Lado B
El monstruo debe morir: machismo y sistema
Tenemos una sociedad machista y discriminadora. También una sociedad clasista y racista. Y esos adjetivos no caben en un país que aspira a ser democrático. 
Por Juan Manuel Mecinas @jmmecinas
09 de marzo, 2020
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Juan Manuel Mecinas

@jmmecinas

[dropcap]E[/dropcap]l machismo debe terminar. Debemos construir una nueva realidad, porque el cincuenta por ciento de la población no puede seguir sufriendo acoso en todos los espacios y debe gozar de todos los derechos que cualquier otro miembro de la sociedad tiene. 

Tenemos una sociedad machista y discriminadora. También una sociedad clasista y racista. Y esos adjetivos deben dejar de ser la constante en un país que aspira a ser democrático. 

No es tarea fácil. Los hombres no deben sentarse y contemplar a las mujeres mientras derriban un sistema que sencillamente las ha oprimido. 

Todo lo contrario: deben cooperar para que nunca más haya una muerta por el solo hecho de ser mujer. La cooperación pasa por la casa, por el trabajo, por las aulas, por los medios, por el respeto y la conciencia de la otra como ente con dignidad.

El monstruo debe morir. Machismo y sistema

Foto: Ámbar Barrera

Los prejuicios son numerosos: son de tipo religioso, familiar, social. Van desde la forma de vestir hasta el concepto mismo de sentirse “hombre”. Y exactamente en ese punto el cambio social y familiar debe ser mucho mayor. Dejar atrás el modelo de hombre como “Pepe, El Toro”, dejar de lado la homofobia, terminar con el bullyng por la preferencia sexual, por ejemplo, son algunos aspectos que no pasan exclusivamente por el aro de la política pública, sino sobre todo por los ámbitos familiares y sociales. 

Es también una cuestión de educación y de impunidad. El Estado debe impulsar políticas públicas que combatan la discriminación, el acoso y el hostigamiento constante que sufren las mujeres. 

Y debe castigar especialmente la violencia intrafamiliar y el feminicidio. Mientras esos aspectos no se destierren y se castiguen, la violencia más cruel que se perpetra contra las mujeres no cesará. 

La impunidad hace que “el machito” crea que puede golpear a cualquiera sin consecuencias. 

Y ni se diga de la complicidad del gobierno. Por ejemplo, su contubernio con los enormes y poderosos grupos de trata de mujeres que esclavizan a quienes deberían encontrar protección del Estado, pero solo encuentran contubernio con los criminales. 

Es corrupción y son ganancias. Por eso, se debe exigir a las autoridades locales que cierren los prostíbulos o a las federales que cancelen las cuentas bancarias de sus dueños o encargados. 

Una buena parte de la idea de que “el machito” puede ser dueño del cuerpo de la mujer, pasa por el hecho de que puede comprar el cuerpo de ella con unos cuantos pesos. El Estado no solo ha contemplado como cómplice esta situación, sino que la ha alentado como encubridor. Presidentes municipales y gobernadores por igual. Nadie de la clase política gobernante se salva. Por eso, es esencial exigir cambios en este sentido. Y es tarea de todos.

Se trata de lo que la sociedad esté dispuesta a cambiar. Se trata de demandar de todos los miembros de la sociedad que dejen de hacer una distinción entre quienes tienen vagina o pene. Es un sistema entero el que debe cambiar. Y la labor no puede ser solo de las mujeres. 

[pull_quote_right]Tenemos una sociedad machista y discriminadora. También una sociedad clasista y racista. Y esos adjetivos deben dejar de ser la constante en un país que aspira a ser democrático. [/pull_quote_right]

Los pequeños pasos deben darse desde la sociedad. Mucho más si se toma en cuenta que el gobierno a veces no ve y a ratos es torpe para poder asumir su papel. 

No necesitamos esperar a políticas públicas o programas desde el gobierno para empezar a impulsar cambios que conduzcan a una sociedad de iguales. El sistema debe caer. Y debe empezar a caer desde casa, la escuela y el trabajo. Desde el espacio que parece menor e insignificante. 

Porqué esperar que el gobierno resuelva un problema social llevará más tiempo. Y la situación es crítica. Las soluciones contra la discriminación no pueden aplazarse. Menos aun cuando las soluciones dependen también de nosotros. De todos nosotros.

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Autor Lado B
Juan Manuel Mecinas
Profesor e investigador en derecho constitucional. Ha sido docente en diversas universidades del país e investigador en centros nacionales y extranjeros en temas relacionados con democracia, internet y políticas públicas.
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