Lado B
¿Una generación perdida?
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
20 de octubre, 2021
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Las regiones difieren en capacidad de respuesta e infraestructura y los hogares difieren en sus posibilidades para compensar por las pérdidas de aprendizaje. Si no existe una intervención coordinada desde el Estado, las brechas se profundizarán y el efecto negativo en la movilidad social intergeneracional será inevitable… Sin una respuesta sólida y ambiciosa desde el Estado, los efectos de la pandemia serán permanentes y sus costos serán altos para la sociedad en su conjunto. En nuestras manos está que esta no se convierta en una generación perdida.

Luis A. Monroy Gómez-Franco, Roberto Vélez Grajales y Luis F. López-Calva. «¿Es posible contrarrestar el costo permanente de la pandemia?« Blog Educación de Nexos, 6 de octubre de 2021.

Nada más para recordar que tanto en la  pandemia como en el béisbol “esto no se acaba hasta que se acaba”, vuelvo a tomar el tema de esta nueva plaga del siglo XXI que resiste y persiste sin que parezca importar el esfuerzo de tantos científicos en la creación de  vacunas, la investigación de medicamentos específicos para un posible tratamiento o la desesperación de millones de habitantes del planeta que, después de año y medio, empiezan a salir al mundo nuevamente, más por una necesidad económica y hartazgo que por un control real del problema.

  

Ya se ha hablado mucho de las consecuencias en términos económicos  y  de los impactos en la salud mental y emocional que está teniendo este confinamiento —de año y medio— en la mayor parte del mundo. 

Se trata de consecuencias e impactos que no podemos —ni debemos— ver solamente como números porque en cada nueva familia pobre y en cada nueva persona diagnosticada con depresión, ansiedad o incluso ideación suicida, hay una tragedia humana que deberíamos sentir en carne propia si aún nos queda una mínima empatía social después de décadas de desapariciones forzadas, ejecuciones, asesinatos de activistas defensores de la naturaleza o de periodistas y feminicidios que hemos vivido en este país que parece nunca tocar fondo y siempre poder estar peor, mucho más que cuando estaba peor.

Se ha hablado también, tal vez menos de lo que debería hablarse, de las consecuencias gravísimas de esta pandemia en la educación y del cierre de las escuelas y universidades que obligó a reaccionar a  cada profesor o institución como pudo a la necesidad de educar a distancia a niños, niñas y jóvenes.

Y el “cómo cada quien pudo” respondió, porque no podía haber sido de otra manera —o tal vez sí, si fuéramos una sociedad que realmente priorizara la educación y tuviéramos un gobierno que realmente apostara por ella—, a las características y condiciones de una sociedad con grandes desigualdades y diversidad como es la sociedad mexicana. Porque mientras en los estratos urbanos —especialmente los del sector particular y dentro de ese sector, las instituciones que atienden a las minorías con más recursos— la reacción fue relativamente rápida y en muchos casos notablemente eficiente a través de la migración a clases en línea a través de plataformas educativas diseñadas específicamente para ello, en las escuelas públicas –y sobre todo en los estados más pobres o en las regiones más alejadas de las ciudades– los maestros tuvieron que ingeniárselas para enviar fichas, tareas o actividades a sus estudiantes a través de los medios que pudieron: mensajes de Whatsapp  a quienes tenían al menos un celular en casa, distribución a través de algún centro social o lugar público e incluso usando como medio de transporte a los camiones repartidores de refrescos o golosinas.

Por lo tanto, aunque la pérdida cuantificada en días efectivos de clase presencial fue igual para todos los educandos mexicanos y ocupó desde fines del ciclo 2019-2020 y todo el ciclo 2020-2021, el tiempo efectivo que se perdió —en términos de aprendizajes que hubieran ocurrido sin pandemia— fue diferente en cada región y seguramente en cada comunidad. Y lógica pero tristemente respondió a la desigualdad socioeconómica histórica que la educación no solamente no ha logrado revertir sino que ha contribuido a regenerar y aún a aumentar.

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En el artículo del que tomo el epígrafe de hoy, los tres autores, economistas de formación, presentan los resultados de un estudio que tuvo como objetivo cuantificar las pérdidas en términos de aprendizaje de los educandos mexicanos durante los meses de cierre de las instituciones educativas.

Los autores afirman que “no hay que caer en el error de reducir su magnitud, considerándola equivalente al tiempo que llevamos sin clases presenciales. También resulta equivocado pensar que el modelo a distancia resolvió el problema por completo y no profundizó desigualdades”. El diagnóstico realizado por ellos añade dos aspectos más al número de días que estuvieron cerradas las escuelas: “Primero, tenemos que tomar en cuenta que la interrupción de las clases presenciales ha provocado —y sigue provocando— pérdidas de aprendizaje que se acumulan en el tiempo. Y segundo, debemos considerar que dicha pérdida no es similar entre regiones, ni mucho menos entre los grupos de población a lo largo de la escalera social”.

También se presentan los resultados de un estudio comparativo de pérdidas promedio por país en Latinoamérica que muestra que México junto con Perú fueron los países con mayores pérdidas, equivalentes a 0.47 años escolares; mientras que República Dominicana, que fue el menos afectado, perdió una cuarta parte de año escolar.

El método del estudio publicado en el blog Educación de Nexos, que buscó medir el impacto en pérdida de tiempo de aprendizaje a nivel nacional en México, se describe de la siguiente forma: “Primero, calculamos el efecto de corto plazo de la suspensión de clases presenciales, tomando en cuenta que la capacidad de atenuación de los padres y madres varía de acuerdo con sus recursos educativos y económicos. En dicha estimación seguimos la metodología de trabajos previos sobre América Latina. Después, estimamos el costo permanente (de largo plazo) tomando en cuenta que un choque con estas características tiene un efecto acumulado en el tiempo. Además, contamos con una fuente de información, la ‘Encuesta ESRU de movilidad social en México 2017’ (ESRU-EMOVI 2017), que nos permite desagregar el análisis para cinco grandes regiones del país”.

El artículo presenta resultados que muestran claramente la desigualdad social que vivimos, expresada en la pérdida diferenciada de aprendizajes que afectó a las regiones más pobres del país sobre las  regiones con mejor situación económica. 

Así, el mapa de pérdidas de aprendizaje muestra que en la región norte del país la pérdida en años escolares respecto a la progresión de aprendizajes sin pandemia estuvo en el rango de 1.2 a 2.2 años escolares, en la región norte-occidente entre 1.3 y 2.1 años escolares, en la centro-norte entre 1.2 y 2.2, mientras en la región fue de entre 0.9 y 1.5. La región más perjudicada fue la sur, la cual calculan que perdió entre 1.9 y 3 años escolares en términos de aprendizaje.

Como se verá, el mapa de pérdida educativa corresponde bastante fielmente al mapa de desigualdad socioeconómica. La  región más pobre —que es la que de por sí tenía ya un rezago educativo históricamente muy grande— fue la más afectada por estos tiempos de “aprende en casa”.

Los autores plantean que resulta indispensable una intervención coordinada del Estado porque, de no hacerse, va a producirse una profundización aún mayor de las brechas entre los educandos privilegiados y los más desfavorecidos. 

La intervención tendría que hacerse en tres áreas, según plantean —y creo que todos coincidimos—: una inversión en infraestructura que brinde seguridad en el regreso a clases y ambientes más propicios para la convivencia constructiva; la capacitación de profesores para manejar métodos de aceleración de aprendizajes y compensación de los rezagos —además de la motivación de los educandos—; y la instalación de una mayor capacidad para la atención de disrupciones en lo socioemocional que es un reto enorme en este retorno a clases presenciales.

“Sin una respuesta sólida y ambiciosa del Estado, los efectos de la pandemia serán permanentes y sus costos serán altos para la sociedad en su conjunto”. Pero por lo que podemos apreciar, la educación no está entre las prioridades de este gobierno que parece estar  muy ocupado en su contra-reforma eléctrica, en las tres mega obras del presidente y sobre todo en el adelantadisimo proceso electoral para el 2024.

Si analizamos el discurso y los recursos, los liderazgos —o falta de liderazgos— y las políticas educativas actuales, podemos tristemente anticipar que estamos en la antesala de una —¿otra?— generación perdida de ciudadanos mexicanos.

*Foto de portada: Pixabay 

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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