Lado B
Hambre de piel: corporeidad, pandemia y educación
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
30 de junio, 2020
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Para los que pasan la cuarentena solos la experiencia es particularmente agobiante, como para los niños que crecen sin caricias (tienen peor salud física y mental que los demás) o los detenidos en confinamiento solitario. El antropólogo Paul Byers estudió los efectos debilitantes del fenómeno que llamó “hambre de piel” en los ancianos, posiblemente el segmento de población menos tocado.

Hambre de piel: el fenómeno neurológico que explica por qué la falta de contacto físico en la pandemia de coronavirus también daña la salud. Infobae. 12 de mayo de 2020.

Llevo varias semanas tratando de escapar de los temas relacionados con el COVID-19 pero parece que esta contingencia no tiene un final cercano por más que las autoridades finjan un daltonismo que les hace ver naranja el rojo y pretendan que salgamos a hacer nuestra vida “normal”, más por la urgencia de reactivar la economía que por la existencia de signos claros de que realmente se está aplanando la curva de contagios y fallecimientos.

Aquí me tienen entonces, volviendo a abordar el tema, desde una cara que considero muy relevante para pensar una educación personalizante que esté a la altura de los tiempos difíciles, inciertos, riesgosos, desconcertantes. Una cara que en lo personal estoy experimentando de una manera muy viva y acuciante como una de las más grandes carencias de esta crisis sanitaria: la de la falta de contacto físico con la gente que comparte conmigo el trabajo, la amistad, el aula, la vida.

Desde los inicios de este período especial, por llamarlo de forma elegante, cité en esta columna una reflexión en Facebook de mi querido amigo, el gran filósofo lonerganeano Paco Galán: “…aunque somos seres abrazantes, moriremos sin podernos abrazar. Así de graves están las cosas” que tristemente sigue siendo vigente más de cien días después del inicio de la reclusión obligada.

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Como dije líneas arriba, la imposibilidad de estrechar la mano, dar un abrazo, saludar con un beso a personas con las que cotidianamente suelo convivir y con quienes tengo distintos grados de cercanía y afecto ha sido uno de los aspectos más difíciles de sobrellevar y creo que no solamente para mí, sino para la mayoría de las personas que como yo, han acatado de manera rigurosa las medidas de prevención recomendadas por las autoridades de salud y la OMS.

Recientemente me topé en un programa de televisión de una cadena española con el término “hambre de piel” que da título a esta Educación personalizante y que yo desconocía por completo.

Como dice la nota de la que tomo el epígrafe de hoy, se trata de un fenómeno neurológico que ha sido documentado por médicos, psicólogos y especialistas del área de la salud y estudiado por el antropólogo Paul Byers, quien le puso este nombre.

Es muy conocido por todos que los médicos y enfermeras recomiendan que desde el momento de nacer, se recueste al bebé sobre el pecho y el abdomen de su madre, pues resulta muy importante que el primer contacto en el mundo luego de la experiencia traumática del parto sea la piel de otro ser humano. Esta recomendación del contacto físico se hace también para los bebés que, por nacer prematuramente o tener alguna afección, deben pasar algunos días o semanas en incubadora y en general para los enfermos de cualquier edad, incluyendo los que están en estado de coma.

hambre de piel

Foto: Pxfuel

Como dice la nota de la que tomo la cita, “…el tacto es el primer sentido que comunica, el más primitivo y también el más elemental…” Según esta misma fuente, “…la yema del dedo de un adulto tiene unos cien receptores táctiles y en dos metros cuadrados de piel se acumulan cinco millones de estas terminaciones nerviosas que sirven para interactuar con el entorno y aprenderlo…” Los labios, los dedos índice y los pulgares requieren de un espacio muy amplio en el área del cerebro que procesa la información táctil.

Según consultas con científicos que complementan la nota en cuestión, el contacto físico a través del tacto ayuda a desacelerar el sistema nervioso, bajar el ritmo cardíaco y la presión sanguínea y generar relajación. Por ello los niveles de estrés son menores en personas que tienen suficiente contacto físico pues también aumentan los niveles de oxitocina que crea vínculos con otros seres humanos. “…Todos los primates humanos estamos programados para el tacto, nos guste o no…” declara un neurocientífico de la Universidad John Moores de Liverpool y –en la misma nota citada- Alberto Gallace de la Universidad de Milán Bicocca dice que el cerebro humano está diseñado para hacer que el tacto sea una experiencia placentera…”es algo que sólo está presenten en animales sociales que necesitan juntarse para optimizar sus posibilidades de sobrevivir”.

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Paradójicamente, el nuevo virus está obligándonos a prescindir de esta herramienta fundamental de socialización para la supervivencia y agregaría yo, para la construcción de una vida auténticamente humana, al ser la cercanía y el contacto físico una conducta de riesgo que incrementa exponencialmente las probabilidades de contagio.

Conocer un poco sobre el “hambre de piel” me recordó una muy conocida charla de Sir Ken Robinson dentro de Ted Talks titulada: Las escuelas matan la creatividad. En ella el profesor plantea con un fino humor que para los sistemas escolares el cuerpo es solamente un medio de transporte para la cabeza y que en la educación en todos los niveles nos centramos en formar en lo cognitivo, ignorando prácticamente toda la dimensión de la corporeidad humana. 

Muchos de los problemas de falta de vínculos profundos entre los seres humanos, de agresión física entre personas, de acoso y abuso sexual y hasta de violencia de género tienen una de sus causas en lacarencia de una educación sana y constructiva de la corporeidad –sin duda sumada a otras de carácter sociológico, económico, político y cultural-. Estoy convencido de que si la escuela superara esta visión parcializante del ser humano y los tabúes respecto al cuerpo enfocándose a formar una conciencia plena que hiciera a todos conocer, respetar y valorar el cuerpo propio y el de los demás, podríamos apuntar hacia una convivencia escolar y ciudadana más plena, pacífica y humanizante.

De manera que en estos tiempos de aislamiento físico, procuremos por un lado abrazar más a los que conviven en nuestra misma casa y tratemos de abrazar aunque sea virtualmente a todos los que apreciamos y queremos pero que no podemos ver de manera presencial para hacer explícita la importancia de nuestra condición de seres abrazantes.

Por otra parte, aprovechemos la lección que nos da esta “hambre de piel” que hoy padecemos como humanidad para aprender la importancia de lo corporal dentro de la educación y realizar los cambios curriculares, institucionales, didácticos y de mentalidad necesarios para que el cuerpo deje de ser visto en la educación como un simple medio de transporte de la cabeza y ocupe el lugar que le corresponde en nuestra condición de seres complejos.

Termino hoy, tomando las palabras del maestro Cortázar, ampliando su invitación más allá del marco de la relación de pareja en la que fue escrita para hacerla extensiva a todos los que hoy vivimos en esta forzada lejanía:

“Yo quiero proponerle a usted un abrazo, uno fuerte, duradero, hasta que todo nos duela…”

 

*Foto de portada: Pamula REEVES-BARKER | Pixabay

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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