Lado B
Educación, conservación y revolución
La educación que transite hacia una visión de complejidad debería pensar e instrumentar el eje conservador-revolucionante en sus fundamentos pedagógicos
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
20 de noviembre, 2018
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Foto tomada de Transilvaniabald

Martín López Calva

“Es preciso promover las acciones conservadoras para fortalecer la capacidad de supervivencia de la humanidad y al mismo tiempo, es preciso promover las acciones revolucionantes inscritas en la continuación y el progreso de la hominización”

Edgar Morin. Educar en la era planetaria, p. 125.

Hace unas semanas, dentro de la trilogía de artículos acerca de la escuela, abordé el tema de la institución educativa como conservadora y revolucionante. Quiero complementar esta relación entre conservación y revolución en la Educación personalizante de esta semana, porque considero que esta visión compleja resulta muy necesaria en nuestro contexto actual.

Nuestros tiempos están marcados por el cambio constante y acelerado en todos los ámbitos de la vida humana. Hoy en día, la única constante es el cambio, dice el slogan reiteradamente repetido en reuniones, cursos y conferencias de corte empresarial. No estamos viviendo una época de cambios sino un cambio de época, decía Xabier Gorostiaga S.J., así como repiten ahora muchos pensadores y analistas.

En este contexto, el verbo “conservar” y el adjetivo “conservador” han ido adquiriendo connotaciones negativas y aún peyorativas porque hablan de mantener y defender elementos tanto de la sociedad como de la cultura que se consideran valiosos y están amenazados por el embate de este dinamismo que pretende arrasar con todo lo que suene a herencia o tradición.

Pero como dice una frase muy conocida, no todo lo nuevo es bueno ni todo lo bueno es nuevo. En efecto, las novedades que se proponen en los diversos campos de la vida no los hacen necesariamente mejores a lo que fueron en el pasado. Incluso, muchas de las cosas buenas que tenemos actualmente no son producto de cambios o innovaciones.

Como decía mi maestro Ricardo Avilés, el ser humano es ya y todavía no. Es decir, es un ser en permanente desarrollo pero este desarrollo está siempre sustentado en lo que ya se ha alcanzado, de manera que el crecimiento y la realización de las personas es un camino acumulativo –que va sumando experiencias, ideas, conocimientos, valoraciones, decisiones, acciones–, y progresivo –que va paulatinamente siendo más amplio, más comprehensivo, más profundo, más rico– desde lo que ya se es, hacia lo que se desea y se puede llegar a ser.

En este camino de desarrollo humano está siempre en el centro la dialógica del acto moral que, según Edgar Morin, está compuesto por la tensión entre el riesgo y la precaución. De esta manera, cada valoración, decisión y acción humana –que es siempre acción moral porque tiene implicaciones humanizantes o deshumanizantes– conlleva siempre la necesidad de sopesar qué tanto se quiere y se puede arriesgar lo que ya se tiene, lo que ya se puede y lo que ya se es, con el objetivo de avanzar hacia un estado mejor de existencia, esto es, hacia una situación en la que se tenga un poco más, se pueda un poco más o se sea un poco mejor.

Ya y todavía no, riesgo y precaución, son pares de fuerzas en tensión que forman parte de la estructura humana de lo propio de la existencia de la especie homo sapiens-demens. En ese sentido, existe siempre una tensión constructiva o destructiva entre conservación y revolución, entre continuidad y cambio en la vida personal, comunitaria, social y planetaria.

Es por ello que en su libro Educar en la era planetaria, el padre del pensamiento complejo plantea el eje conservador-revolucionante como uno de los pilares para salvar a la humanidad, realizándolo en estos tiempos de peligros sistémicos y crisis que requieren de un trabajo profundo de reforma del pensamiento, vida, civilización, espíritu y moral de la humanidad.

Se trata, como dice el epígrafe de esta Educación personalizante, de promover las acciones conservadoras orientadas a favorecer la capacidad de supervivencia de la humanidad, es decir, de un trabajo de carácter vital que preserve todos los elementos de la herencia histórica y cultural acumulados por milenios para lograr sobrevivir a los enormes peligros que plantean las crisis ecológicas, económicas, políticas y culturales que hoy se viven en el mundo.

El trabajo de promoción de las acciones conservadoras tiene que distinguir, como bien afirma Morin, la tendencia conservadora estéril de carácter estático, dogmático y rígido que, más que ayudar a la supervivencia de la humanidad, la pone en mayor riesgo. Ya que se trata de una reacción de miedo y protección frente al futuro, de la tendencia conservadora vital que es dinámica, crítica y flexible porque recoge el fuego vivo de la tradición y lo pone al servicio de la construcción de la innovación.

Pero, simultáneamente a este impulso de acciones conservadoras, hay que trabajar arduamente en la promoción de las acciones revolucionantes que apoyen el progreso de la hominización hacia una auténtica humanización de las personas, las sociedades y la especie.

 

“La directriz de este eje estratégico es el despliegue de una acción paradójica, porque toda acción conservante requiere del complemento de una acción revolucionante que asegure la continuación de la hominización. Y toda acción revolucionante requiere a su vez, una acción conservante de nuestros patrimonios biológicos, de nuestras herencias culturales y de civilización”

Edgar Morin. Educar en la era planetaria, p. 126.

 

Este trabajo hacia el auténtico desarrollo de la humanidad implica el despliegue de una acción paradójica porque las acciones conservadoras, dice el pensador francés, requieren de un complemento de acciones revolucionantes que garanticen la continuidad de la hominización y, de la misma forma, todas las acciones revolucionantes necesitan de una acción conservante o conservadora del patrimonio biológico, psicológico, cultural y civilizatorio.

En un contexto que enfatiza y absolutiza el cambio por el cambio, la visión compleja de Morin sobre este eje conservador-revolucionante necesario para el desarrollo de la humanidad resulta muy pertinente y necesario para evitar la simplificación, el desprecio y destrucción de este patrimonio humano que ha costado siglos de caminar en su búsqueda.

Como parte de este sistema-mundo en crisis profunda, la educación ha sido permeada por esta perspectiva que absolutiza el cambio y rechaza la visión conservadora. Una prueba de esto es que hoy en día se habla de la educación tradicional como un paradigma indeseable que debería estar superado y del que no tendría que quedar ninguna huella.

De manera simbólica se ha pasado de una visión centrada en la enseñanza, en el profesor y en el conocimiento, esto es, en los elementos que simbolizan el eje conservador, hacia una visión centrada en el aprendizaje, en el estudiante y en los desempeños prácticos, es decir, en los elementos que tienen que ver con el eje innovador o revolucionante.

Este cambio de paradigma educativo ha implicado el sacrificio de las disciplinas que tienen que ver con la conservación del patrimonio de la humanidad como la Filosofía, la Lógica, la Historia, las Bellas Artes y la Literatura, a cambio de la magnificación de las disciplinas que se consideran más relevantes para el cambio o la innovación como las Tecnologías de Información y Comunicación, el Inglés, las disciplinas de corte administrativo o económico y la absolutización del aprendizaje práctico.

Pero como ya he escrito otras veces en este espacio, desde la visión de Lonergan, la Educación es una actividad que se produce en la articulación armónica y dialógica entre la herencia y el descubrimiento. Así es, entre el aprendizaje significativo de todo el patrimonio de la humanidad y el desarrollo de procesos creativos que vayan enriqueciendo y haciendo progresar este patrimonio.

De manera que la educación que transite hacia una visión de complejidad debería pensar e instrumentar el eje conservador-revolucionante en sus fundamentos pedagógicos, en sus estructuras, diseños curriculares y en el planteamiento de los procesos educativos.

Un primer paso sería evitar la dicotomía entre profesor o estudiante, enseñanza o aprendizaje, conocimiento o desempeño práctico, y trabajar desde la perspectiva de una educación centrada en la relación entre docente y estudiante, en la articulación entre enseñanza y aprendizaje y en la vinculación entre conocimiento y aplicación práctica.

Otro paso esencial sería el de la integración armónica en los planes de estudio, de las disciplinas encargadas de la conservación y enriquecimiento de la herencia de la humanidad –que podemos englobar en las Artes y las Humanidades– con las disciplinas o asignaturas de carácter práctico y de enfoque hacia la innovación.

Educar para la humanización implica hoy conservar y revolucionar.

*Foto de portada tomada de Anagrama Comunicación

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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