Lado B
Akelarre: un relato de poder
La película del director Pablo Agüero es "un aterrador juego de empatía en un relato de horror feminista que te permite sentir, vivir y hasta morir junto a los personajes"
Por Héctor Jesús Cristino Lucas @
15 de abril, 2021
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En 1922, el cineasta danés Benjamin Christensen realizó una polémica e inclasificable cinta para el público de aquel entonces llamada Häxan: The Witches or Witchcraft Through the Ages como una suerte de adaptación al emblemático Malleus Maleficarum —o El Martillo de las Brujas— en forma de documental para algunos, o de falso documental para otros. 

Aunque lejos de romper los cánones de la época a través de un formato poco convencional, o con interés de convertirse en una fiel imitadora del expresionismo alemán vigente en aquellos años, lo que en realidad movía al cineasta con esta interesante y visionaria propuesta, era crear una sarcástica pero mordaz crítica a la superstición humana, un poco más a la devoción clerical, y otro tanto a la injusticia del hombre versus la mujer a través del tema de la brujería como principal punto de partida

Un registro histórico hecho película de una oscura época de la humanidad, en donde la ignorancia y el fanatismo de la iglesia se cobró la vida de cientos de mujeres con excusas —por supuesto que divagaciones o malinterpretaciones— como practicar la hechicería; bailar desnudas junto al demonio en ceremonias llamadas aquelarres; o bien, por el simple hecho de ser mujeres, “seductoras; capaces de corromper con su belleza cualquier alma pura de un hombre; y por ende, al servicio del mal”.

Y es que, como en algún momento del film se mencionó, «durante la época de brujería era peligroso ser vieja y fea… pero tampoco era seguro ser joven y guapa.»

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Creando así “relatos inmortales; relatos de poder”, toda una cosmogonía que llevó a construir un nocivo —aunque de igual forma, fascinante— imaginario colectivo asociado a la imagen de la mujer como portadora tanto de “misticismo”, por un lado, como por supuesto de “oscuridad”, por el otro. 

Relatos que nos alcanzan a nuestros días y que han dado tanta tinta que verter, desde historias folk o cuentos de hadas como los de los hermanos Grimm. ¡El Hansel y Gretel no es gratuito!; pintura que escurrir, como El aquelarre o El vuelo de las brujas de Francisco de Goya con referencias a las leyendas y supersticiones de la época; hasta películas que filmar… como The Witches (1990) de Nicolas Roeg; The Craft (1996) de Andrew Fleming; o Suspiria (1977) de Dario Argento.  

Obras destinadas a mostrarte ese lado perverso que la Historia misma se ha encargado de adjudicarle al personaje de la “la bruja”. El ícono de la víspera de todos los santos o Halloween, con calderos humeantes y gatos negros. Una representación milenaria de una época, que si bien solo es reflejo de una de las tantas formas que posee la misoginia, debe ser analizada y aceptada, mas nunca negada y censurada porque sería pretender borrar parte de nuestro pasado.

No obstante, pocas son las cintas que han podido reivindicarle como es debido. A su vez, que pocos han sido también los exponentes encargados de ofrecer una visión lo suficientemente “justa” —digámoslo así— para la figura femenina.   

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Oz Perkins, por ejemplo, lo hizo a través de Gretel & Hansel (2020), una visión femenina del cuento clásico de los Grimm encargada de abordar el misticismo que rodea a la mujer en el tema de la brujería, pero a través de interesantes metáforas que evocan a lo fantástico, como por ejemplo, el paso de una niña en su camino —de sufrimiento y agonía— a ser mujer, traducida aquí como el camino “a conseguir el estatus de una bruja mayor”. Entre la inocencia y el horror; entra la metáfora y la realidad. 

Robert Eggers, en cambio, hizo lo propio con The Witch (2015), uno de los mejores filmes de horror psicológico y contemplativo de nuestro siglo, ambientado en el medievo europeo, a través de una interesante reinvención que aborda antiguas leyendas folk pero no precisamente para acrecentar el mito a favor de su cosmogonía —una historia de horror más con brujas— sino para dotarle de “cierto poder” a manera de crítica social. Y que incluso fue aplaudida y apoyada por la propia portavoz de la Iglesia Satánica de Detroit, Jex Blackmore, por ser una interesante forma de reivindicar el mito.

En otras palabras, que sean estas mismas leyendas adjudicadas de forma injusta a la mujer, repletas de satanismo, herejía y fantasía por igual, una suerte de denuncia tanto a la hipocresía del clero, como por supuesto, a la sociedad patriarcal teocrática. 

Es dentro de esta misma línea, que exalta y revalora “a las brujas” a través de la ficción, que se une la galardonada Akelarre del cineasta y guionista franco-argentino Pablo Agüero luego de ser la sorpresa en los más recientes Premios Goya 2021. Una apuesta asombrosa, que vale mucho la pena analizar. 

Primero, porque la película, pese a ser un episodio ficticio salido de la imaginación del propio Agüero, es capaz de instalarse en medio de acontecimientos históricos auténticos para darle mucho más peso a su drama. 

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Fotograma de Akelarre (2020) / Foto: Netflix

Ambientado en 1609, en el País Vasco, un año antes del famoso Proceso de Zugarramurdi —quizá el caso más famoso de brujería en España— donde 18 personas fueron “reconciliadas” o bien, “perdonadas”, por confesar sus herejías, pero de las cuales seis, que se resistieron a pedir misericordia al tribunal, fueron quemadas en la hoguera. 

De hecho, cualquiera que haya visto la cinta de Álex de la Iglesia, Las Brujas de Zugarramurdi (2013), recordará que este suceso también es nombrado de forma fidedigna, aunque ciertamente no como un recurso histórico a favor del suspenso, sino para darle ese característico toque de humor negro irreverente de lo más escabroso.  

Por lo que Akelarre tanto termina siendo una suerte de antesala de este acontecimiento dentro de su propio universo, como también una posible adaptación libre de ello… ya que la historia es bastante parecida.

Esta vez, con un grupo de seis chicas aprehendidas por un tiránico juez bajo la acusación de ser brujas tras haber participado en ciertos “rituales” considerados como hechicería —nada menos que ceremonias y bailes como exaltación a la naturaleza— y cuyo interrogatorio irá subiendo de nivel a un punto de lo más despiadado y visceral.  Entre lo psicológico y lo gráfico. Entre lo hermoso y lo grotesco. En un baile casi tan místico como el que nos muestra en pantalla. Y que, por cierto, se va construyendo como un lenguaje narrativo a lo largo del metraje.

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Fotograma de Akelarre (2020) / Foto: Netflix

Por un lado, con el encanto de la fotografía. Los escenarios deslumbrantes o los vestuarios de época —que te hacen darte cuenta de inmediato de por qué tantos Goyas en el aspecto técnico— pero también, de forma inmediata, por esa extraña sensación de horror y misterio que se contrapone de forma abismal como una suerte de balanza, ya que te permite gozar y sufrir como espectador, pero también reflexionar y soñar como víctima en este perverso juego de empatía. 

Y es que en eso termina convirtiéndose Akelarre luego de su primera media hora. Un aterrador juego de empatía en un relato de horror feminista que te permite sentir, vivir y hasta morir junto a los personajes. Por momentos impotencia, miedo y desesperanza, pero casi siempre rencor. 

Mientras conocemos, poco a poco a nuestras trágicas féminas en medio del horror: Amaia, María, Katalin, Maider, Oneka y la pequeña Olaia —todas interpretadas con maestría por este joven elenco de actrices españolas: Amaia Aberasturi, Yune Nogueiras, Garazi Urkola, Jone Laspiur, Lorea Ibarra e Irati Saez, respectivamente— en un conjunto que funciona y logra conectar con su público. 

Porque mientras más sabemos de ellas, más nos dolerá su sufrimiento. Y entre más nos duela ese sufrimiento, más es posible encontrarnos cara a cara con el mensaje de la película: un relato de poder, pero no como esa figura de feminismo quebrantado que pretende revelarse ante una figura abstracta llamada “patriarcado”, sino como una amistad; un lazo irrompible con ellas mismas que les permitirá combatir todas estas atroces injusticias.  

Pronto, la historia sobre un grupo de víctimas falsamente acusadas por delitos absurdos e hilarantes como claro reflejo de la enorme ignorancia de la humanidad, terminará por convertirse en una película de horror. En una auténtica película sobre brujería. Cuando estas seis mujeres, en la búsqueda por una libertad negada, logren encontrar las debilidades de cada uno de sus agresores: simplemente convertirse en aquellos monstruos que se les acusa que son. 

Porque como bien menciona Argento en su poderosa Suspiria (1977), “la mala suerte no proviene de espejos rotos, sino de mentes rotas”. Y la brujería aquí es mostrada como un arma psicológica; como un arma sugestivita que lucha contra las mentes débiles de este grupo de hombres que en su labor por acabar con seres inexistentes, terminan engañados en sus propias invenciones. En su propio fanatismo o cuento de hadas salido de sus cabezas. 

Aunque eso sí, debo admitir, como recurso narrativo, puede llegar a perturbar un poco la experiencia. Sobre todo, a la hora de mostrar un posible desenlace.

Akelarre no pretende irse con un final cerrado. ¡Quiere tener un final abierto! Y Pablo Agüero pretende que tú, espectador, que has visto y vivido en carne propia la inocencia de estas chicas a lo largo de la cinta, dudes por un momento de ello y consideres la remota posibilidad en que tal vez, solo tal vez, todo lo que estábamos viendo, era realmente un cuento de brujas. Una poderosa realidad. 

Akelarre

Fotograma de Akelarre (2020) / Foto: Netflix

¿O es que todo el tiempo hemos visto a través de los ojos de estos agresores? ¿Y por qué nunca la construyeron de esa forma? ¿O es que el desenlace es tan profundo que nos limita a una respuesta clara como sugestión colectiva o auténtica brujería? ¿Estamos frente al truco clásico de hacerte dudar, analizar, pensar, pero hasta el último minuto, cuando no diste ni pista alguna para creerlo? Parece que sí.  

Akelarre, damas y caballeros, comete el error de ofrecerte un final abierto. Un final que pretende ser más de lo que puede ofrecerte. Sin conocerse lo suficiente. Sin arriesgarse como debería.  ¡Pero lo entiendo! El camino estaba tan bien construido, entre lo místico y lo humano, entre lo dramático y lo descarnado, que concluir con una respuesta clara a estas alturas del partido sería quedarse bastante cortos. Era necesario hacer una poesía abstracta justo antes del telón final solo para convencer a los adeptos, que esta obra era lo suficientemente “profunda”. Aunque la verdad… ni siquiera lo necesitaba.

Pese a lo pretencioso y mal construido que puede resultar su clímax, Akelarre de Pablo Agüero consigue en términos generales cumplir con su cometido: dotarle de esa interesante superstición a la mujer; de ese inquebrantable misticismo -innato o fabricado- para que haga de ello una denuncia clara y hasta innovadora dentro del mismo mito. 

Un juego de rol y empatía que reivindica la figura de las brujas y te permite apreciarlas desde otro punto de vista. Al puro estilo de The Witch (2015) de Robert Eggers. Un cuento folk de horror psicológico. Un drama que voltea con confianza a su pasado no para denunciarle… sino para enfrentarle. Un auténtico relato de poder. 

Sinopsis: 

“País Vasco, 1609. Los hombres de la región se han ido a la mar. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea. El juez Rostegui, encomendado por el Rey para purificar la región, las arresta y acusa de brujería. Decide hacer lo necesario para que confiesen lo que saben sobre el akelarre, ceremonia mágica durante la cual supuestamente el Diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas.”

 

*Foto de portada: Netflix

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Autor Lado B
Héctor Jesús Cristino Lucas
Héctor Jesús Cristino Lucas resulta un individuo poco sofisticado que atreve a llamarse “escritor” de cuentos torcidos y poemas absurdos. Amante de la literatura fantástica y de horror, cuyos maestros imprescindibles siempre han sido para él: Stephen King, Allan Poe, Clive Barker y Lovecraft. Desequilibrado en sus haberes existenciales quien no puede dejar (tras constantes rehabilitaciones) el amor casi parafílico que le tiene al séptimo arte. Alabando principalmente el rocambolesco género del terror en toda su enferma diversidad: gore, zombies, caníbales, vampiros, snuff, slashers y todo lo que falte. A su corta edad ha ido acumulando logros insignificantes como: Primer lugar en el noveno concurso de expresión literaria El joven y la mar, auspiciado por la Secretaría De Marina en el 2009, con su cuento: “Ojos ahogados, las estrellas brillan sobre el mar”. Y autor de los libros: Antología de un loco, tomo I y II publicados el 1° de Julio del 2011 en Acapulco Guerrero. Aún en venta en dicho Estado. Todas sus insanias pueden ser vistas en su sitio web oficial. http://www.lecturaoscura.jimdo.com
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