Para Ximena, José Antonio, Francisco, Josué Emmanuel
y todas las víctimas de la violencia.
Fueron veintidós, dice la crónica.
Diecisiete varones, tres mujeres,
dos niños de miradas aleladas,
sesenta y tres disparos, cuatro credos,
tres maldiciones hondas, apagadas,
cuarenta y cuatro pies con sus zapatos,
cuarenta y cuatro manos desarmadas,
un solo miedo, un odio que crepita,
y un millar de silencios extendiendo
sus vendas sobre el alma mutilada.
Piedad Bonett. Cuestión de estadística.
El salón de clase se queda en silencio por unos segundos, un silencio denso pero no pesado sino profundo, como un instante de preparación para disponer el espíritu y poder compartir los sentimientos en un lugar que pocas veces se presta para poner en común la vida, aunque pomposamente se diga en los discursos, que es el lugar en el que se prepara para la vida.
Han sido días muy intensos para la comunidad universitaria de la UPAEP. El lunes nos sacudió la noticia del asesinato de Ximena y José Antonio, dos estudiantes de medicina de origen colombiano que estaban de intercambio en la universidad y cuyos cuerpos fueron encontrados en el municipio de Huejotzingo junto con los de Francisco, estudiante de medicina también, pero de la BUAP y el conductor de Uber que los transportaba.
El martes por la mañana los estudiantes de esta carrera en ambas universidades organizaron una manifestación que reunió a más de seis mil compañeros para exigir al gobierno estatal justicia y seguridad. El miércoles los estudiantes cerraron la Facultad de Medicina de la BUAP y los edificios de la UPAEP, suspendiendo las actividades como una muestra de protesta y una exigencia a las autoridades de ambas instituciones para expresar con mayor contundencia su duelo y la exigencia de justicia para resolver el caso de la muerte de sus compañeros.
Es jueves hacia el medio día y en la clase abro el espacio para recoger los pensamientos y los sentimientos de mi grupo respecto a esto que hemos estado viviendo como comunidad. Todas –salvo un compañero, el grupo es mayoritariamente femenino- responden con gran espontaneidad y con total sinceridad abren su corazón a sus compañeras y compañero. El común denominador es el miedo y el sentimiento de impotencia frente a una realidad de violencia que algunas de las alumnas foráneas habían vivido en sus lugares de origen pero pensaban que no iba a alcanzarnos en Puebla.
Miedo, indignación, frustración, impotencia y empatía con las víctimas aunque no las conocieron directamente, con sus familiares que dieron ejemplo de entereza y testimonio de amor en sus mensajes públicos durante esos días y además una gran solidaridad entre compañeras y compañero para hacer saber unos a otros que están dispuestos a apoyarles si llegaran a vivir una situación de riesgo.
Un solo miedo, un rechazo total al odio que crepita y un grito que busca parar los millares de silencios que han extendido sus vendas sobre el alma mutilada de nuestra sociedad.
Haz como si los cuerpos que bajan por el río
con gallinazos
no fueran de nadie
hija mía.
Como si el ruido de cráneos en las fosas
se pareciera al silencio
que hay en el silencio
hijo mío.
Como si lo que pasa
día a día
no pasara.
Néstor Raúl Correa. El crecimiento del vacío.
Lo que estas jóvenes expresan en el aula y lo que el movimiento estudiantil #NiUnaBataMenos reclama, es que debería cesar esta aparente y absurda normalidad que nos ha hecho ver el creciente e inaceptable número de muertes violentas como parte de la vida cotidiana y nos ha llevado a ver a las víctimas como si fueran nadie. Mis estudiantes afirman que han caído en la cuenta de que lo que le pasó a estos compañeros le puede pasar a cualquiera y en cualquier esquina o en un taxi o en una combi o mientras compran en una tienda o conviven en un restaurante o bar de la ciudad.
Esta ha sido como la gota que derrama el vaso de la indiferencia y la inacción colectiva, el detonador de una acción organizada para que paremos esta dinámica en la que hacemos como si lo que pasa día a día, no pasara.
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias…
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Ángel González. Otro tiempo vendrá.
Lo que los jóvenes organizados en esta protesta con propuesta nos están enseñando, en una especie de curso intensivo de ciudadanía, es que es posible que venga otro tiempo distinto a este, otro tiempo en el que podamos contar otras historias más fraternas, pacíficas y dignas de nuestro deseo de vivir humanamente.
Lo que nos está enseñando el movimiento estudiantil que crece cada día es que para lograr convocar a otro tiempo, para construir ese otro tiempo distinto a este, necesitamos hoy velar nuestras armas derrotadas y cantar todo lo que perdimos, todo aquello por lo que estamos muriendo o mejor dicho, por lo que nos están matando y sobre todo, están matando a nuestros jóvenes y a las niñas y a las mujeres de este país.
Otro tiempo vendrá, distinto a este pero tenemos que construir las condiciones para que venga, para que sea propicia su llegada. Para ello necesitamos aprender de los jóvenes que nos están dando una lección de participación ciudadana responsable, crítica y pacífica.
Ojalá podamos aprender este mensaje educativo de nuestros jóvenes y valorar su ejemplo para sumarnos a este grito de hartazgo y a esta necesidad de proponer alternativas a la violencia.
Ojalá logremos que algún día, “…la paz /con su paloma blanca/ se pose para siempre/ en nuestro suelo/ y en lugar de pesares/ y de angustias/ florezca, radiante/ la esperanza…”
*Foto de portada: Marlene Martínez