Lado B
Hablemos de apropiación cultural en la moda
Por Paula Hernández Gándara @
28 de enero, 2022
Comparte

Para ti, abuelita 

Me miré al espejo. Tomé la trenza y busqué la mejor manera de colocarla en mi cabeza. La coleta no dejaba muchas opciones. “El traje se usa con el cabello amarrado”, escuché que decía mi tía. 

Como soy pequeña, nadaba en el huipil, entonces decidí fajármelo. “El traje va suelto, no se mete en la falda”, volví a escuchar. 

Tomé las zapatillas que llevaba para la ocasión; escogí unas color crema, porque sería más fácil combinarlas. No sabía que “el traje se usa con zapatos negros”. 

No sabía…

***

A principios de este mes viajé a Oaxaca para la boda de dos primos. No era la primera vez que iba a Tapanatepec; de hecho, he ido una cantidad considerable de veces, pues los hermanos de mi abuela viven allá. Ella era de Juchitán, un pueblo muy bonito que está a 40 minutos de ahí. Mi abuelita era jucha. 

Para quienes no estén familiarizados, así se les llama a las mujeres nacidas en el Istmo de Tehuantepec (que abarca Oaxaca, Chiapas, Tabasco y Veracruz). El traje icónico que las tehuanas visten es, por quedarse cortas, una verdadera obra de arte. 

Se conforma de un huipil (blusa) que integra flores bordadas en colores brillantes, desde un rosa mexicano hasta el mismo color del sol, plasmadas con hilos de seda. Estas van enmarcadas por un cuadro bordado a pocos centímetros del borde de la blusa, con hilos enlazados del color del atardecer. Todo sobre un fondo negro de terciopelo. 

La enagua (falda) va atada a la cintura, y llega hasta los pies. Lleva bordado el mismo patrón de las flores del huipil y es del mismo color negro terciopelo. Cinco o seis centímetros antes de que termine, tiene un dobladillo, y termina con un holán de tira bordada blanca que puede llevar incluso toques en color dorado. Debajo de la falda debe llevarse un refajo de popelina blanca (como una especie de fondo) para darle volumen. 

El traje completo se acompaña de un tocado hecho de flores de plástico en los mismos colores brillantes, o con una trenza alrededor de la cabeza, o ambos. Y se usan aretes y un collar de filigrana con monedas, bañados en el color del oro.

Foto: RaulGonzalez Photography

Para la boda, mi mamá pidió prestado un traje a mi prima para que yo lo usara. Nos mostraron cinco, desde el que se usa “del diario” hasta el traje de gala (que es el que ya les he descrito). Inmediatamente mis ojos escogieron este último, porque en el recuerdo de mi abuela la veo usando el traje negro. 

Esa no era la primera ocasión que me vestía de jucha, pero sí fue la primera vez que fui completamente consciente de lo que implicaba portar el traje.

Supongo que, además del hecho de que no había portado uno desde la muerte de mi abuelita, la consciencia vino porque me pregunté qué tan propio se sentía el traje en mí, y qué tanto lo usaba para complacer a mi familia. 

Llegar a la fiesta y ver a la mayoría de las mujeres oaxaqueñas con su traje de jucha, con el peinado especial que se hacen y portándolo con tanto orgullo fue lo que terminó de derramar el vaso. Creo que, al principio de la ceremonia, me sentía como una especie de impostora. 

¿Qué me daba a mí el derecho de usar el traje? Supongo que la duda venía de un término que rondaba mi cabeza con miedo: apropiación cultural

En ese momento, aunque había escuchado el término dentro del mundo de la moda antes, poco sabía sobre este y qué implica este tipo de apropiación. La primera vez que lo escuché haciendo referencia a la moda, fue cuando salió la noticia de que Carolina Herrera se había metido en problemas por su colección Crucero 2020, pues tomó elementos de comunidades indígenas mexicanas, sin darles crédito, para crear sus prendas. 

Escuché la noticia, sí, pero no le tomé mucha importancia, desgraciadamente. Sin embargo, luego de lo que viví investigué más sobre esto, y ahora me pregunto hasta qué punto la moda se escuda en la idea de que puede inspirarse en otras culturas, retomando sus técnicas de bordado, sus elementos identitarios, cuando lo que realmente hace es apropiarse de ellos. 

La apropiación cultural consiste en, básicamente, el uso o adopción por parte de una cultura dominante de elementos de una cultura no-dominante, en una manera que no respeta el significado original de estos o no da crédito a su contexto.

En esa ocasión, Wes Gordon, el director creativo de Carolina Herrera, dijo que la colección estuvo inspirada en lo que él creyó que una “vacación latina” sería de acuerdo con la fundadora de la casa de modas. Esta retomó entonces bordados de comunidades otomíes de Hidalgo, patrones de sarapes de Saltillo y, nada más y nada menos que, bordados florales pertenecientes al Istmo de Tehuantepec (esos de los que hablamos al principio). 

Quien acusó esta apropiación en 2019, fue la secretaria de Cultura mexicana, Alejandra Frausto, mediante una carta oficial. (Un hecho inédito, además). En ella se acusó al grupo de Carolina Herrera de usar para su propio beneficio estos bordados y patrones de comunidades indígenas mexicanas. 

Entonces, poco a poco ese sentido de impostora se ha disipado en mí, pensando en lo que realmente significa el término al que le temía. Parte de esto cambió con el hecho de que asumo como parte de mi herencia la cultura oaxaqueña, las tradiciones de mi abuela, su lengua indígena, el zapoteco (del que poco pude aprender), y en lugar de apropiarme de algo que le pertenece a su cultura, me gusta reconocerla y honrarla, honrar el recuerdo de mi abuela a través de esta. 

Y, en lugar de dudar si debería o no usar el traje de jucha, ahora me pregunto, en relación a la apropiación cultural en la moda: ¿qué deberían hacer entonces diseñadores y diseñadoras que quieren retomar elementos de otras culturas sin caer en la apropiación cultural?

No considero que haya una respuesta absoluta, porque incluso muchas personas debaten este término y lo rechazan, pues les parece que la inspiración en otras culturas es parte de la libertad creativa que cada una tiene, pero creo que una manera de empezar a realmente respetar estas otras culturas (las culturas de muchos que pertenecen a minorías), se puede dar desde el sencillo reconocimiento y crédito hacia sus técnicas de bordado, sus elementos característicos y, sobre todo, trabajando de la mano de los propios artesanos y artesanas, remunerándoles por sus patrones y diseños. 

Básicamente, lo que hace falta es apreciación cultural, porque esta, a diferencia de la apropiación, busca reconocer y profundizar en las técnicas culturales de cada comunidad, saber más sobre su historia, sus costumbres, sus tradiciones.

Porque, ¿qué es lo que puede suceder si desde un principio las relaciones entre culturas no están basadas en el respeto y el reconocimiento igualitario? Bueno, el actuar de la marca francesa de moda Sézane a principios de este año es un claro ejemplo. 

Sézane fue acusada de explotar la imagen de las mujeres indígenas zapotecas de Oaxaca, cuando, al hacer una sesión de fotos para su nueva campaña, le pidieron a una señora zapoteca que posara para ellos, con la intención de, más allá de honrarla, usarla como un accesorio para su marca. 

Dentro de las cosas más indignantes está el hecho de que, supuestamente, le pagaron 200 pesos por haber posado con un suéter de la marca, cuando estos cuestan alrededor de 2 mil 700 pesos. 

Foto: Captura de pantalla video de @lienzo.extraordinarios | Instagram

En esta ocasión, una vez más, la Secretaría de Cultura, junto con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), fue quien acusó a la marca francesa de «manipular, usar y exhibir a personas mayores de pueblos originarios como parte de su publicidad».

Incluso el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) hizo un llamado a las marcas y empresas privadas, a que “cesen de explotar a los pueblos y comunidades indígenas y afromexicanas como capital cultural, pues no son objetos de indumentaria, sino sujetos de derecho público poseedores de un vasto patrimonio cultural y conocimientos tradicionales”.

Sézane —a diferencia de la casa de moda, Carolina Herrera— se disculpó por lo sucedido; pero, cuántas veces tienen que pasar este tipo de cosas para que las marcas de moda se den cuentan de que hay algo que está fallando a la hora de retomar elementos de otras culturas; cuándo este tipo de acciones se dejarán de ver como un simple acto cuando en realidad dan cuenta de una explotación cultural.

Ya sea una u otra cosa, parece que aún hace falta hablar de esto; hablar de cómo es tan fácil para otras personas, desde el poder, tomar de otras lo que quieren sin darles reconocimiento, sin apreciarlas. Y es que, es cierto que hay una línea muy delgada entre la apropiación cultural y la apreciación cultural. 

Al menos, de ahora en adelante, pretendo estar atenta de aquellas faltas hacia ciertas culturas por parte de la industria de la moda, y les invito a hacer lo mismo; a hablar sobre lo que nos incomoda cuando vemos a otros apropiarse de lo que se siente nuestro, y a empezar a hablar, en lugar de adopciones sin permiso, en intercambios culturales. 

***

Me miro al espejo. Escucho la voz de mi tía y veo el traje de jucha completo. Un traje que al fin se siente mío; que, a pesar de los cambios, sé que es parte de mí. 

Y pienso en mi abuela, en la sangre que compartimos y en las noches que pasábamos escuchando el son de la sandunga. 

Me miro al espejo y la veo a ella, me veo a mí y a mi herencia. Nos veo a las dos. 

*Foto de portada: México en Fotos | Flickr

Comparte
Autor Lado B
Paula Hernández Gándara
Suscripcion