Lado B
Sanar y crear en educación (II)
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
08 de septiembre, 2021
Comparte

El desarrollo humano también se da desde arriba hacia abajo. Existe la transformación del enamoramiento; el amor familiar, el amor humano hacia los de la propia tribu, de la propia ciudad, del propio país, de la humanidad (…) Allá donde el odio no ve más que el mal, el amor descubre valores; y pide una adhesión inmediata, vivida con alegría, cualquiera que sea el sacrificio implicado. Allá donde el odio refuerza las desviaciones, el amor las disuelve, como quiera que estén ligadas con nuestras motivaciones inconscientes, con nuestro egoísmo individual o colectivo, o con las desviaciones de nuestro sentido común miope y pretencioso. Allá donde el odio gira en círculos viciosos cada vez más estrechos, el amor rompe las cadenas de los determinismos psicológicos y sociales, con la convicción de la fe y el poder de la esperanza.

Bernard Lonergan. Sanar y crear en la historia, p. 7.

La semana pasada dediqué esta columna a escribir la primera parte de mi aplicación personal a la educación sobre la lectura de un texto muy iluminador de Bernard Lonergan S.J. (1904-1984) acerca de lo que considera dos vectores fundamentales en la educación: el de la sanación o curación y el de la creación. Esa columna se centró en el vector creativo, indispensable hoy en el mundo, que no ha logrado construir el sistema que necesitamos para sobrevivir, ni el sistema educativo que prepare a los ciudadanos del futuro, capaces de construir esa nueva organización de la convivencia humana sostenible.

El día de hoy me ocuparé del segundo vector que es el de la sanación o curación de una realidad educativa que está reproduciendo las desigualdades, la violencia, la discriminación, la exclusión y la cultura machista que han tenido históricamente al país dividido entre una minoría que goza del mayor porcentaje de la riqueza nacional y grandes mayorías que carecen de las condiciones indispensables para sobrevivir: vivienda, salud, nutrición, cultura y educación.

Para Lonergan, el vector creativo es el ascendente, el que va desde la experiencia que nos proporciona los datos de la realidad en que vivimos, pasando por la inteligencia que los relaciona de manera más o menos coherente y nos ayuda a comprenderlos, por la reflexión crítica que genera conocimiento de la realidad y de la deliberación ética, que aprehende el valor de las distintas realidades y situaciones que nos presenta la existencia para tomar las decisiones que van configurando nuestro proyecto vital.

De ese vector, su urgencia y pertinencia, hablé la semana pasada, en la que recuperé el planteamienro del filósofo canadiense que nos dice que el camino cuesta arriba de la creación requiere no solamente de un acto de entender aislado, sino de muchos, que además tengan que combinarse y articularse de forma cooperativa de modo que se vayan completando y corrigiendo entre sí. Esto hasta llegar a influir en las políticas y planes de acción que produzcan resultados con insuficiencias que, a su vez, serán corregidas por nuevos actos de intelección coordinados, que conducirán a nuevas políticas y planes de acción mejorados.

Pero este círculo virtuoso no siempre funciona así. Existen los sesgos o desviaciones de la consciencia que pueden con frecuencia distorsionar el proceso de creación de los actos de intelección debido a cegueras de carácter psicológico, a intereses egoístas individuales o de grupo, a la desviación producida por la absolutización del conocimiento práctico, inmediato y utilitario del sentido común sobre los conocimientos especializados de las distintas disciplinas.

Estas desviaciones del proceso creativo ocurren también en la búsqueda de un sistema educativo que responda realmente a las necesidades formativas de los seres humanos de este cambio de época. En este camino, y muy claramente en nuestra historia nacional, ha habido desviaciones debidas sobre todo a la subordinación de la búsqueda pedagógica auténtica a los intereses políticos de quienes han detentado el poder a lo largo de nuestra historia como país.

Es por eso que se requiere del vector sanador o de curación. Este vector es el que se da desde arriba hacia abajo: desde el amor humano hacia “los de la propia tribu, de la propia ciudad, del propio país, de la humanidad”, de manera que cuando el vector creativo se desvía y el odio o la polarización “no ve más que el mal, el amor descubre valores; y pide una adhesión inmediata, vivida con alegría, cualquiera que sea el sacrificio implicado”.

Como dice Lonergan, “donde el odio refuerza las desviaciones” del proceso creativo, el amor las disuelve”, ya sea que se deban a nuestras motivaciones inconscientes, a nuestros intereses egoístas individuales o de grupo o a nuestra desviación general como humanidad que mira todo desde el sentido común que valora únicamente lo práctico, inmediato y útil.

El odio o la polarización guiada por nuestros intereses o desviaciones individuales o colectivas produce y regenera continuamente círculos viciosos cada vez más cerrados, pero dice el filósofo que el amor rompe las cadenas “de los determinismos psicológicos y sociales, con la convicción de la fe y el poder de la esperanza”.

Te sugerimos: Ante contagios, ocultan datos y vuelven a clases en la Mixteca poblana

En el proceso creativo que ha tenido destellos en algunos momentos de nuestra historia como país pero que, en general, a pesar de las catástrofes formativas que han dado origen a la enorme catástrofe social y cultural que hoy vivimos, han prevalecido los odios, la polarización entre intereses políticos y económicos encontrados, el ansia de control corporativo del magisterio y muchas otras cosas que han obstruido la posibilidad de emergencia de estos actos de intelección combinados y articulados, que produzcan la cooperación indispensable para lograr tener una educación de calidad y con equidad.

Es por esto que se requiere del vector curativo, que produce desarrollo humano de arriba hacia abajo, desde el amor genuino por la niñez y por el país que descubra los valores necesarios para llegar a la generación de conocimiento pertinente, de formas de organización y de sistematización que enriquezcan la experiencia vital de educandos y educadores y sirvan de motor para regenerar el proceso creativo que hoy está viciado y en proceso de decadencia.

La curación, dice Lonergan, no debe confundirse con el dominio y la manipulación, y tiene además que conciliarse con “la exigencia extrínseca de un proceso creativo que vaya al paso con ella. Porque así como el proceso creativo, si no está acompañado por el curativo se distorsiona y se corrompe con las desviaciones, así también el proceso curativo, si no viene acompañado del creativo, no es más que un alma sin cuerpo”.

De esta manera, los dos vectores, el ascendente —creativo— y el descendente —curativo— están ligados de manera estructural y tienen que complementarse armónicamente para producir un auténtico desarrollo.

Ante la catástrofe educativa que vive el país, resulta urgente generar un proceso creativo que sea capaz de construir el sistema que forme a los futuros ciudadanos con las capacidades y el compromiso ético para transformar la realidad y construir una sociedad más justa y humana, donde no solamente se pueda sobrevivir sino vivir humanamente. Pero para corregir las desviaciones a las que está expuesto este proceso creativo, resulta indispensable articularlo con el vector curativo o sanador que, a partir del amor auténtico a las nuevas generaciones, las forme en valores que les permitan generar proyectos de vida y de convivencia auténticamente humanos.

Creo que he citado en algún otro texto este fragmento de Hannah Arendt que, me parece, sintetiza de manera magistral y poética esta conjunción de ambos vectores para salvar de la crisis a la educación. Vale la pena cerrar con él para quedarnos reflexionando sobre este tema:

«La educación es el lugar en el que decidimos si amamos al mundo lo bastante como para asumir su responsabilidad y, por la misma razón, salvarlo de esa ruina que, de no ser por este renovarse, de no ser por la llegada de lo nuevo a salvarlo, sería inevitable. Y la educación también está donde decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no expulsarles de nuestro mundo y dejarles a merced de sus propios recursos, para no arrebatarles su oportunidad de emprender algo nuevo, algo que no hemos previsto, sino prepararles con antelación para la tarea de renovar un mundo común». (Hannah Arendt. La crisis de la educación moderna, p. 53).

*Foto de portada: Pragyan Bezbaruah | Pexels

Comparte
Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
Suscripcion