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Apagón
Los apagones tienen muy mala fama: te ponen a buscar velas a toda prisa, a pensar en la oscuridad y a tomar decisiones. ¿Qué tal que no esté del todo mal un apagón de vez en cuando?
Por Klastos @
01 de julio, 2021
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Renato Bermúdez

Con el apagón… qué cosas suceden
Qué cosas suceden… con el apagón

Yuri, El apagón

¿Qué tienen en común una operación a corazón abierto, un partido de béisbol y la plataforma web en la que aparece este texto? Una pregunta similar se planteaba Marshall McLuhan en los años sesenta. Su respuesta: lo que comparten todas esas experiencias es la electricidad. Todas, por igual, tratan sobre ella: es su contenido y, a la vez, su propia condición de posibilidad. Bien sea en el caso de los monitores cardíacos, de los reflectores del estadio o de la computadora del diseñador web, un apagón eléctrico supondría la suspensión momentánea o permanente de las relaciones que hacen posible cualquiera de esos escenarios.

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Centro histórico de la Ciudad de México de noche. Wikimedia Commons

Por eso, seamos sinceros, los apagones tienen muy mala fama. No podría ser de otro modo, dada nuestra herencia de la Modernidad y el pensamiento ilustrado, precisamente, del siglo de las luces. La luz es metáfora de bondad y virtud. Los académicos eruditos (y algunos comentaristas de oficio) arrojan luces sobre los temas más escabrosos de nuestra vida cotidiana. Los líderes políticos y religiosos (que a veces son uno mismo) iluminan nuestros caminos y nos llenan de esperanzas. A los personajes de las caricaturas se les enciende un foco sobre la cabeza cuando tienen ideas geniales que cambiarán la trama de sus desventuras. Luz es sinónimo de bueno, por eso en cuanto ocurre un apagón la CFE recibe mentadas de madre por doquier, improperios polifónicos que reclaman el derecho a ser iluminados.

Las causas de un apagón eléctrico parecen ser muchas: un árbol caído, un desastre natural, corrupción, falta de mantenimiento, o incluso, como en algunos países, conspiraciones políticas protagonizadas por malvadas iguanas que se comen los cables del tendido eléctrico para generar zozobra y desestabilización. 

Sus efectos, sin embargo, son mucho más diversos e imprevisibles. Después de asegurarnos de no ser los únicos sin servicio eléctrico porque sí pagamos el último recibo, nos inquieta de inmediato conocer la escala del apagón. Salimos de casa o nos asomamos por la ventana para intentar vislumbrar sus alcances. Cobramos consciencia, en ese momento, de las formas de conectividad que caracterizan nuestras vidas. 

El apagón no implica únicamente que la comida en el refri se va a echar a perder, que no podemos seguir viendo Netflix o que hay que ir a la tiendita de la esquina a acometer el arcaico acto de comprar velas. Un apagón es el cortocircuito de una forma de ser, un modo reticular de existencia que implica múltiples, dispersas e irregulares conexiones. El apagón no es un asunto meramente infraestructural sino, más bien, existencial: su interrupción manifiesta una forma de vida, de materialidades humanas y no-humanas que constituyen nuestras relaciones sociales, del modo en que compartimos nuestro habitar en el planeta.

Lo que esto significa es que los apagones no son sólo eléctricos. Por una parte, cuando se cayó el sistema en las elecciones de 1988 lo que se apagó no fue únicamente la conexión eléctrica —que el presidente de la entonces Comisión Federal Electoral y de la actual Comisión Federal de Electricidad fueran la misma persona no es más que una coincidencia—, sino la compleja y extensa red que conecta formas de gobierno, organismos de representación política, partidismos, militancia, electores y la idea abstracta de la democracia liberal que parece reducirse cada vez más a una urna electoral. 

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Meme visto en Twitter

Por otra parte, la pandemia del coronavirus nos ha enseñado que existen muchos tipos de apagones. El sector educativo es, quizá, el mejor ejemplo de esto. Ya se ha hablado del “apagón pedagógico” que, a diferencia de la caída del sistema, no supone la falta de conectividad sino, al contrario, su sobresaturación: la educación se ha traducido en la hiperimplementación de las TIC que deben hacer las veces tanto de educadores como de entretenedores, que sustituyen la intersubjetividad de las relaciones sociales del aprendizaje por meras mediatizaciones espectaculares trenzadas por intereses económicos. 

En medio de ambos tipos de apagones, aquellos que suspenden las conexiones y aquellos que las saturan, emerge el apagón medioambiental, ese que alude a una crisis tan abstracta y concreta, a la vez que nos impide poner en perspectiva la relación entre dejar la puerta del refri abierta y el derretimiento de los polos.

Como apunta Diana Cuéllar Ledesma, no es la Muralla China sino la red de energía eléctrica la única invención humana que puede verse desde el espacio exterior. Visto así, esa red también hace visible la desigual distribución de la vida en común: revela al mismo tiempo la forma relacional de nuestra existencia y su disparidad, su amañada construcción y las localizadas vulnerabilidades ante un apagón. Los apagones, en efecto, no son bien vistos, pero a veces pueden ser necesarios. Si bien pueden suponer atrocidades, como las que enfrenta Yuri mientras canta y baila por las calles a oscuras, también podrían ser un momento para experimentar, desde la incertidumbre, con otras formas de existencia en común, como se advierte por igual en las demandas por apagar la tele en los carteles de la Internacional Situacionista en Francia, el movimiento #YoSoy132 en México y el más reciente estallido social en Chile.

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Imagen de la red de energía eléctrica captada por la NASA. Imagen de licencia libre Creative Commnons

El apagón es la disrupción de la forma electrizada —esto es, en constante fricción, tan relacional como tensa— en la que vivimos, el quiebre momentáneo de la red que tejemos y habitamos y, precisamente por eso, el recordatorio imprevisto de la urgencia de hacernos cargo de nuestras formas de vida de otros modos.

Apagón

Kill your television. Esténcil. En Vicuña Mackenna cerca de la Plaza de La Dignidad, 10/12/2019. Tomado del Instagram de @murodespierto

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Klastos es un suplemento de investigación y crítica cultural en Puebla publicado en colaboración con Lado B. CONSEJO EDITORIAL: Mely Arellano | Ernesto Aroche | Emilia Ismael | Alberto López Cuenca | Gabriela Méndez Cota | Leandro Rodríguez | Gabriel Wolfson. COMITÉ DE REDACCIÓN Renato Bermúdez | Alma Cardoso | Alberto López Cuenca | Tania Valdovinos. Email: revistaklastos@gmail.com
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