Lado B
Aporofobia, educación incluyente y democracia
La sociedad moderna, dice con razón Cortina, padece una grave epidemia que no es propiamente de carácter étnico, cultural, religioso, sexual o ideológico sino económico. Se trata de la generalizada tendencia a excluir al pobre
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
13 de junio, 2018
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Foto: Leticia Ánimas | Radio Expresión

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Ciertamente, la historia humana consiste, al menos en cierta medida, en ir poniendo nombres a las cosas para incorporarlas al mundo humano del diálogo, la conciencia y la reflexión, al ser de la palabra y la escritura, sin las que esas cosas no son parte nuestra. Sobre todo, porque las casas de barro y cañabrava y las piedras pulidas del río pueden señalarse con el dedo, pero ¿cómo mencionar las realidades personales y sociales para poder reconocerlas, si no tienen un cuerpo físico?”

Adela Cortina. Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia, p. 17.

Indudablemente para que algo adquiera plena existencia es necesario nombrarlo, identificarlo con una palabra que lo describa. Porque a los objetos materiales que no tienen nombre los podemos señalar con el dedo, pero a las realidades humanas, personales o sociales no podríamos reconocerlas si no tienen nombre porque es imposible señalarlas físicamente.

Por esto es muy relevante la aportación que ha hecho recientemente la gran filósofa valenciana Adela Cortina quien ha acuñado el término Aporofobia para referirse al rechazo a los pobres que se vive con especial intensidad en la sociedad contemporánea del mercado global.

La sociedad moderna, dice con razón Cortina, padece una grave epidemia que no es propiamente de carácter étnico, cultural, religioso, sexual o ideológico sino económico. Se trata de la generalizada tendencia a excluir al pobre.

“Es el pobre, el áporos, el que molesta, incluso el de la propia familia, porque se vive al pariente pobre como una vergüenza que no conviene airear, mientras que es un placer presumir del pariente triunfador, bien situado en el mundo académico, político, artístico o en el de los negocios. Es la fobia hacia el pobre la que lleva a rechazar a las personas, a las razas y a aquellas etnias que habitualmente no tienen recursos y, por lo tanto, no pueden ofrecer nada, o parece que no pueden hacerlo”.

Adela Cortina. Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia, p. 21.

Porque en nuestra sociedad actual, dice la gran pensadora, realmente no nos molesta que alguien sea de otra raza o que tenga ideas políticas opuestas a las nuestras, siempre y cuando tenga dinero. Tampoco nos da temor ni nos ofende que alguien profese una religión distinta a la propia o tenga costumbres y significados de la vida diferentes a los nuestros, mientras no sea pobre. Lo que realmente molesta en esta sociedad centrada en el consumo de cosas materiales es el pobre –el áporos-, es decir, el que no tiene recursos suficientes para participar en la fiesta del consumismo que es lo que significa hoy la vida para los grupos dominantes y los millones de personas que aspiran a vivir como ellos.

Como dice Cortina, se vive al pariente pobre como una vergüenza a la que hay que esconder mientras produce un gran orgullo un familiar que ha logrado una “posición socioeconómica destacada” a quien se considera un triunfador en este mundo competitivo, marcado por las marcas que se compran, se usan y se desechan.

En realidad no se rechaza, se teme o se excluye a otras etnias, culturas o grupos sociales por ser distintas sino por no contar con los elementos materiales para consumir al mismo nivel que lo hacemos nosotros.

En un mundo en el que las personas se conciben exclusivamente como homo economicus los seres humanos y los grupos que no tienen recursos económicos no pueden aportarnos nada.

“La aporofobia consiste, por tanto, en un sentimiento de miedo y en una actitud de rechazo al pobre, al sin medios, al desamparado. Tal sentimiento y tal actitud son adquiridos. La aporofobia se induce, se provoca, se aprende y se difunde a partir de relatos alarmistas y sensacionalistas que relacionan a las personas de escasos recursos con la delincuencia y con una supuesta amenaza a la estabilidad del sistema socioeconómico. Sin embargo, un análisis riguroso de los datos disponibles nos muestra que la mayor parte de la delincuencia, y la más peligrosa, no procede de los sectores pobres de la población, sino de mafias bien organizadas que controlan una inmensa cantidad de recursos. Y resulta tan sarcástico que se considere a los pobres como una amenaza al sistema socioeconómico como lo sería acusar a las víctimas de la violencia de ser los causantes de esa misma violencia”.

Emilio Martínez Navarro: “Aporofobia”, en: Jesús Conill (coord.): Glosario para una sociedad intercultural, p. 1.

Este rechazo al pobre, al sin medios, al desamparado que se refleja en diversas actitudes que van desde la negación hasta la denostación violenta –verbal o incluso física- pasando por la indiferencia, es algo que como afirma Emilio Martínez, se induce y se aprende. Esto es lo más grave de la aporofobia, que como todos los fenómenos humanos no surgen espontáneamente sino que tienen una relación directa con la manera en que nos educamos y educamos a las nuevas generaciones.

No nacemos aporofóbicos sino que nos convertimos en ello a partir de lo que nuestra familia, nuestra escuela y nuestra sociedad nos van enseñando día tras día, año tras año.

Resulta imposible negar que en nuestra época educamos a los niños y adolescentes en el temor y el rechazo al pobre porque partimos de la identificación de la pobreza con la delincuencia, la violencia, la agresión, la inmoralidad y el mal de la sociedad.

La familia, la escuela y los medios de comunicación van construyendo paulatinamente en las nuevas generaciones el temor y el rechazo a los pobres, el recelo ante el acercamiento de cualquier persona con apariencia de necesidad porque es un peligro potencial, un posible ladrón o secuestrador o simplemente una molestia, una agresión a nuestra cómoda tranquilidad.

“La aporofobia es un obstáculo en el camino que la humanidad ha emprendido desde hace milenios en pos de un mundo más habitable. Una convivencia intercultural no será posible ni localmente ni globalmente si no eliminamos en la medida de lo posible las actitudes aporófobas”.

Emilio Martínez Navarro: “Aporofobia”, en: Jesús Conill (coord.): Glosario para una sociedad intercultural, p. 5.

Si la riqueza lo es todo, la pobreza es la nada; si la riqueza es la felicidad, la pobreza es la total infelicidad; si la riqueza es la finalidad de la vida, la pobreza es el fracaso existencial; si la riqueza es la máxima bendición divina porque el dinero es dios, la pobreza es una maldición de la que todos debemos huir. Esta es la enseñanza fundamental que se plantea en términos sociales a los niños y adolescentes, matizada a veces con unas pinceladas de filantropía o de compasión superficial que mira a los pobres como seres inferiores y necesitados de nuestras limosnas.

Es muy rara y excepcional la escuela que busca y logra generar una sensibilidad social más profunda y un conocimiento sistemático de la estructura social injusta que regenera continuamente la pobreza, tratando de formar ciudadanos comprometidos realmente con la transformación social que trascienda las visiones románticas y sensibleras acerca de las personas que pertenecen a sectores desfavorecidos o excluidos de la sociedad.

Vivimos en una sociedad enferma de aporofobia que genera escuelas igualmente aporofóbicas.

El primer paso es nombrar las cosas que nos afectan. El segundo paso es comprometernos a cambiarlas. Ojalá tengamos la capacidad y el valor de combatir la aporofobia desde la escuela y la universidad. Este es el paso imprescindible si queremos construir una educación incluyente para una verdadera sociedad democrática.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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