Lado B
Conflictos, violencias y vitalidad cultural
No se puede predecir el efecto positivo o negativo de los conflictos, los desórdenes, turbulencias, crisis sociales sobre la esfera del conocimiento
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
19 de febrero, 2023
Comparte

“Y esta es la razón de que, a no ser que se trate de un cataclismo aniquilador, jamás se puede predecir el efecto positivo o negativo de los desórdenes y turbulencias y crisis sociales sobre la esfera del conocimiento. Un periodo de orden, paz y estabilidad puede ser un periodo de estancamiento y superficialidad intelectual o puede permitir por el contrario una edad de oro cultural; un periodo atormentado de conflictos y violencias puede ser destructor o por el contrario alimentar una gran vitalidad cultural y suscitar choques cognitivos fecundos”

Edgar Morin. El Método IV. Las ideas. Su habitat, su vida, sus costumbres, su organización, p. 46. 

Nos ha tocado vivir en tiempos violentos, en un período tormentoso y lleno de conflictos, de desórdenes, turbulencias, polarización social, pobreza, exclusión y discriminación, renacimiento del autoritarismo, creciente militarización sin resultados en la disminución de la inseguridad y la impunidad del crimen organizado y de la delincuencia común.

Vivimos tiempos críticos de promesas de cambio que se suceden, prometiendo una reforma radical del sistema corrupto, autoritario, opaco y sin rendición de cuentas pero que solamente traen modificaciones en los colores, los logos, los nombres de los partidos y un reciclaje continuo de la misma clase política, de los mismos rostros, nombres, apellidos y familias que se han repartido el poder durante toda la historia moderna de México.

Estamos inmersos en un ambiente de anti-intelectualismo, de negacionismo, posverdad, descalificación creciente del conocimiento científico, vuelta al pensamiento mitológico, a la ideología que se vuelve casi dogma religioso, al seguimiento ciego de líderes que concentran todo el poder y aglutinan todas las esperanzas sin fundamento pero con una fuerza emotiva que cohesiona y apasiona a tal grado que divide familias, amistades, grupos, instituciones y comunidades enteras.

También puedes leer: Año nuevo: las dos caras y el equilibrio

En este escenario parece dominar la división casi en partes iguales de un sector social que ha renunciado a pensar críticamente y a exigir evidencias y razones para creer ciegamente en una transformación que es sólo discursiva pero altamente destructiva de las instituciones –falibles, con problemas de ineficiencia y corrupción, pero en gran medida funcionales y profesionalizadas- y otro sector de la sociedad que procesa también de forma visceral y muchas veces sin argumentos o con evidencias falsas o distorsionadas por los prejuicios, todo lo que venga de un gobierno al que ingenuamente consideran “socialista” o aún “comunista”, cuando es realmente un regreso al viejo sistema priista que gobernó durante ocho décadas y parece seguir instalado en el inconsciente colectivo.

Esta división y la enorme polarización que hasta hoy parece, salvo excepciones, inhibir la “vitalidad cultural” y los “choques cognitivos fecundos”, para poner en el centro los insultos, los adjetivos, las descalificaciones mutuas y la falta de compromiso real con el país y con los que más sufren la pobreza, la marginación, la discriminación y la exclusión, nos ha llevado también a una creciente desmoralización social, a un bajo deseo de esforzarnos por vivir de forma humanizante y de construir alternativas inteligentes, razonables y responsables de conocimiento y acción para el cambio auténtico hacia el bien común.

En el campo educativo se siente aún la fuerza de una minoría de profesionales de la esperanza que siguen empeñados en creer que la formación de los futuros ciudadanos tiene sentido y que aunque el cambio tomará mucho tiempo y varias generaciones, es posible que el país renazca de sus propias cenizas, por la fuerza de su historia y el valor de su gente diversa en culturas y formas de vida pero unida en el fondo por una herencia de choque y violencia pero también de ejemplos de valor y de resistencia, de sincretismo lleno de misterio y riqueza y de ánimo en común.

Pero también es cierto y sería inútil negarlo, que en el sector educativo hay también una alta dosis de desmoralización y de lo que Carbonell llama “desilusión de las reformas”, al experimentar sexenio tras sexenio intentos de reinvención de la educación que no tienen suficiente tiempo para probarse, suficiente consistencia para mantenerse y suficiente paciencia histórica para ver y evaluar sus resultados a mediano y largo plazo.

La razón de esta nueva desilusión de las reformas, de la de este sexenio en concreto está, desde mi punto de vista, en que en todo el proceso vivido, desde el cambio legislativo hasta el diseño de la nueva propuesta curricular y el polémico y justamente cuestionado Libro sin recetas para la maestra y el maestro, que es en realidad un recetario desarticulado y lleno de lugares comunes según han dicho varios analistas (cfr. Backhoff, Hernández Navarro, Carro, etc.), la lógica que ha predominado es la ideológica sobre la pedagógica.

Este predominio ideológico sin muchas bases pedagógicas ha sido totalmente contradictorio con la promesa presidencial en campaña de promover la “revalorización del magisterio”, pues no sólo no ha tomado en cuenta de manera real los puntos de vista, experiencias, reflexiones y conocimientos de los profesores y profesoras de los distintos niveles educativos sino que muchas veces, como en el caso del libro citado, se les ha tratado no como profesionales sino como menores de edad sujetos a indoctrinación, insultando su trayectoria y su inteligencia.

A todos estos educadores, directivos escolares y universitarios, funcionarios del sistema educativo, investigadores, estudiantes y familias que han sido ignoradas en el proceso de cambio educativo que desde mi óptica tiene algunos aciertos pero muchos elementos regresivos y muchos otros sin fundamentos filosóficos, sociológicos, psicológicos y pedagógicos sólidos por la ceguera producida por la persistente política de imponer una sola visión ideológica –entendida como decía Luis Villoro “…no como un pensamiento sin razones, sino un razonamiento distorsionado por intereses particulares…” dedico estas líneas, esperando que el epígrafe de Morin les ayude a recuperar cierta esperanza y a desarrollar nuevamente la alta moral necesaria para formar a los ciudadanos que necesita este país roto.

Porque como dice el pensador francés –y sería muy útil tenerlo siempre en mente- “jamás se puede predecir el efecto positivo o negativo de los desórdenes y turbulencias y crisis sociales sobre la esfera del conocimiento…” de modo que una etapa histórica de orden, estabilidad y progreso pacífico puede convertirse en un período de bloqueo y de superficialidad en el pensamiento como pasa en muchos países de los llamados desarrollados en los que la prosperidad y el tener todas las necesidades básicas resueltas, vuelve la vida aburrida y sin mucho sentido y causa problemas de salud mental y emocional e incluso altos índices de suicidio en jóvenes, pero también puede permitir una etapa de gran desarrollo intelectual.

De la misma forma, un período como el que hoy vivimos en nuestra patria que cada día nos duele más, podría, en determinadas condiciones, ser totalmente destructor como parece ser hoy, pero también cabría la posibilidad de detonar una gran vitalidad cultural y “suscitar choques cognitivos fecundos”. Por este segundo escenario necesitamos trabajar más fuertemente que nunca en el desarrollo del pensamiento crítico auténtico de los futuros ciudadanos mexicanos.

Comparte
Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
Suscripcion