Lado B
¿Educación indolora o formación para la vida?
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
13 de octubre, 2021
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Al contrario de lo que cree Platón, los personajes malvados son un ingrediente crucial en los cuentos tradicionales, para que los niños aprendan que la maldad existe. Tarde o temprano tendrán noticias de ella (desde los matones que los acosan en el patio del colegio hasta los tiranos genocidas).

La maravillosa y perturbadora Flannery O´Connor escribió que “quien solo lee libros edificantes está siguiendo un camino seguro pero un camino sin esperanza, porque le falta coraje. Si alguna vez por azar leyera una buena novela, sabría muy bien que le está sucediendo algo”. Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro; hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio. Podemos hacer pasar el quirófano a toda la literatura del pasado para someterla a una cirugía estética, pero entonces dejará de explicarnos el mundo. Y si nos adentramos por ese camino no debería extrañarnos que los jóvenes abandonen la lectura y, como dice Santiago Roncagliolo, se entreguen a la Play Station, donde pueden matar a un montón de gente sin que nadie ponga problemas.

Irene Vallejo. El infinito en un junco, pp. 460-461 (versión de e-book).

Como dicen popularmente “no están ustedes para saberlo, ni yo para contárselos” pero estoy leyendo —lentamente, paladeando cada párrafo como se hace con un buen vino o un excelente single maltEl infinito en un junco, el maravilloso libro de Irene Vallejo. Un best seller multidifundido, que muestra la vida e historia de los libros. La Educación personalizante de hoy nace de mi reciente lectura del capítulo 76, el cual inicia contando una  anécdota referente al año 2011.

Una editorial de Louisville editó las dos novelas más famosas de Mark Twain: Las aventuras de Huckleberry Finn y Las aventuras de Tom Sawyer, eliminando de ellas la palabra nigger, un término despectivo para referirse a la población de color o afroamericana (para no herir las sensibilidades de quienes piensan que negro es una palabra también despectiva).

Vallejo nos cuenta que dicho término fue sustituido por el de esclavo, que les pareció más neutral.

El profesor de Literatura que realizó estos cambios cuenta, según la autora, el dilema que vivió al tener que alterar la obra original por petición de muchos profesores de colegios que consideraban esa  expresión —usada por Twain—  inaceptable en las aulas “por su lenguaje racial ofensivo”.

A partir de esta anécdota, la escritora desarrolla una crítica muy bien fundamentada sobre el enorme riesgo que implica la aplicación de este tipo de censura a las obras literarias según los criterios de la corrección política actual y los daños que puede causar a los lectores en su capacidad para comprender el mundo.

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Esta crítica se ilustra con un recorrido histórico muy amplio en el que Vallejo nos muestra que estos prejuicios y sus consecuentes  decisiones autoritarias de censura, no son exclusivos de nuestra época.

Se encuentran presentes desde Platón, que en su último diálogo Las Leyes, llega a plantear lo que la escritora considera una auténtica “policía poética” para vigilar lo que se escribe y difunde, llegando a afirmar que: “el poeta no podrá componer nada que contradiga lo que la ciudad considera legal, justo, bello o bueno, no podrá darlo a conocer a ningún particular antes de haber sido leído y aprobado por los jueces que para ello hubieran designado los guardianes de las leyes” (pp. 454-455).

Esta persecución contra la libertad de creación literaria y artística en general ha estado presente a lo largo de toda la historia, en prácticamente todos los regímenes autoritarios que buscan siempre mantener alejados a los ciudadanos de todo aquello que consideran dañino, contrario a los valores en los que se cree colectivamente o que se postulan desde el poder, todo para garantizar su apropiación de las conciencias colectivas  y evitar cualquier riesgo de crítica o rebeldía contra lo establecido.

El problema es que hoy —en un mundo globalizado e intercomunicado o, mejor dicho, interinformado por las redes sociales— este riesgo autoritario ha trascendido a los gobiernos y traspasado todas las fronteras, convirtiéndose en una tendencia colectiva y anónima que defiende la tolerancia de forma intolerante y lucha contra las ideologías desde una nueva ideología.

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En efecto, como ya he escrito en algún otro espacio, un fantasma recorre el mundo de hoy y es el de la corrección política disfrazada de progresismo. Un fantasma que está retirando en muchos países los cuentos, novelas, poemas u obras dramáticas clásicas de las bibliotecas públicas y las escuelas o universidades.

Se trata de un fenómeno que pretende, prescindiendo del contexto histórico-social,  cultural e incluso del contexto mismo de la obra —como en el caso de los libros censurados de Twain—, eliminar todo aquello que se considera negativo, excluyente, racista, machista, etcétera,  porque podría hacerle  daño a los niños y jóvenes y deformar sus conciencias al ponerlos en contacto con la maldad humana.

Vallejo nos narra cómo el escritor y humorista Finn Garner nos advertía de este nuevo fantasma al publicar su libro Cuentos de hadas políticamente correctos, a mediados de los años noventa del siglo pasado, en el que, por ejemplo, reformulaba el principio del cuento de Caperucita Roja de la siguiente manera:

“Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en el linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad” (p. 450).

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Si este fantasma continúa avanzando en el mundo, pronto llegaremos a extremos como ese que hoy nos causa risa —aunque me temo que a algunos lectores o lectoras les pueda parecer adecuado y hasta deseable— y eliminaremos de toda la literatura lo que la hace buena literatura, es decir, el hecho de reflejar con claridad, y muchas veces con crudeza, la complejidad de la naturaleza humana constituida por  luces y  sombras, por  actos increíbles de solidaridad y generosidad pero también de enorme crueldad que causa daño y destruye al individuo  y a comunidades enteras.

Porque el ser humano está atravesado entre distintas tensiones provocadas por lo que Morin llama el principio altruista y el principio egoísta, presentes en todos los organismos vivos,  desde los organismos unicelulares en formas más simples, hasta los humanos y las sociedades en formas muy sofisticadas, elaboradas y complejas, difíciles de entender y a menudo imposibles de combatir o erradicar.

Lo que pretende esta dictadura de la corrección política que está llegando cada vez con mayor fuerza a las escuelas en estas formas de censura que eliminan o modifican obras literarias, musicales, cinematográficas, teatrales, etcétera, que presentan expresiones de  complejidad y contradicción humanas y, en otras, como por ejemplo la de evitar que haya ganadores y perdedores o lugares en las competencias deportivas y los concursos diversos para evitar que algún niño o niña se sienta incómoda o triste, es eliminar todo lo negativo, todo el dolor, la crueldad, la injusticia y la frustración que son propias de la vida y están presentes en la sociedad siempre, porque no estamos hablando de seres angelicales, sino de seres humanos.

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A menudo esta dictadura de la corrección política que conduce o pretende lograr una educación indolora se confunde con una educación humanista o personalizante. Nada más equivocado, la auténtica educación humanista, la verdadera educación personalizante es la que prepara a los seres humanos para la vida real, no para la vida imaginaria e idealizada de un mundo sin mal o sin sombras.

La auténtica educación personalizante se vale de estas grandes obras de la literatura o de cualquier otra expresión artística y de hechos históricos de crueldad o violencia para generar aprendizajes significativos que lleven a cada educando y a cada grupo a comprender al ser humano como un ser de luces y sombras, capacitándole para buscar potenciar las luces y combatir las sombras que existirán siempre en su camino.

Como bien dice Vallejo al final de este capítulo, de donde tomo el epígrafe de hoy, si pasamos al quirófano de la purificación a toda la literatura o el arte o la historia humana y las sometemos a una cirugía estética que deje sólo lo bonito y agradable, dejará de explicarnos el mundo y de ayudarnos a facilitar que los educandos puedan comprender el mundo.

El enorme riesgo está en que entonces, como dice también Vallejo citando al escritor Santiago Roncagliolo, las y los niños abandonen la lectura y “se entreguen a la Play Station, donde pueden matar a un montón de gente sin que nadie ponga problemas”.

 

*Foto de portada: Pexels

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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