Lado B
Partidarios de vivir
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
11 de agosto, 2021
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Prefiero, querer a poder,
palpar a pisar,
ganar a perder,
besar a reñir,
bailar a desfilar
y disfrutar a medir.

Prefiero volar a correr,
hacer a pensar,
amar a querer,
tomar a pedir.
Antes que nada soy
partidario de vivir.

Joan Manuel Serrat. Cada loco con su tema.

Con estas líneas regresa la Educación personalizante después de un breve receso. Agradezco nuevamente el espacio que me sigue brindando LADO B desde su fundación hace ya una década y también a mis cinco lectores que cada miércoles leen las opiniones, reflexiones y propuestas que aparecen aquí semanalmente.

El reencuentro virtual con quienes leen esta columna se produce en un momento de tensión y contradicción respecto a la convivencia social en general y al campo de la educación en particular. Por una parte, el presidente López Obrador ha declarado que las escuelas se reabrirán para volver gradualmente a la presencialidad de la educación el próximo 30 de agosto (primer día del ciclo escolar 2021-2022) “llueva, truene o relampaguee”, mientras que, por otro lado, la llamada “tercera ola” de contagios de COVID-19 con la nueva variante Delta está marcando una muy lamentable tendencia al alza, al igual que el nuevo incremento de fallecimientos diarios.

En el nivel de la educación superior la situación es aún más incierta puesto que algunas universidades han anunciado que mantendrán el esquema de clases en línea durante todo el periodo Otoño 2021, mientras que muchas otras están ya iniciando el retorno de sus directivos y planta académica, preparando el regreso en modalidades híbrida y/o presencial de sus estudiantes.

Si revisamos la gran cantidad de análisis y artículos de opinión o de investigación que se han publicado en las últimas semanas, encontramos también una división de posturas, puesto que algunos columnistas o investigadores se pronuncian por la urgencia de la reapertura de las escuelas y el regreso —con las correspondientes medidas sanitarias de prevención—, desde el argumento válido de que se ha perdido mucho en términos de aprendizaje en el casi año y medio que las escuelas han estado cerradas; que nuestro país es el que ha tenido cerradas las escuelas el mayor número de días a nivel internacional y que no se justifica que haya otros espacios menos prioritarios que las escuelas como restaurantes, cines, bares, y hasta los llamados “antros” que estén operando aún con aforo reducido, mientras que las escuelas, que son esenciales para el futuro de la sociedad, continúen cerradas.

Mientras otros “opinólogos” e investigadores plantean el gran riesgo que implica reabrir las escuelas, con argumentos también válidos como el muy bajo porcentaje de mexicanos vacunados, el que los niños, adolescentes y jóvenes no han recibido las vacunas aunque los maestros ya estén protegidos, y el hecho de que la reapertura escolar implica un incremento muy grande en la movilidad social y la reactivación de muchas actividades económicas que giran en torno a la vida escolar, con el consecuente incremento de los riesgos en un momento que ha vuelto a ser crítico.

En mis redes sociales he compartido artículos inteligentes, interesantes y bien argumentados desde ambas posturas y algunos de mis seguidores o amigos me han hecho la pregunta: ¿Estás de acuerdo con que sea lo mejor la reapertura de las escuelas para no seguir perdiendo tiempos valiosos y casi imposibles de recuperar en la formación de los futuros ciudadanos? O bien: ¿Cuál es tu opinión respecto a la necesidad de reconsiderar la decisión del retorno a la educación presencial aún con los cuidados sanitarios pertinentes, dado que el riesgo del retorno puede ser más grave en términos de cantidad de enfermos y pérdida de vidas humanas?

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La verdad es que he dejado esas preguntas sin responder porque me siento incapaz de tomar una postura suficientemente sustentada al respecto. Creo que la complejidad del problema —y no me refiero a la dificultad, sino al enorme número de variables ligadas que hay que analizar para hacer un buen juicio al respecto— rebasan mi capacidad de análisis dado que no soy un profesional de la salud ni tampoco especialista en política educativa.

Mi campo, como lo saben quienes me han leído en estos espacios de opinión y en mis trabajos de investigación o aportación teórica y quienes han sido mis estudiantes, es el de la educación humanista —o personalizante, como le he llamado para distinguirla de las diversas posturas humanistas—, la ética en la educación y la formación en valores.

Desde estos ángulos que me han ocupado por tres décadas, puedo compartirles que vivo con intensidad y preocupación el enorme dilema ético que nos están presentando estos tiempos de crisis, cambios profundos y globalización excluyente que vivimos en el mundo que nos ha tocado como escenario para construirnos y aportar un pequeño grano de arena a la construcción de humanidad.

Porque la ética se basa en el deseo de vivir humanamente que es mucho más que sobrevivir. Somos la única especie que no vive para sobrevivir sino que sobrevive para vivir, dice Morin, lo que implica que además de las actividades que él llama prosaicas —las que necesitamos realizar para mantenernos con vida— la vida humana tiene una dimensión poética que tiene que ver con gozar la belleza, con vivir la amistad, con amar a los demás, con buscar la felicidad, la realización y la trascendencia.

Pero la vida en confinamiento, el encierro prolongado, la falta de socialización y encuentro con los demás, la imposibilidad de disfrutar la cercanía de los amigos, de asistir a una exposición de arte, a una obra teatral o una película, de cultivar nuestra vida espiritual en comunidad, de encontrarnos cara a cara para aprender unos de otros y unos con los otros, es en gran medida la mera supervivencia, la hegemonía de lo prosaico sobre lo poético, la condena a vivir para sobrevivir.

Un célebre discurso de Winston Churchill decía que “más vale morir de pie que vivir de rodillas”, y tal vez, desde esta perspectiva personalizante de la educación que yo sustento, sea el momento de asumir que no podemos seguir viviendo de rodillas ante el virus, pero esto por supuesto no significa ceder al cansancio, al hartazgo y la desesperación y comportarnos como si la pandemia ya se hubiera terminado. Tenemos que seguirnos cuidando y seguir cuidando de los demás, extremando medidas de precaución y tratando de vencer con ciencia y conciencia a la pandemia.

Pero tenemos también que vivir, que buscar una buena vida humana para todos, que luchar por el bien humano concreto y común en el mundo. En ese mismo discurso Churchill dijo que “si uno no quiere luchar por el bien cuando puede ganar fácilmente (…) si no quiere luchar cuando la victoria es casi segura y no supone demasiado esfuerzo, es posible que llegue el momento en el que se vea obligado a luchar cuando tiene todas las de perder y una posibilidad precaria de supervivencia. Incluso puede pasar algo peor: que uno tenga que luchar cuando no tiene ninguna esperanza de ganar”.

La humanidad tuvo mucho tiempo para luchar por el bien cuando podía lograrlo con relativa facilidad y no implicaba demasiado esfuerzo, pero no quiso. Hoy tiene la oportunidad de luchar por ese bien teniendo, si no todas, muchas posibilidades de perder frente a este virus que está mutando continuamente y no deja de causar daño, pero aún tenemos posibilidades de supervivencia. Esperemos no tener que llegar a tener que luchar por ese bien de la humanidad cuando no tengamos ninguna esperanza de ganar la batalla.

Para emprender esta lucha, todos pero especialmente los educadores necesitamos, como dice Serrat, volvernos partidarios de vivir y preferir querer a poder, palpar a pisar, besar a reñir, bailar a desfilar y disfrutar a medir. Tenemos que preferir volar con la imaginación a correr tras el dinero y las cosas, amar auténticamente al mundo, a nosotros y a los demás en vez de querer el éxito, el placer y las posesiones.

¿Reafirmarnos como partidarios de vivir y formar partidarios de vivir implica reabrir ya las escuelas y universidades? Realmente no lo sé. Lo que sí tengo claro es que, como decía el mismo Churchill: «no es un momento para la comodidad y el confort. Es el momento de la osadía y la resistencia».

*Foto de portada: Katerina Holmes | Pexels

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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