Lado B
Saint Maud o el desconocido mundo de la fe
Saint Maud está dentro de esta nueva tanda de películas de horror que han hecho del género claros retratos o denuncias poderosas de la abominable sociedad
Por Héctor Jesús Cristino Lucas @
22 de abril, 2021
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Será por ese pasado truculento donde la ignorancia humana y el malsano fanatismo se cobró la vida de tantos o porque representa una respuesta, a manera de consuelo a nuestra insoportable existencia, que la devoción divina, sea católica o judeocristiana, siempre ha tenido algo de… perturbadora.

Hablar sobre luchas contantes entre el “bien y el mal” que se libran en silencio por nuestras almas. Sobre seres que no vemos, ángeles o demonios, que nos condenan o nos salvan del pecado, o de alguien allá arriba que conduce nuestras vidas hacia el camino correcto para evitar el infierno o el tormento eterno, son tópicos usualmente explotados en el género de horror. 

Ya sea con Häxan (1922) de Benjamin Christensen que cuestiona el fanatismo del hombre en su búsqueda de una razón para existir —valiéndose de aquellos mitos sobre la brujería como una clara pero poderosa sátira anticlerical— o incluso, una Akelarre (2020) de Pablo Agüero sobre la importancia de reivindicar la figura de “las brujas” como mitos o relatos de “poder” que se fusionan con la superstición y la histeria colectiva.   

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O filmes polémicos, transgresores la mayoría de ellos, que buscan encontrar en la fe del hombre, el auténtico horror a través de temas como el satanismo, la tortura al puro estilo de la santa inquisición y la condena de un alma corrompida a través de la tentación humana como la británica The Devils (1971) del mítico Ken Russell o la mexicana Alucarda: la hija de las tinieblas (1977) de Juan López Moctezuma. 

No obstante, no todo se resume en demonios, brujería y exorcismos. Pocas películas han logrado usar el desconocido mundo de la fe como un recurso narrativo que invite al espectador —no importa en qué creas realmente, o si eres ateo o si eres agnóstico— a una nueva dimensión del miedo: el dilema. La duda. Que nos empuje a preguntarnos, más de una vez, qué nos depara después de la muerte. Y poner en jaque la existencia de un hipotético “paraíso”, de un hipotético “infierno”. 

Nominada a dos premios BAFTA incluyendo a Mejor film británico y con un excelente paso en festivales como en el de Toronto o Sitges desde el año 2019, nos llega por fin, después del retraso sufrido a causa de la pandemia, Saint Maud de la directora emergente Rose Glass. Una de esas extrañas películas que logra con excelentes resultados llevarnos al límite exacto: a la barrera de lo invisible de aquello que divide el horror y la fe solo para hacernos dudar de la existencia de ángeles y demonios. 

Algo parecido a lo que realizó Scott Derrickson con aquella The Exorcism of Emily Rose (2005), supuestamente basada en hechos reales, donde el tema de la fe jugaba un papel importante a la hora de su resolución final. Aunque llevada a los temas cotidianos del cine de terror. 

Saint Maud, en cambio, busca inmiscuirse con maestría entre lo psicológico y lo inexplicable en pos de hacernos experimentar otro tipo de miedo: lo incomprensible que resulta la fe católica. Pero ya no con exorcismos y posesiones —aunque tiene sus momentos— que alguna vez William Friedkin estableció a manera de referente —un listón muy alto que nadie ha podido llegar— ni mucho menos como una sátira a la religión que no se tome enserio a sí misma.

No por nada es que ahora se habla de ella como “una auténtica película de horror religiosa”. Una película de horror con el Dios judeocristiano como un personaje que incluso habla y es escuchado. Con levitaciones. Con estigmas como símbolo de fidelidad y una lucha invisible contra el mal. 

Un desgarrador viaje al desconocido mundo de la fe que permite seducir tanto al espectador creyente como al espectador ateo por igual, y llevarlos de la mano, entre el thriller psicológico y el horror fantasmagórico —a veces gótico al punto de lo extremo— para ser partícipes de un interesante experimento: inmiscuirnos en la mente de una protagonista devota, solo con el fin de comprender su visión de la existencia.  Esa visión que para el mundo moderno, donde la ciencia ha sustituido a la iglesia, resulta una mera locura y simples divagaciones. ¿Pero qué tanto hay de cierto en ello? 

Fotograma de Saint Maud (2020) / Foto: A24

Rose Glass sabe muy bien que el terror nacido de los tópicos de la religión judeocristiana, aunque efectivos en su momento, deben ser remplazados ahora, o cuanto menos trasladados a otro tipo de categoría. Dejar las cabezas giratorias por un instante y comenzar a humanizar a esos “demonios” que tanto han atormentado desde los orígenes del hombre.    

Saint Maud —por su traducción: Santa Maud— como su nombre lo dice, sigue la peculiar historia de una jovencita del mismo nombre que ha decidido basar su vida, luego de convertirse al cristianismo, en ayudar al prójimo ejerciendo un trabajo de enfermera personal. Por lo que debe hacerse cargo, luego de tantas experiencias, de una ex bailarina jubilada enferma de cáncer llamada Amanda, a la que se propone salvar su alma del tormento eterno cueste lo que cueste. 

La historia, pese a ser simple o repetitiva, y que recuerda incluso a otras películas sobre cuidadoras en medio de un dilema perturbador, como The Skeleton Key (2005) de Iain Softley o Livid (2011) de Alexandre Bustillo y Julien Maury, logra hacerse de un estilo propio de lo más fresco y alucinante para volver lo minimalista, lo personal e intimista, en herramientas suficientemente poderosas que funcionan igual o mejor que otras películas de naturaleza gráfica. 

 

Rose Glass, sin duda, hace de su dirección —esa emergente pero talentosa dirección, quiero decir— una pulcra y hasta fetichista muestra de cómo atemorizar solamente con los pequeños detalles. Pues no necesitas de screamers escandalosos, para atemorizar lo suficiente o de grandes enredos para contar historias impactantes. El clásico recurso de “menos es más”, pues se aleja sin problemas de los tópicos comunes, para construir sus propias reglas. 

Aunque si buscas algo parecido, si de casualidad quieres ver el rostro del demonio cual película hollywoodense, experimentar un salto repentino al menos… con paciencia y mente abierta es probable que lo encuentres. 

Instauremos pues, a Saint Maud, dentro de esta nueva tanda de películas de horror que han hecho del género claros retratos o denuncias poderosas de esta abominable sociedad. Más cercana a la categoría de autor que a la de una simple película por encargo de James Wan. Más digna de festival, o de cine de arte, que de un taquillero blockbuster de temporada. Al puro estilo de obras como Hereditary (2018) o Midsommar (2019) de Ari Aster. E incluso la mismísima The Witch (2015) de Robert Eggers. Contemplativa y especialmente trabajada en lo psicológico mucho antes que en lo gráfico. 

De hecho, tener solo a dos grandes protagónicos en la pantalla: Morfydd Clark como Maud, por un lado, o Jennifer Ehle como Amanda, por el otro. Ambas magníficamente interpretadas: la creyente y la atea, la buena samaritana y la mujer con alma descarriada que ayudan a que esta historia se construya netamente en la psique de sus personajes. 

Saint Maud

Fotograma de Saint Maud (2020) / Foto: A24

En una suerte de balanza en que la fe, contra la falta de esperanza, luchan en medio de una enfermedad para ver cuál de las dos puede más; cuál de las dos es más poderosa o cuál de las dos es la única y la correcta. Mientras somos nosotros, simples espectadores, un fiel reflejo de cada uno. 

La grandeza de esta película, entonces, es que podamos sentirnos identificados en alguno de estos extremos. Pero más aún, que dudemos de nuestra propia postura. He ahí que las vueltas de tuerca, pese a ser tan pequeñas e inofensivas en apariencia, terminen construyendo un thriller lo suficientemente sólido que no solo cumple en el horror sino también en el drama. Pero eso sí, hay que ver qué tipo de horror y qué tipo de drama.

Saint Maud sigue la misma línea de películas con personajes retraídos o alienados que no pueden hacerle frente a la monstruosa sociedad. Que prefieren evitarla, dentro de su mente y dentro sus propias convicciones, hasta que llega el punto de inflexión.  

Nadie puede negar, por ejemplo, que Morfydd Clark se lleva la película encima. No demerito para nada a Jennifer Ehle, ya que ambas hacen una excelente mancuerna, pero es la primera, de hecho, la que termina moldeando la cinta de forma aún mucho más redonda de lo que uno creería. Una obra maestra hecha personaje. Comparada incluso con el Joker (2019) de Todd Phillips o Travis Bickle de Taxi Driver (1976):

Buscando justicia… en su propia devoción. 

Y lo mejor es que es terminas conmovido. Empatizas con su historia de vida. Te convence en que es un alma atormentada en una sociedad corrompida que paga mal o es terriblemente injusta con los que menos debería. 

Rose Glass nos ha entregado una inquietante pero fenomenal carta de presentación, que si bien yo no clasificaría de inmediato como lo mejor del horror en el 2020, sí que puede llegar a recomendarse en algún top como de lo más efectivo en el género fantástico de los últimos diez años. Y eso, sin duda, es un logro fenomenal si se trata apenas de tu segunda película. 

Muero por seguirle la pista a esta directora, ya que se ha vuelto una promesa más que interesante dentro del propio género.

Aunque sutil a la hora de develarnos una respuesta clara de todo lo que estamos presenciando, sin pretender hallar una respuesta objetiva o lo suficientemente concreta —sea la locura de una mente inestable o una devoción que no entendemos— lo cierto es que Saint Maud, aún en la ambigüedad de este tipo de personajes; dentro de este tipo de tramas, no peca de pretenciosa sino simplemente de humana. 

Un atemorizante recorrido… al desconocido mundo de la fe. Habrá que dudar. 

Sinopsis:

“Maud es una joven enfermera que, tras un oscuro trauma, se vuelve devota de la fe cristiana. Cuando empieza a trabajar cuidando a Amanda, una bailarina jubilada enferma de cáncer, la fe de Maud le inspira la obsesiva convicción de que debe salvar el alma de su paciente de la condena eterna… sea cual sea el coste.”

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Autor Lado B
Héctor Jesús Cristino Lucas
Héctor Jesús Cristino Lucas resulta un individuo poco sofisticado que atreve a llamarse “escritor” de cuentos torcidos y poemas absurdos. Amante de la literatura fantástica y de horror, cuyos maestros imprescindibles siempre han sido para él: Stephen King, Allan Poe, Clive Barker y Lovecraft. Desequilibrado en sus haberes existenciales quien no puede dejar (tras constantes rehabilitaciones) el amor casi parafílico que le tiene al séptimo arte. Alabando principalmente el rocambolesco género del terror en toda su enferma diversidad: gore, zombies, caníbales, vampiros, snuff, slashers y todo lo que falte. A su corta edad ha ido acumulando logros insignificantes como: Primer lugar en el noveno concurso de expresión literaria El joven y la mar, auspiciado por la Secretaría De Marina en el 2009, con su cuento: “Ojos ahogados, las estrellas brillan sobre el mar”. Y autor de los libros: Antología de un loco, tomo I y II publicados el 1° de Julio del 2011 en Acapulco Guerrero. Aún en venta en dicho Estado. Todas sus insanias pueden ser vistas en su sitio web oficial. http://www.lecturaoscura.jimdo.com
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