Ignacio Jaime sufrió un atropello en 2007 por lo cual debe caminar con muletas y consumir morfina. Cansado de las escasas oportunidades laborales para los discapacitados, la discriminación y los problemas de acceso a medicamentos, decidió viajar a pie como protesta desde Antofagasta hasta Santiago, atravesando 1.378 kilómetros y el desierto más árido del mundo. Demoró 173 días en cumplir su objetivo
“¿Dónde queda la Plaza de Armas?”, pregunta Ignacio Jaime a un agente policial que le responde sin ocultar su cara de extrañeza. Ignacio no pasa desapercibido. Va vestido con camuflaje militar, en su espalda carga una pesada mochila y camina apoyado de dos muletas. Una tercera muleta amarrada a su bolso, lleva una bandera chilena flameando. Es como una mezcla de veterano de guerra y soldado japonés antiguo.
Son las 8 de la mañana e Ignacio está a punto de llegar a su meta. Después de recorrer a pie 1.378 kilómetros atravesando el desierto más árido del mundo, su destino es el kilómetro 0 que marca la Plaza de Armas de Santiago. Se le descompuso el GPS, por lo que no está seguro de qué calles tomar para llegar hasta el centro de Chile, así que le pide indicaciones a un policía que lo mira absorto y que apenas le cree su aventura.
En la plaza lo esperan algunos activistas de la ONG Sutra, quienes luego lo acompañan hasta La Moneda, la casa de gobierno que queda a unas cuantas cuadras. Obviamente van a pie, a esta altura sólo son unos pocos metros más.
Los carabineros de la Guardia Presidencial lo reciben incrédulos. A pesar de que su camino ha sido cubierto por algunos medios de comunicación nacionales e internacionales, en la capital son pocos los que conocen el reto de Ignacio y su propósito. Después de escuchar su historia, es acompañado por dos carabineras hasta la oficina donde se solicitan las audiencias presidenciales. Las policías le dicen que lo que hizo es admirable mientras unos turistas japoneses le toman fotografías, pero una vez en la oficina, la burócrata de turno le informa que en cuatro meses más le responderán si la Presidenta puede recibirlo. Ignacio ríe. Acaba de cruzar un tercio de Chile a pie en 173 días, así que esa extraña sensación de felicidad por el logro le impide enojarse con la funcionaria presidencial, a pesar de que meses antes, mientras iba en la mitad de su camino, un alto cargo del Ministerio de Desarrollo Social le pidió que dejara su travesía-protesta, porque estaba poniendo en riesgo su salud y porque se vería muy mal si le pasaba algo. “La presidenta ya sabe de ti y se quiere reunir contigo”, le aseguró.
–Pero cuando llegué a La Moneda, me di cuenta que no era así.
Ignacio le pasa a un guardia presidencial una goma de apoyo de una de sus muletas, un pedazo de bandera y una carta. –Entrégueselos a la Presidenta por favor.
El 17 de septiembre de 2014 Ignacio partió desde Antofagasta. Subió la empinada cuesta de La Negra y comenzó a internarse en el desierto. Por recomendación de los camioneros, lo hizo medio kilómetro alejado de la ruta. Esto porque las jaurías de perros salvajes transitan cerca de la carretera buscando la comida que le dejan los transportistas. Por lo mismo, en las frías noches desérticas no hacía fogatas ni prendía luces. Dormía poco, un efecto común en los dependientes de la morfina.
Y justamente el acceso a la morfina fue uno de los detonantes de la travesía del antofagastino, aunque no la principal causa.
En 2007, Ignacio, analista informático y aficionado al Kung Fu, es atropellado en Antofagasta mientras cruzaba por un paso de cebra. Entre sus múltiples lesiones, su pierna derecha sufre una fractura expuesta y le insertan una placa. La cirugía no cicatriza bien, se infecta y los dolores lo obligan a ser tratado con morfina por el resto de su vida. Pero -según relata- en 2013 es borrado de los registros de pacientes que deben recibir ese medicamento en la Mutual de Seguridad. Ignacio comienza a reclamar pero golpeándose una y otra vez contra la institucionalidad. Antes se le había declarado con un 15% de discapacidad, es decir como apto para trabajar, aunque cada vez que postula a alguna empresa, lo envían a someterse a exámenes médicos y terminan descartándolo. Con muletas y dependiente de la morfina, imposible ser aceptado.
-Camina por el desierto. Tú puedes, fuiste instructor de Kung Fu. Además no eres sólo tú, son miles– le dice un amigo.
Ignacio acepta el desafío. Para hacer la travesía subió a 100 kilos (36 los bajó en el camino). Tomó cursos de primeros auxilios y geolocalización. También comenzó a comprar el equipo de a poco. Primero el traje Kevlar que era lo más caro, después los trajes proper, los tres GPS -uno de ellos iba adherido a su pierna para que lo encontraran si se perdía-, paneles solares, camelbak para el agua y raciones militares.
Para bañarse mezcló alcohol, agua y perfume barato que se lo untaba con toallas húmedas. Para los dientes además del cepillado, llevó clavos de olor.
[quote_right]En las noches debía refugiarse del frío sin posibilidad de prender fuego. En el día, para aguantar las temperaturas sobre 30 grados, excavaba un hoyo en la tierra. Así el viento cálido le pasaba por encima[/quote_right]
Primero se puso como meta cruzar el desierto para después viajar a Santiago a efectuar una demanda contra el Estado por negarle el derecho a una salud digna y la reinserción. Finalmente decidió que llegaría hasta las mismas puertas de La Moneda.
40 días se demoró en arribar a Taltal, la primera ciudad después de salir de Antofagasta. Fue el tramo más duro. En las noches debía refugiarse del frío sin posibilidad de prender fuego. En cambio en el día no podía avanzar en las horas de mayor calor. Para aguantar las temperaturas de sobre 30 grados, excavaba un hoyo en la tierra. Así el viento cálido le pasaba por encima.
-Yo no bebo alcohol, pero veía pasar los camiones de cerveza Cristal y me daban ganas. Lo mismo con la Coca Cola. Quedé traumado.
Carabineros lo fue a ver a solicitud de un médico de la Mutual. –No te podemos detener y valoramos lo que estás haciendo- le dijeron.
“El médico después me llevó un botiquín para tratar una herida que me hice en la pierna. Por el peso de la mochila, se produjo fricción entre la pierna y mi bota, formándose una llaga”.
En la Mutual decidieron monitorear su viaje. -La acción que emprendió el señor Ignacio Jaime Carrasco es muy excepcional, demuestra una gran valentía, pero implicaba riesgos muy serios a su salud, por lo que no dudamos en estar cerca de él- explica el doctor Arturo Saravia, director del Centro de Salud Antofagasta de esa institución. Sobre el conflicto por la morfina, se excusó de dar información, debido a la “confidencialidad que se debe tener sobre los datos del paciente”.
Los automovilistas que lo veían día a día en el camino empezaron a tejer rumores. “¿Será un militar que anda desactivando minas antipersonales?, ¿será un ermitaño?, ¿será un burrero transportando droga?”. Como Ignacio se acerca un par de veces al día a pedir agua, lo empiezan a conocer y apoyar.
Llegando al pequeño puerto de Chañaral, ya su historia había traspasado las fronteras chilenas gracias a un artículo en la BBC de Londres.
A 10 kilómetros de Copiapó un taxi se estaciona junto a Ignacio. Es de una radio local que lo quiere transportar hasta su estudio y ayudarlo a ahorrar algunos kilómetros. Ignacio se niega. No andará en vehículo ni un metro de su trayecto hasta Santiago.
Al llegar a Copiapó, lo esperan 300 personas, algunos de ellos niños discapacitados. –Cuando grande también quiero cruzar el desierto- le dice uno de ellos.
En pueblos y ciudades la gente lo recibe como un héroe. Lo invitan a casas, se sacan fotos con él, algunas mujeres incluso le piden besos en la boca y le entregan pequeños regalos. Un niño le da una pulsera, otro le da su reloj, una mujer le regala un cuchillo multiuso y otra un denario. Durante el viaje lo llaman constantemente quienes lo van conociendo en el camino y a Santiago llega con más de dos mil teléfonos.
–Como informático, siempre fui un poco solitario. Ahora aprendí a conocer a la gente y hacer amigos.
Ignacio empieza a descubrir las realidades de discapacitados en los pequeños pueblos del norte chileno. En Quebrada Seca, deja uno de sus bastones de repuesto a una anciana de una posada y en Camarones conoce un dializado que recibe 70 mil pesos de pensión.
La gente le pregunta por qué hace esto.
-¿Qué quieres?
-No quiero nada para mí.
-¿Quieres plata?
-Quiero que la situación mejore para los discapacitados. Hace poco se aumentó el sueldo a los concejales, pero a los discapacitados no se les aumenta la pensión desde la época de Pinochet. Hay discapacitados viviendo en la miseria, abandonados por sus familias…
En su caso, Ignacio no tiene ni quiere una pensión, sino que se le dé la posibilidad de trabajar. Para él es ilógico que ni siquiera en el Servicio Nacional de Discapacidad o la Oficina Municipal de Discapacidad haya una planta aceptable de personas con capacidades diferentes.
Llegando al límite de La Serena un vehículo se detiene al lado de Ignacio.
-Mi señora quiere conocerte y me obligó a perseguirte. Le preguntó a un camionero dónde andabas. Gracias a ti mi señora cambió. Ella tiene un cáncer y cuando supo de tu caso, dijo “si ese hombre viene caminando por el desierto y es discapacitado, cómo yo me voy a echar a morir”.
Se sacaron una foto con él y se despidieron.
En la Cuarta Región nuevamente la ruta se le pone dura. Sufre una fractura en un dedo del pie y una bursitis, pero a la vez recibe el cariño de personas que nunca había visto en su vida. En la Navidad y el Año Nuevo lo invitan a cenar a diferentes casas y además los bomberos le van a dejar jugo y Pan de Pascua. -Lo vi en la tele. Quédate a cenar con nosotros- le dice una mujer en Noche Buena.
Las muestras de admiración llegan de todos lados. Desde trabajadores mineros que hacen detener el bus que los transporta para saludarlo, hasta funcionarios de gobierno, de la Mutual de Seguridad o carabineros que le dicen en secreto que empatizan con su causa. -Un carabinero salió corriendo a abrazarme. Me había conocido mientras patrullaba. Me decía que en su institución también era difícil la reinserción de quienes sufrían alguna discapacidad.
En el túnel El Melón no lo dejaron pasar y tuvo que subir la cuesta. Al llegar a la cima, lo estaba esperando un motoquero de Villa Alemana para felicitarlo. Como llegó tarde, se quedó a descansar en la cima y ahí armó la carpa. En la noche paró una camioneta, se bajó un hombre con chupalla y botó un bolso. Al otro día Ignacio fue a revisar el bolso y adentro había 4 perritos. Ignacio rompió una botella para dejarles agua. También les dejó dos porciones de ración militar. Además hizo una campaña por Facebook para que los rescataran. Un camionero los recogió, así que eso terminó bien.
Tal vez el único punto que recuerda con desagrado de su viaje, lo tuvo llegando a Santiago. En el sector de Lampa, un grupo de sujetos que se movilizaban en una camioneta le quitaron la mochila. Ignacio les pidió que no se la llevaran porque tenía GPS y alarma. Cuando los sujetos arrancaron en el vehículo, la mochila comenzó a sonar y éstos prefirieron lanzarla por la ventana. –Había personas viendo eso, pero en Santiago la gente no se mete mucho.
Después del incidente, decide caminar toda la noche por miedo a ser nuevamente asaltado. Esa jornada avanza cerca de 20 kilómetros.
La cama de la pieza del hotel donde se aloja Ignacio en Santiago está intacta. Después de seis meses durmiendo entre piedras y arena, el blando colchón le resulta incómodo. Tampoco se ha acostumbrado a los grandes gentíos y a la comida “normal”. En el viaje consumía principalmente raciones militares de campaña. Preparaciones deshidratadas que vienen almacenadas en una bolsa, se les agrega un poco de agua, se baten y se toman como un colado.
Ya más relajado, Ignacio reflexiona sobre lo que le gustaría hacer. Aún está decidiendo si demandará o no al Estado y cuándo volverá a Antofagasta.
-Podríamos atacar el edificio de la Mutual o al gobierno para que hagan bien la pega, pero no sacaríamos nada. Los políticos al final no tienen la culpa de todo esto… tiene que haber un cambio social- dice y sus palabras suenan llenas de tranquilidad. La tranquilidad del desierto.
[quote_box_left]Este artículo fue escrito por Cristian Ascencio Ojeda en El Mercurio de Antofagasta, y reproducido por Connectas[/quote_box_left]