Daniela Rea, María Ruiz, Georgina Jiménez
En el atrio de una iglesia en la Colonia Pedregal de las Águilas, al suroeste de la Ciudad de México, un día de 1996 se empezó a tejer una red de mujeres adultas mayores, que hoy 25 años después, ha sido un gran soporte de compañía y cuidado entre ellas.
Lucila Rodríguez Mendoza, a quien todas llaman Lucy, tenía 56 años cuando el párroco de la iglesia le pidió que convocara a las señoras mayores que normalmente iban a misa para escucharlas y conocer sus necesidades. Ella llevaba más de una década colaborando en la parroquia como visitadora de enfermos y había llegado a la oración para refugiarse de la violencia que vivía en su hogar. Al párroco le pareció buena idea invitarla a acompañar a las mujeres mayores; distraerse, saberse útil.
Y Lucy así lo hizo. Puso una mesa y sillas en el atrio y las invitó. Al inicio llegaron 2, luego 20, y pronto ya eran 65 mujeres. Juntas “como bolita” platicando sus historias.
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Un día, recuerda Lucy hoy a sus 81 años, una empleada de la delegación las visitó y les dijo que quizá era importante poner un nombre a su grupo, que cumplía ya un par de años. Y, sin tener idea de cuánto tiempo iba a durar ese lazo, entre todas dieron varias ideas. Lucy no recuerda las otras opciones, pero sí recuerda que casi fue unánime el voto por el título de la canción que la cantante española Rocío Dúrcal popularizó a mediados de los noventa: Cómo han pasado los años.
El grupo sirvió para acompañarse, contarse y también hacer catarsis. Lo que le pasaba a una, podía ser muy parecido de lo que sucedía a las otras, y así mientras se escuchaban le fueron poniendo palabras a ese sentirse vulnerables, sentirse un estorbo, una carga para sus familias. Un sentimiento cada vez más presente conforme pasaban los años, y sus cuerpos y sus mentes se iban deteriorando.
Isabel* fue una de las primeras mujeres en llegar al grupo cuando tenía 62 años. Ella cuenta que sufría maltratos por parte de su hijo. ‘¡Por qué no te mueres pinche vieja!, deja de robarnos el oxígeno’, le gritaba.
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Lucy supo que cuidarse entre ellas de la violencia sería algo muy importante. Tomó cursos sobre derechos humanos de las personas mayores y comenzó a darles apoyo: “Yo les digo a mis compañeras que todas las personas, jóvenes o viejas, tenemos una cosa que se llama dignidad y derechos, para eso sirven los derechos, para hacerse respetar por las personas con más poder”, dice.
Ella lo aprendió después de vivir con un hombre que fue alcohólico durante 30 años. Golpes, jaloneos, insultos eran el día a día de Lucy. El hombre dejó la bebida y Lucy lo perdonó. Hoy están juntos.
“Ahorita ya identifico la violencia y me defiendo y les enseño a las mujeres a defenderse. ‘Yo me dejé por taruga, pero usted no se va a dejar, vamos a ir a derechos humanos a que le hagan caso’. Es mi historia, me dio experiencia, aprendí que soy una persona valiosa con una dignidad tremenda y quiero que todas las mujeres viejitas se sientan así”, dice Lucy.
Al grupo también llegó Carmelita*. Su hijo la alimentaba a base de café y pan. Lucy la llevó a un asilo, donde estuvo dos meses hasta que “se nos murió de la tristeza”, cuenta.
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En México hay alrededor de 7 millones de mujeres mayores de 60 años. Muchas de ellas viven violencias que suceden mayormente dentro de sus hogares y son ejercidas, paradójicamente, por las personas encargadas de cuidarles, casi siempre sus hijos. Violencias como despojo, abandono, maltrato, humillación, golpes, y abusos sexuales.
¿De qué son evidencia estos abusos? En parte, nos explican las especialistas, de la falta de un sistema público de cuidados que atienda a las mujeres en la última etapa de su vida, en la cual se requiere de mucho trabajo en los hogares. Y por otra de una violencia estructural que alcanza a las mujeres adultas mayores quienes, al pasar la mayor parte de su vida trabajando en casa —precisamente en labores de crianza, limpieza y de cuidados— o en empleos precarios, no tienen jubilación, a diferencia de los hombres.
Datos del estudio Vejez y pensiones en México corroboran esta situación: mientras que el 30 % de los hombres mayores tienen jubilación, solo el 11% de las mujeres la tienen.
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“Hay desigualdades que se acumulan en el curso de la vida y se van estructurando en las personas. Es más probable que las mujeres mayores no tengan una seguridad económica porque trabajaron en el hogar o en empleos informales; también que sean analfabetas en mayor proporción que los hombres”, dice en entrevista Verónica Montes de Oca, coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento y Vejez de la UNAM.
La especialista explica que la violencia en adultas mayores está “normalizada” por cómo aprendieron las generaciones anteriores a socializar, y por la autopercepción de vulnerabilidad que tienen las personas en la edad adulta mayor. “Esa sensación te hace agradecer cada día, cada bolillo, cada minúscula contribución y tú la sobreestimas porque estás en una situación de vulnerabilidad; y las mujeres más que los hombres”, dice.
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Según los resultados de la Encuesta Nacional de Dinámicas de los Hogares 2016 , la última realizada, el 66% de las mujeres del país (con 15 o más años) han sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida: 49% emocional, 29% económica o patrimonial, 41.3% sexual y 34% violencia física. En el caso de las mujeres adultas mayores, el porcentaje que refiere haber vivido violencia es del 17.3%: 15% violencia emocional, 6.3% violencia económica y patrimonial y 1.2% violencia física
Los estudios de violencia de género deben realizarse con perspectiva de edad, opina Montes de Oca, de lo contrario las acciones para atenderla se estandarizan.
Por su parte, Metzeri Martínez, directora de Atención y prevención a la violencia de la Secretaría de las Mujeres, en la Ciudad de México, indica que las mujeres adultas mayores sufren la mayoría de las violencias en el espacio familiar: invisibilización, ofensas, desalojo, sustracción de dinero y prohibición de trabajar; y agrega que aunque casi no se denuncia, persiste la violencia física —como golpes, abandono y negligencia de cuidados— y la violencia sexual —acoso, abuso y violación—.
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*Foto de portada: María Ruiz
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