Lado B
8M. Despatriarcalizar las universidades
Como institución moderna la universidad se encuentra enraizada a violencias estructurales de tipo colonial, racista, clasista, capacitista y patriarcal
Por Espacio Ibero @
22 de marzo, 2023
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Dra. Yennifer Paola Villa Rojas | Espacio Ibero*

En América Latina crecemos las mujeres con el temor constante a salir de casa o volver a ella; en momentos, ni siquiera el hogar es un lugar de cuidado, mucho menos las instituciones educativas, específicamente, las universidades. Como institución moderna la universidad se encuentra enraizada a violencias estructurales de tipo colonial, racista, clasista, capacitista y patriarcal; las cuales, insisten en aniquilar cualquier diferencia e imponen un quehacer pedagógico marcado por la hostilidad. 

Ejemplo de ello, están los sentidos de formación encargados de replicar -descaradamente- los regímenes políticos heterosexuales, el silencio ante violencias de género, usar como argumento la existencia de “un conocimiento neutral, objetivo y universal” para no debatir sobre currículos misóginos o sexistas.

Además, políticas de ignorancia transforman en innombrables preguntas frente a procesos de ingreso, permanencia y egreso diseñados para cualquier “ser humano”; sin embargo, suelen legitimar solo un tipo de sujeto “educable”.

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Es así como, los modos en que hemos sido o somos educadas conlleva a habitar una cancha desigual, esto es, precisamos mayores esfuerzos nosotras -más gasto de energía- para lograr obtener lugares de reconocimiento o cumplir metas de aprendizaje en comparación a los varones. En esta misma línea argumentativa, retorno a mi quehacer como maestra universitaria. 

Allí, hace unas semanas en clase realicé el taller Mapas de relieve (María Rodó, 2014) encontrando que las mujeres jóvenes -estudiantes de licenciatura- pierden bienestar al salir de casa, pues en la calle y en los antros experimentan un constante temor-angustia a que “algo pueda pasar”; un grupo pequeño señaló la casa como controversial, es decir, que no siempre es un espacio seguro. 

Por otro lado, la universidad fue más compleja de cartografiar al ser señalada como opresiva, controversial y neutral, ya que está dividida en pequeños espacios donde las estudiantes pueden sentir un elevado malestar ante sus transgresiones al género en los baños, expresiones del erotismo lésbico en pasillos o al confrontarse con el reiterativo estigma hacia cuerpos feminizados de tener menor ‘capacidad cognitiva’ o ‘desempeño académico’, en comparación con sus compañeros.

También, se hicieron presentes narrativas sobre el ‘régimen de normalidad mental o psicosocial’, dentro del cual se ignora la necesidad de apoyos pedagógicos o socioeducativos en las aulas de clase y, por el contrario, es un “deber” que atiendan a los disímiles compromisos académicos en el mismo tiempo-forma sin importar sus fragilidades. Igualmente, en el relato de mujeres jóvenes indígenas surgió el sobreesfuerzo por posicionar sus saberes y conocimientos ante planes de estudio modernos-coloniales pensados con base en un “natural” atraso sobre sus comunidades. 

Otras por su parte, subrayan el ser atravesadas por miradas que manchan, pues sus maneras de vestir, medio de transporte usado para llegar a clases, lenguaje o conductas son distantes a lo esperado desde el privilegio de clase. Vale mencionar que, solamente un hombre joven trazó su mapa en el bienestar completo, por lo que ninguno de los marcadores de diferenciación analizados -género, sexualidad, edad, lugar de origen- al operar en espacios cotidianos logró alterar su percepción de seguridad o su ‘sentirse a gusto’.

Por todo ello, la conmemoración del 8M entraña el hacer memoria sobre quienes han luchado por vidas dignas de todos y todas, al mismo tiempo; provoca politizar nuestra experiencia como mujeres en clave de exigir transformar el mundo, pues este nos duele demasiado. Nuestros dolores entonces, ante las violencias institucionales, ya no son un asunto exclusivo de las jóvenes estudiantes; también, “nos” compromete a las académicas como trabajadoras asalariadas, del mismo modo, exige la escucha y encuentro con otras compañeras pertenecientes al trabajo doméstico, intendencia y áreas administrativas en una búsqueda de comunes. Subrayo cómo solamente en colectivo es posible la liberación y la posibilidad de vivir sin miedo.

Finalmente, ¿qué exigimos? ¡DESPATRIARCALIZAR LAS UNIVERSIDADES! Sí, colocar en el centro de la formación los problemas cotidianos que implican comprender cómo opera el sexismo, la misoginia y el patriarcado; sospechar sobre la pedagogía moderna donde nuestras experiencias son despreciadas al ser asumidas como esencialismo; también, encarar la transformación curricular no solamente bajo fines de excelencia y calidad, por el contrario, situados en la justicia epistémica al formar licenciadas y licenciados en clave de futuro. Asimismo, configurar colectivamente estrategias para sanar las heridas dejadas por la violencia machista, lo cual, insta a una reflexividad e historización constante sobre los sentidos de ser comunidades universitarias hoy.


*La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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