Michelle Carrere
A dos semanas del derrame de petróleo en el mar peruano, en la playa Pocitos, en la Zona reservada de Ancón, aún arden los ojos y la piel cuando se camina cerca al roquerío ennegrecido por el hidrocarburo. Como un lodo pastoso, el crudo todavía cubre las piedras en la orilla y se cuela entre los recovecos ola tras ola.
Cientos de personas con mamelucos blancos, personal de las empresas contratadas por Repsol para limpiar las playas, quitan la arena empetrolada con palas y colocan almohadillas absorbentes en el agua intentando eliminar parte de los 11900 barriles de crudo vertidos, según el último informe entregado por el Ministerio del Ambiente. Pero esa imagen es reciente, aseguran funcionarios del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp), que desde el domingo 16 de enero, un día después de ocurrido el derrame, monitorean el impacto del desastre en esta área protegida. “Hasta el lunes (17 de enero) aquí no había nadie de la empresa”, asegura Deyvis Huamán, responsable de la Unidad de Monitoreo, Vigilancia y Control del Sernanp. Según su versión, que confirman otros funcionarios del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), la actividad de limpieza, tal cual se ve hoy, “apenas tiene un par de días”, nos dijo Huamán el último lunes mientras recorríamos la playa.
En su embarcación, Ramírez, más conocido como Mayumi, normalmente pasea a turistas, una actividad que intercala con la pesca. Hoy, sin posibilidad de realizar ninguno de sus dos oficios, transporta a científicos del Sernanp para que realicen el censo de animales muertos y manchados por petróleo, e intenten salvar la vida de las aves que flotan a la deriva sin poder volar.
El plan era recorrer la mayor parte de las islas que se agrupan frente a la bahía de Ancón, pero no fue posible. La tarde se fue en la isla Pescadores, recogiendo una después de otra las aves sin vida flotando en el mar.
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No hay suficientes bolsas negras donde meter los cadáveres. Los funcionarios del Sernanp han llevado unas 10, que es el número de aves que normalmente encuentran muertas cuando salen a censar a la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras. Esta vez son casi el doble los guanay y piqueros encontrados, y el veterinario del Sernanp, Giancarlo Inga Díaz, mete de a cuatro los cuerpos en los sacos de plástico.
“Son las especies más sensibles”, explica Roberto Gutiérrez, especialista del Sernanp. Para cazar sus presas, tanto los guanayes como los piqueros se sumergen en el mar como una flecha lanzada a toda velocidad y luego se quedan sobrevolando el océano antes de su siguiente embestida. Ese comportamiento, asegura Gutiérrez, hace que estas aves sean más propensas a entrar en contacto con el agua contaminada, lo que va cubriendo, de una sola vez o bien poco a poco, su cuerpo de petróleo hasta ya no poder abrir sus alas y quedar varadas, flotando en el mar, sin poder emprender vuelo.
Lo que viene luego es la muerte por inanición o por hipotermia. A causa de la contaminación, las plumas pierden su impermeabilidad, el cuerpo se moja al contacto con el agua y comienza a enfriarse. Pero también puede ocurrir exactamente lo contrario si es que las aves, en lugar de estar en el agua, están sobre la tierra. “La capa de petróleo bajo el sol comienza a calentarse”, explica Giancarlo Inga, lo que también puede terminar con la muerte del animal.
En unas cuantas horas los funcionarios del Sernanp recogieron 16 guanayes y 2 piqueros muertos. Todos tenían petróleo en su cuerpo y al interior del pico “lo que indica que murieron a causa del derrame”, señala Huamán. Otras tres fueron rescatadas aún vivas. Una de ellas, agonizante, murió poco después a bordo del barco. Una segunda, toda cubierta de una capa pastosa y negra, con lesiones de quemaduras alrededor de sus ojos producto del hidrocarburo y abriendo grande el pico como si quisiera tragar aire desesperadamente -señal de estrés dicen los expertos- permaneció casi inmóvil en la caja que la llevaría hasta la playa.
El destino de las sobrevivientes es el zoológico Parque de las Leyendas, en Lima, donde el Serfor, en coordinación con el parque, intentan rehabilitarlas para en un futuro reinsertarlas en la naturaleza. Hasta ahora, 147 especímenes de 10 especies diferentes, guanayes, piqueros y pingüinos, principalmente, han llegado hasta allí, sin embargo los efectos de la intoxicación, inanición y deshidratación ha acabado con muchos de estos animales y hoy solo quedan 79 vivos.
El procedimiento de limpieza no ocurre hasta cuatro o cinco días después. En una primera etapa las aves son evaluadas para saber exactamente su estado de salud, esto pasa por pesarlas y medir su temperatura, parte del protocolo que sigue el equipo de veterinarios conformado para atender la emergencia.
Mientras analiza el cuerpo de un cormorán para ver qué tan desprovisto está de su capa impermeabilizante, Luis Delgado, médico veterinario de la Universidad Ricardo Palma, explica que la temperatura normal de estas aves es de 40 o 41 grados. Muchas, sin embargo, llegan con temperaturas de 36 o 37 grados. El haber mojado sus plumaje no solo enfría sus cuerpos, sino que les impide buscar alimento por lo que llegan débiles y hasta en estado de inanición.
La segunda etapa es estabilizar a las aves. Las alimentan y abrigan para que recuperen su peso y su temperatura. Solo después pasan al tercer paso: la limpieza.
En las instalaciones del parque, un pingüino es manipulado por dos expertos que lo bañan con agua a presión. “No es un baño suave. Es bastante fuerte y debe ser así porque de lo contrario no sale el petróleo”, explica Lizette Bermúdez, coordinadora general del rescate. Ya lleva unos 30 minutos en esa función, mientras lo ponen de pie, lo ponen de un lado y del otro, le cogen las alas para lavar cada espacio de su cuerpo. Él espera resignado y aparentemente tranquilo, pero en realidad no lo está. “Cuando sometes a los animales a limpieza se estresan mucho”, explica Bermúdez. Tanto que incluso “podría ocasionarles la muerte”, asegura. Es por ello que la etapa anterior de estabilización es primordial porque le permite a los animales recuperar la fuerza necesaria para enfrentar el momento del baño.
EL PEPO