Lado B
De la reducción a la comprensión
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
15 de septiembre, 2021
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Reducir a una persona a su pasado es mutilarla de sus evoluciones ulteriores. No se debe reducir al otro ni a lo peor de sí mismo ni a sus faltas pasadas. La tendencia a la reducción es la que nos priva de la comprensión: entre los pueblos, entre las naciones, entre las diversas religiones. Es la que hace que la incomprensión reine en nuestro fuero interno, en la ciudad, en nuestras relaciones con los demás, entre padres e hijos.

Sin comprensión no existe verdadera civilización, sino barbarie en las relaciones humanas. Todavía somos bárbaros debido precisamente a las incomprensiones entre nosotros.

Edgar Morin. Enseñar a vivir, pp. 101-102.

A raíz de una presentación que elaboré el viernes pasado en una mesa sobre el papel de la Filosofía en la educación, en la que centré mi reflexión sobre los dos vectores: sanar y crear (que, por cierto, fueron el tema de las dos entregas más recientes en esta Educación personalizante), una estudiante de licenciatura lanzó una  pregunta que me pareció muy pertinente:

Asumiendo que tanto el vector creativo como el curativo deben estar presentes en todo proceso o sistema educativo de forma articulada —porque se complementan y se corrigen mutuamente—, pero pensando que en determinada época resulta más necesario enfatizar uno u otro, ¿cuál crees que sería el vector que debería tener más peso en las circunstancias actuales de la educación?

Ambos coincidimos en que durante este  cambio de época en el que el mundo vive una crisis de humanidad manifestada en todos los campos que sustentan la  educación,  la idea de ser humano, la noción de conocimiento, la perspectiva ética y la visión de sociedad, atienden al vector más necesario: el descendente, es decir, el de sanar.

Sanar los procesos de creación de los sistemas y los procesos educativos que se han ido desviando por los distintos sesgos en la experiencia, la intelección, la reflexión y la deliberación de la consciencia, que Lonergan señala como riesgos siempre presentes: los de corte dramático o psicológico, los que resultan del egoísmo personal o de grupo, y los que se viven como humanidad cuando se apodera de todo el espacio de explicación del mundo el conocimiento del sentido común que busca lo inmediato, lo práctico y lo útil.

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Después de esta conversación me quedé pensando en la razón de esta coincidencia:  es necesario impulsar la curación de nuestra cultura y de nuestra educación a partir del amor al mundo, a la humanidad y a las futuras generaciones para  que se desprendan los valores necesarios y así poder reorientar los procesos de operación de la educación y convertirlos en una cooperación genuina que apunte hacia fines comunes, a través de proyectos inteligentes y pertinentes que se operen de forma eficiente y comprometida.

Una de las razones más visibles y de gran peso en la desviación de los procesos educativos en nuestros tiempos —y de los procesos humanos, sociales y políticos, en general— es la reducción a la que sometemos a las personas, comunidades, países, culturas, etcétera, por unas tendencias a la sobre-simplificación y a la sobre-generalización, propias de un amplio ciclo de declinación humanitaria.

Todo ello resultado de una  entronización del conocimiento de sentido común práctico, utilitario e inmediato, que se ha desarrollado desde mediados del siglo pasado y se ha recrudecido en estas décadas recientes de globalización económica.

Como afirma la cita de uno de los libros más recientes de Edgar Morin, que sirve de epígrafe a este texto, reducir a las personas a sus acciones pasadas es mutilarlas de sus evoluciones posibles en el futuro. Sin embargo, nuestra educación tiende a reducir a las personas a una de sus características, alguno de sus rasgos o bien a uno o varios comportamientos del pasado.

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En las disciplinas del currículo de los distintos niveles educativos, por ejemplo, en la Historia y en general en las Ciencias Sociales o incluso en la Literatura, se enseña de forma reduccionista, dividiendo a los personajes históricos o de ficción en buenos y malos, eliminando cualquier matiz y desechando de entrada la complejidad de todos los seres humanos.

Dentro de la vida escolar cotidiana, los profesores tendemos a reducir y etiquetar a los estudiantes en inteligentes y no inteligentes, trabajadores y flojos, bien portados o indisciplinados, por  lo que los condenamos a que en el futuro se cumpla la profecía de la etiqueta que les hemos asignado.

Un estudiante “no inteligente” o “no aplicado”, por ejemplo, se convierte automáticamente en sospechoso de plagio o fraude cuando realiza un buen examen o entrega un trabajo de buena calidad. En cambio, un alumno o alumna que se considera “aplicado” o “muy inteligente” tiene de entrada una ventaja, aunque en ocasiones no haga su mejor esfuerzo en los trabajos o tareas asignadas.

Entre las y los educandos se ha venido generalizando también la reducción a partir de la influencia de películas o series —sobre todo estadounidenses— de manera que las y los mismos estudiantes clasifican a sus compañeros en “populares”, “nerds”, “losers”, etcétera., condenándoles con estas etiquetas a comportarse y ser tratados de forma distinta y a menudo discriminatoria, llegando incluso hasta la violencia.

Como afirma Morin: “No se debe reducir al otro ni a lo peor de sí mismo ni a sus faltas pasadas”. En su libro Los siete saberes necesarios para la educación del futuro señala con claridad que no se debe reducir ni siquiera a un criminal a su propio crimen.

Lo anterior no quiere decir que no se busque hacer justicia o que ciertas acciones no sean condenables. Al contrario, resulta obvio que quien comete un crimen debe tener un juicio que lo lleve a reparar el daño causado o a cumplir con cierta sanción legal. Sin embargo, esto no implica que se reduzca a la persona que realizó esta acción ilegal o destructiva a esa forma específica de actuar.

La misma cita hace referencia a que  esta necesidad de evitar la reducción se aplica también a los pueblos, las naciones y las diversas religiones.

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La reducción del Islam, por ejemplo: ciertas interpretaciones radicales y comportamientos terroristas han llevado a la discriminación y la exclusión de la mayoría de las personas que practican esta religión a pesar de no compartir estas visiones y comportamientos. La reducción que hizo el ex presidente estadounidense Donald Trump de los mexicanos como delincuentes, traficantes de drogas y asesinos, condenó a la discriminación y el odio a muchos de nuestros compatriotas que buscaban y siguen buscando en ese país simplemente la oportunidad de trabajar para ganarse la vida y sostener a sus familias.

La tendencia a la reducción de personas, comunidades, culturas o religiones lleva a la incomprensión y, tristemente, es la incomprensión la que predomina en el mundo de hoy; como dice Morin, en nuestro fuero interno, en la ciudad, en nuestras relaciones con los demás, entre padres e hijos, en las relaciones de pareja y también en las relaciones entre los distintos grupos o partidos políticos dentro de un país y en las relaciones entre distintos países que han llevado históricamente a conflictos y guerras, causando dolor, destrucción y muchas víctimas inocentes.

Continúa el pensador francés afirmando que, “sin comprensión no existe verdadera civilización sino barbarie en las relaciones humanas” y si volteamos hoy la mirada hacia el mundo o miramos la enorme  polarización que priva en nuestra convivencia social dentro de nuestra patria, podemos concluir, como él, que “todavía somos bárbaros debido precisamente a las incomprensiones entre nosotros”.

Para salir de la barbarie necesitamos construir una educación que evite la reducción y promueva la auténtica comprensión entre las personas, los grupos y comunidades humanas y los países. Esta es una de las razones principales por las que considero que el vector de curación es el que tiene mayor peso y urgencia en nuestros días. Porque seguimos siendo bárbaros en nuestras relaciones humanas y políticas y necesitamos formar a las nuevas generaciones para desarrollar una genuina civilización en la que la comprensión ocupe el espacio que hoy domina la reducción.

*Foto de portada: fauxels | Pexels

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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