Lado B
Profecías y (des)propósitos para el nuevo año
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
15 de diciembre, 2021
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#YoDefiendoAlCIDE

Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana. 

Eduardo Galeano. Patas arriba. La escuela del mundo al revés, p. 7.

Esta es la última Educación personalizante del año. Deseo a mis cinco lectores unas muy profundas y felices fiestas y un año mucho mejor que este —muy complicado— 2021, cuyo final estamos viviendo —o sobreviviendo—, que ya es mucho decir.

Terminamos un año muy desgastante que pasará a la historia como el segundo año de  pandemia por la COVID-19. Año en el que empezamos tímida y temerosamente a salir un poco del confinamiento, pero que concluye con la amenaza de una nueva ola y otra  nueva variante de este virus que ha puesto en jaque al sistema mundial en el que vivimos.

Con pandemia o sin pandemia, las palabras de Galeano que encabezan esta columna son un reflejo bastante fiel del mundo en el que vivimos desde hace ya varias décadas: un mundo al revés en el que lo bueno se castiga y obstaculiza, mientras que lo negativo se premia y  estimula. 

Un mundo en el que basta asomarnos por la ventana cada mañana para ver un escenario de crisis económica, política, social, cultural, espiritual, psicológica y ecológica que vive la humanidad, que está paralizada o que camina dando tumbos sin saber por dónde puede encontrar la clave para volver a caminar recto.

 A lo largo de la historia y durante todos los tiempos de crisis han surgido múltiples profecías que prometen sacarnos de este túnel o la solución para voltear el mundo y ponerlo en la forma correcta; muchas de estas profecías son falsas, pero tienen bastantes  seguidores ya que  brindan seguridad y certeza en un mundo inseguro e incierto que aterra. 

 

Si nos portamos bien, está prometido, veremos todos las mismas imágenes y escucharemos los mismos sonidos y vestiremos las mismas ropas y comeremos las mismas hamburguesas y estaremos solos de la misma soledad dentro de casas iguales en barrios iguales de ciudades iguales donde respiraremos la misma basura y serviremos a nuestros automóviles con la misma devoción y responderemos a las órdenes de las mismas máquinas en un mundo que será maravilloso para todo lo que no tenga piernas ni patas ni alas ni raíces. 

Eduardo Galeano. Patas arriba. La escuela del mundo al revés, p. 133.

 

La primera profecía es la del mercado y el consumo. Es una promesa de progreso y éxito que se basa en la idea de que tendremos una buena vida en la medida en que gastemos el dinero que no tenemos para comprar cosas que no necesitamos, con el fin de impresionar a gente que no conocemos. Se trata de una salida que nos dice que si trabajamos mucho, le echamos muchas ganas y si nos portamos bien —desde los criterios del sistema— podremos acceder a un mundo infinito de objetos y satisfactores de necesidades —muchas de ellas creadas—. 

Se trata evidentemente de una profecía falsa, puesto que quienes han estado en esa dinámica enfermiza del consumismo saben perfectamente que la necesidad de tener cosas nunca se sacia, que nunca se llega a considerar suficiente lo que se posee y que, al final, la gente acaba siendo poseída por sus posesiones, volviéndose esclava de sus supuestos satisfactores.

 

Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza.

Eduardo Galeano. Patas arriba. La escuela del mundo al revés, p. 152.

 

La segunda profecía, falsa también, es la de la llamada happycracia o dictadura de la felicidad que nos plantea no sólo la oferta, sino prácticamente la obligación de ser felices, entendiendo la felicidad como la evasión o eliminación de todo dolor o sacrificio y la consecución de todos los sueños o las pasiones personales. 

Esta profecía atrapa en una dinámica individualista a quienes creen en su promesa, profecía en la que se priorizan los propios deseos, sueños y proyectos personales sobre cualquier otro elemento de la existencia. 

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Se invita entonces a seguir los propios sueños y a dejar atrás y olvidar todo aquello que se perciba como un obstáculo para lograrlos, aunque estos supuestos obstáculos sean la pareja, los amigos, la propia familia o, más allá, toda la gente que en el mundo clama por una vida digna y una sociedad más justa.

Seguir el dictado de esta hegemonía de la felicidad individual lleva paradójicamente a vivir existencias infelices, porque la auténtica felicidad —la que realmente nos hace humanos—, es la que nace de la empatía, de la solidaridad, de la compasión, del afrontamiento del dolor y de las situaciones difíciles que la vida nos presenta con una actitud de esperanza y un esfuerzo sostenido por construir un mundo en el que quepan todos y todas, una sociedad que se sustente en la dignidad de cada persona y que busque el bien común y no el capricho individual.

 

Son muchos los que piden disculpas por haber creído que se podía conquistar el cielo; son muchos los que fervorosamente se dedican a la borratina de sus propias huellas y se bajan de la esperanza, como si la esperanza fuera un caballo cansado. Fin de siglo, fin del milenio: ¿fin del mundo? ¿Cuántos aires no envenenados nos quedan todavía? ¿Cuántas tierras no arrasadas, cuántas aguas no muertas? ¿Cuántas almas no enfermas? 

Eduardo Galeano. Patas arriba. La escuela del mundo al revés, p. 184.

 

Una tercera profecía es la de quienes se encuentran contagiados por la enfermedad del mundo. No me refiero a la COVID-19, sino a la falta de proyecto —que es según Galeano el significado hebreo de la palabra enfermedad—, a la carencia de motivos para luchar y razones para vivir en este mundo y para buscar el mantenimiento y el mejoramiento de la vida en el planeta. 

Es la profecía apocalíptica que desafortunadamente se ha ido apoderando de la conciencia de los jóvenes. La que los lleva a afirmar que no hay remedio para la humanidad y que la autodestrucción es inevitable —que algunos afirman, incluso, deseable porque los humanos somos los depredadores de la naturaleza—, la que los conduce a no querer planear una vida más allá del aquí y el ahora y a no desear traer nuevas vidas al mundo con el argumento de que sería solamente traer inocentes a sufrir.

Pero más allá de estas falsas profecías, yo creo e invito a creer a las y los educadores en la profecía auténtica de la esperanza, la que trasciende la desmoralización y sigue luchando a contracorriente, como un topo —bajo la superficie y sin fama ni glamour— por la humanización del mundo a través del cuidado de la naturaleza, de la defensa de los derechos humanos, de la búsqueda de equidad de género real, de las propuestas creativas para acabar con la violencia y construir la paz, de los proyectos sociales que buscan una vida austera y una sociedad más justa y equitativa.

En estas fiestas quiero invitar a todas y todos los educadores, a discernir las profecías falsas de la o las profecías que realmente denuncian lo deshumanizante y anuncian la posibilidad de otra forma de vivir y de otro mundo posible y a asumir estos (des)propósitos para el año nuevo. Esta es la razón de ser de la educación, la profesión de la esperanza.

Puede ser que no sean evidentes estas profecías, pero creo, como Galeano que:

Sobre la urdimbre de la realidad, por jodida que sea, nuevos tejidos están naciendo, y esos tejidos están hechos de una trama de muchos y muy diversos colores (…) El proceso no tiene nada de espectacular, y se da sobre todo a nivel local, pero por todas partes, en el mundo entero, están surgiendo mil y una fuerzas nuevas. Brotan desde abajo hacia arriba y desde adentro hacia afuera. Sin alharacas, están poniendo el hombro a la refundación de la democracia (…) y están recuperando las castigadas tradiciones de tolerancia, ayuda mutua y comunicación con la naturaleza” (Eduardo Galeano. Patas arriba. La escuela del mundo al revés, p. 185).

*Foto de portada: Max Fischer | Pexels

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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