Lado B
Morir de vida: educación humanizante en pandemia
La educación humanizante tendría que ser, una formación para asumir las paradojas fundamentales de aprender a disfrutar y amar la vida pero al mismo tiempo a aceptar y acoger la muerte, y saber que para que nazcan nuevas realidades tienen que morir otras
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
21 de octubre, 2020
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“La vida es ininteligible si no se apela a la dialógica: el ser vivo vive a la temperatura de su propia destrucción, vive de muerte y muere de vida, es autónomo-dependiente, auto-eco-organizador. La relación entre el individuo humano, la especie y la sociedad es también dialógica: poseemos genes que nos poseen; poseemos ideas y mitos que nos poseen; somos engendrados por la sociedad que engendramos.”

Edgar Morin, Mis demonios, p. 67

El tiempo es un bien escaso y en tiempos de tele-trabajo trabajo en casa o como cada quien le llame y obsesión institucional por mostrar que nada pasa a pesar de que pasa todo, se vuelve uno de los bienes más preciados. Lo mismo en la pandemia, donde caemos en la cuenta de lo frágil que es la vida y de lo esencial que resulta valorar cada minuto que vivimos mientras podamos seguir aquí.

Lo digo porque estoy escribiendo esta Educación personalizante y pienso que vendría bien aprovechar el tiempo y “matar dos pájaros de un tiro” desarrollando una reflexión que tal vez me sirva de guión para la conferencia que voy a impartir el día de mañana jueves sobre el tema de Educación humanizante en pandemia, a la que pueden por cierto registrarse en esta liga: http://bit.ly/EHumanizante 

¿Por dónde entrarle al tema? ¿Cómo relacionar la educación humanizante que he trabajado tanto tiempo con la pandemia en la que he vivido casi siete meses eternos?

También puedes leer: La educación y las dos vidas

Me viene a la mente que el punto de partida puede sonar obvio, pero no es el único posible ni necesariamente el mejor puede ser que nos educamos para irnos construyendo como seres humanos en el mundo, lo que supone educar en la vida y para la vida, pero que la materia prima y la finalidad central de una educación humanizante la vida humana está siempre en riesgo y más que nunca hoy, en medio de la mayor crisis sanitaria de este aún joven siglo veintiuno.

Pienso entonces de manera inevitable en Morin y la paradoja fundamental que plantea a partir de su propia y dolorosa experiencia personal: para que él pudiera vivir, su madre tuvo que morir. Vivimos de muerte y morimos de vida, esta es una ley fundamental.

Esta realidad es la base para entender una educación humanizante: somos seres paradójicos que vivimos de muerte y morimos de vida, seres autónomos y dependientes, seres auto-organizados y eco-organizados, seres que poseemos genes que nos poseen, seres que creamos y poseemos ideas y creencias que a la vez nos poseen, seres que construimos sociedades que a la vez nos construyen.

La educación humanizante, la que prepara a los seres humanos para irse progresivamente humanizando es, tendría que ser, una formación para asumir estas paradojas fundamentales: para que menores de edad y jóvenes  aprenda a disfrutar y amar la vida pero al mismo tiempo a aceptar y acoger la muerte, a saber que para que nazcan nuevas realidades tienen que morir otras, que para que mueran algunas cosas que nos obstaculizan tienen que vivir otras cosas que nos lancen al crecimiento.

Preparar a cada persona en desarrollo para asumirse como ser autónomo que necesita responsabilizarse de su propia existencia y de las y los demás, hacerse cargo de sus realidades pero al mismo tiempo asumir que hay muchas cosas que condicionan o de las que dependen las propias decisiones, que por eso la libertad necesita más de alas que de raíces como decía Octavio Paz, que la libertad es autodeterminación y no indeterminación.

Formar seres humanos con la capacidad autocrítica suficiente para darse cuenta de que poseen ideas, juicios y creencias, pero que hay que estar siempre vigilantes porque esas ideas, juicios y creencias pueden llegar a poseerlos, a apoderarse de ellos y volverlos fanáticos seguidores de una corriente de pensamiento, de una ideología, de un líder político o religioso.

Capacitar a los futuros ciudadanos para saber que ellos serán agentes de transformación de la sociedad y podrán irla re-modelando, pero que también la sociedad en que nacieron y crecieron los ha ido modelando y generando sus marcos de percepción e interpretación que hay que someter siempre a la crítica, pero que no es fácil ni totalmente alcanzable librarse de ellos.

“Intento así integrar, parcialmente, es cierto, y con muchas carencias, mi saber en mi vida y mi vida en mi saber.” (p. 49).

La educación humanizante y en la pandemia más que nunca es la que rompe ese círculo que plantea Elliot en el que el exceso de información hace que perdamos muchos conocimientos y el exceso de conocimiento hace que se nos escape la sabiduría. Porque la educación humanizante, como dice Morin, es la que forma para que los educandos integren parcialmente y siempre con carencias sus saberes en su vida y que puedan articular y orientar su vida desde los saberes científicos, artísticos, filosóficos, espirituales.

Educar para la sabiduría que implica esta doble integración de saber-vida-saber implica concebir el aprendizaje y el conocimiento como un acontecimiento que ocurre en la persona completa y que incluye tanto la dimensión cognitiva o racional como la dimensión emocional o socio-emocional. Para poder integrar el saber a la vida y la vida al saber es necesario integrar lo que se piensa con lo que se siente y tratar de armonizar ambas dimensiones en un tejido existencial complejo.

“no escribo desde una torre que me sustrae a la vida sino en el interior de un torbellino que me implica en mi vida y en la vida” (p. 9).

La escuela y la universidad se han comparado muchas veces con esa torre de marfil alejada y blindada de la realidad externa. Este aislamiento es parcialmente necesario porque el aprendizaje y la formación requieren de tomar distancia y generar espacios reflexivos libres del ruido exterior. Sin embargo, la educación humanizante no puede ser esa torre de marfil porque para educar en la vida y para la vida es necesario dejar que la realidad entre a la escuela y que la escuela salga a la realidad, sobre todo a las realidades o porciones de realidad que contrasten con lo que el educando vive cotidianamente en su mundo muchas veces protegido y otras veces marginado.

La educación humanizante debe lograr la inmersión de cada persona en el torbellino que los implique en su propia vida y en la vida.

Esta educación debe asumir los dos ejes de ese torbellino que como señala Lonergan son la herencia y el descubrimiento. De manera que la educación humanizante necesita comunicar la tradición  cultural no como el cofre de cenizas para rendir culto sino como el fuego que hay que mantener encendido y también promover la innovación y la creatividad que genere lo nuevo. Como afirma Morin, la educación debe enseñar que para que la vida humana siga su dinamismo es preciso “conservar y revolucionar al mismo tiempo” (p. 69-70).

“Nietzche decía: He puesto siempre en mis escritos toda mi vida y toda mi persona…ignoro lo que son los problemas puramente intelectuales”. No soy de los que tienen una carrera sino de los que tienen una vida” (p. 9).

Para lograr generar una educación humanizante, los educadores debemos, como Nietzsche, poner en nuestra práctica educativa toda nuestra vida y toda nuestra persona, dejar de lado la separación entre la carrera y la vida para hacer vida la propia carrera. De este modo, los educadores dejaríamos de vivir de la educación y empezaríamos a vivir por y para la educación, asumiéndonos como seres humanos en proceso, nunca terminados, nunca realizados del todo. El mejor modelo de docente para una educación humanizante es el que como dice Morin, no deja nunca de ser un caminante (p. 201).

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Todas las citas de Morin en este artículo están tomadas de su libro autobiográfico: Mis demonios: http://editorialkairos.com/catalogo/mis-demonios

*Foto de portada: Gustavo Fring | Pexels 

 

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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