En agosto de 2018 ocurrió un linchamiento en Acatlán, Puebla debido a la desinformación. Un adulto y su sobrino llegaron al pueblo a promocionar servicios de plomería y pintura. A la par, un bloguero de la comunidad distribuyó en redes sociales y WhatsApp, información donde mencionaba que dos hombres se paseaban en una camioneta blanca en busca de niños para secuestrarlos, quitarles los órganos y venderlos.
Entonces, la comunidad se organizó para atacarlos. Si bien la policía municipal intervino y los resguardó, en su intento de traslado al centro de Puebla los policías perdieron el control y la gente comenzó a golpear a los supuestos secuestradores, hasta que uno de ellos perdió la vida. Finalmente, les rociaron gasolina y les prendieron fuego.
Pero “ese rumor de la camioneta blanca de secuestradores de menores y traficantes de órganos empezó en Argentina a finales de los 90, principios de siglo; no tenía nada de nuevo […] A mí me llegó [en 2001] por Messenger, que [era el medio] a través del cual nos enviabamos cadenas”, comentó Luis Roberto Castrillón, conocido fact-checker, durante la ponencia “Desinformación en tiempos de la COVID-19”, realizada por la Ibero Puebla.
De acuerdo con Castrillón, –quien a partir de la pandemia por coronavirus arrancó la iniciativa Covidconciencia, junto con la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia–, la desinformación “no sólo es un asunto de contaminación del debate público hoy día con la pandemia de COVID-19, es un asunto más de supervivencia, puede incluso generar el riesgo de muerte de personas”, afirmó.
Un reciente estudio realizado por Vosoughi, Roy y Aral (2018), publicado en la revista Science, afirma que la información falsa se extiende hasta seis veces más rápido que la verdadera, e incluso otras noticias que se hagan con la información falsa tienen el 70 por ciento más de probabilidades de ser retuiteadas que una historia real.
“La desinformación provocó la muerte de estas dos personas [en Acatlán, Puebla]”, comentó el experto. Asimismo, equiparó esta situación al movimiento antivacunas que existe a nivel mundial y que provocó el rebrote de sarampión en 2018.
“En Italia llegaron hasta 4 mil casos de una enfermedad que estaba prácticamente controlada porque una persona en Inglaterra hizo un estudio con datos falsos [diciendo que la vacuna del sarampión tenía mercurio]”, señaló Castillón.
También puedes leer: Comunicar el conocimiento científico, una labor que se asemeja a la traducción
Durante la pandemia ha pasado algo similar con las hipotéticas fórmulas para prevenir enfermarse por COVID-19. En Argentina la desinformación repercutió en la muerte de un menor que ingirió dióxido de cloro, supuestamente para evitar enfermarse del nuevo coronavirus.
“La desinformación no solamente contamina el debate público, puede llevar a tomar malas decisiones tanto en lo individual como en lo colectivo, como lo han hecho los promotores del dióxido de cloro, una sustancia que está comprobada en protocolos científicos que es tóxica”, refirió.
Durante su labor como verificador de información Luis Roberto Castrillón ha podido presenciar la evolución de las llamadas “fake news”; sin embargo, su experiencia lo llevó a reconocer que el propio término “noticia falsa” es una contradicción, pues una noticia está compuesta de hechos reales. “Este término es un oxímoron [figura retórica que consiste en complementar una palabra con otra con un significado opuesto] en inglés o en español”.
Por esta razón, ha dejado de utilizar ese término. “Ya no quiero llamarle así, porque desgraciadamente los políticos [como] Donald Trump, Putin, Bolsonaro y el presidente Andrés Manuel López Obrador […] han tratado de utilizar el término ‘fake news’ ya no para advertirle a la población que hay desinformación en las redes y que debemos tener cuidado, sino para desacreditar el trabajo que se hace de manera crítica”, comentó Castrillón.
A la desinformación él prefiere llamarle “información falsa” o “información imprecisa”, cuya intención es la de engañar, con el objetivo específico de ganar dinero, posiciones políticas, servicios en la posición pública o incluso adeptos para alguna ideología, “porque somos seres humanos [que] tenemos intereses particulares”, comentó el experto.
Asimismo, recalcó que, ante el proceso electoral que iniciará este año, la labor periodística debe ser más rigurosa con la verificación, pues la red se contaminará durante este periodo.
“Como periodistas debemos de tener cuidado con lo que publicamos, verificar las fuentes”. Esto se ha convertido en una obligación y responsabilidad de quien informa, pero también de los ciudadanos que hacen publicaciones en sus redes sociales, sugirió.
Para sobrevivir a la desinformación que pone en riesgo nuestra vida y la de otros, como hemos visto en el caso de los dos hombres en Acatlán, basta con tomarnos cinco segundos para analizar el contenido que nos está llegando, sugiere Castrillón.
Para no contribuir a este ciclo de la información falsa que se sustenta en emociones básicas de indignación o empatía, esta regla de los cinco segundos, tiempo en que una persona se engancha con contenidos en internet, puede evitar que la información se mezcle con nuestros propios sesgos cognitivos.
Entonces, sugiere se tome el tiempo de analizar la redacción, las fuentes, y para preguntar si se aporta algo bueno antes de compartir una noticia; esta práctica podría salvarnos la vida, así como la de muchos.
Suscríbase al boletín COVID-19 de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie.
*Foto de portada: Marlene Martínez