero.
Pero hoy, cuando estoy aquí muchas veces insomne y fatigado, pensando que el día o los días fueron inútiles y que lo que doy no es bien recibido y que lo que siembro no produce frutos, o al menos no los frutos que yo desearía, los que creo que serían necesarios para que la realidad necia y cruel vaya mejorando aunque sea un milímetro, hoy a veces me siento derrotado, con mis armas destruidas u obsoletas.
Hoy que veo y escucho a diario noticias sobre enfrentamientos armados, asesinatos, feminicidios, pobreza, hambre, desigualdad, ostentación que abofetea a la carencia, amarillismo que opaca la verdad, demagogia que impone “otros datos” que no son sino mentiras, corrupción disfrazada de honestidad que a pesar de las evidencias cada vez más contundentes se niega, transformaciones que fueron sólo ocurrencias y simulaciones, hoy siento que el bien va perdiendo la batalla.
Pero ahora, aquí, empezando un año electoral que nos presenta un universo de opciones degradadas en las que no solamente no se podrá elegir al o la mejor sino que ni siquiera se tendrá la oportunidad de votar por el o la menos peor porque literalmente no hay opciones en una clase política que sigue aferrada a los viejos usos y costumbres y cambia solamente de color y maquillaje pero sigue en el fondo siendo igual, me sumo a la desmoralización de muchos mexicanos que queriendo un país mejor, ven como horizonte solamente la concreción del dicho: “estábamos mejor cuando estábamos peor”.
Aquí y ahora, donde siguiendo a Sabina, ser valiente sigue saliendo muy caro y ser cobarde y acomodaticio sigue valiendo la pena, el escenario de la Navidad y del Año nuevo no es nada alentador, nada que me anime a festejar, a soñar, a hacer propósitos de mejoría, de cambio, porque en el fondo sé que aunque yo me proponga cambiar, en lo estructural y en nuestra cultura distorsionada que alaba lo deshumanizante y se burla de lo humanizante, nada o muy poco va a cambiar.
Pero hoy, cuando “la espuma sucia” sigue empañando el ambiente económico, político, cultural, educativo, social y espiritual, siento el impulso de cantar a todo lo que perdí, a todo aquello por lo que muero hora tras hora y día tras días.
Hoy que como decía Monsiváis: “ya no entiendo lo que pasa o ya pasó lo que estaba entendiendo”, siento muchas veces el reflejo de bajar los brazos y claudicar, de decir que olviden todo lo que he escrito y enseñado en las aulas y dicho en mis conferencias y tratado de testificar con mi vida.
Y sin embargo, la terca esperanza no me abandona, la convicción de que la humanidad es nuestro compromiso ético como educadores y como ciudadanos no me deja rendirme y sentirme en paz. A pesar de la desolación que nos inunda, sigo sintiendo el llamado a esperar, a trabajar por una humanidad más humana, a continuar desgastando mi vida para que otros tengan una mejor vida, una vida que pueda llamarse humana.
Otros tiempos vendrán y a pesar de toda las evidencias, lo sigo creyendo y les sigo invitando a creerlo y a esforzarse por celebrarlo, comunicarlo y vivirlo. Muchas felicidades.
EL PEPO