Ciudad de Guatemala, Guatemala. A los 14 años Andrea no iba al colegio ni soñaba con lo qué sería de adulta: manejaba miles de dólares de extorsiones, traficaba cocaína y fusiles AK-47 como miembro del Barrio 18, una de las violentas pandillas que reclutan niños en Guatemala, incluso como sicarios. Hace poco que esta veinteañera bajita, de ojos pardos y cabello negro azabache, cumplió su sanción de tres años por extorsión. Sentada en una cafetería, en una de estas tardes lluviosas en la capital de Guatemala, cuenta una historia que se repite en miles de menores pobres de su país.
“Cuando estaba en la Barrio 18 no tenía sueños, no vivía a futuro, sino en el momento, porque allí uno no sabe si al día siguiente va a amanecer”, dice quien escogió llamarse Andrea ante la agencia AFP por razones de su seguridad.
Tenía 17 años cuando fue detenida mientras cobraba la renta (extorsión) de un comerciante amenazado de muerte. “Si no me hubieran agarrado, seguiría en la pandilla o estaría muerta”, deduce con frialdad.
Ella entregaba a autobuseros, taxistas y dueños de tiendas celulares desde donde caía la llamada de la extorsión. “Si no los aceptan, no contestan o no pagan, los matan, y a veces, también aunque paguen”, explica.
“Los sábados hacía cuentas, manejábamos de las rentas hasta 90 mil quetzales (unos 12 mil dólares) en una semana. Distribuía cocaína y marihuana; y compraba y guardaba pistolas 9 mm, mini Uzis, y muchos AK-47”, relata.
Desde prisión, su homie, un pandillero condenado a 60 años por asesinatos, controlaba las distintas clicas (células de la pandilla) y… sus pasos. “Estoy segura de que sabe lo que hago hoy”, afirma.
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