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Gabriela Puente: una poeta de cuerpo entero
La poeta Gabriela Puente desafió durante su vida los cánones literarios en un contexto conservador. Por su humor e ingenio, es recordada como un personaje emblemático de la cultura poblana
Por Lado B @ladobemx
01 de septiembre, 2020
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Julio Sandoval | Cristian Escobar

Este cuerpo / con el que amo y quiero asesinar / es la olla express que hierve / bilis, mal de amor y ácido […] Este cuerpo se estruja muy temprano / sólo se arrodilla / frente al escusado / vómito amargo y amarillo / después destila tinta sobre el papel / y cicatriza por dentro / pero este cuerpo / qué bien, no es eterno.

Gabriela Puente vivió su propio funeral. No le gustaban los convencionalismos, entonces por qué esperar a morir para tener uno.


Fue en 2005, ella misma lo organizó; consiguió que una funeraria le prestara un ataúd y le aviso a todos que fueran de “riguroso luto”. El funeral transcurrió como uno normal, cuenta Enrique Delfín, amigo incondicional de Gabriela; el ataúd se encontraba en el piso de la casa de sus padres, la gente platicaba en voz baja, plañideras lloraban a moco tendido. Después, llegó la cerrada del ataúd. 

Amigos y familiares de la poeta daban tumbos con el ataúd sobre sus hombros, caminaban hacia Profética. Las personas en la calle y los vecinos creían que era un entierro real. Adentro, Gabriela reposaba con dos mamilas llenas de vodka –para aminorar la claustrofobia–, lista para presentar los poemas de su entonces reciente libro Necrología, con el cual había ganado el Premio Interamericano de Poesía Navachiste.

“Llegamos a Profética, habían mandado a arreglar de lirios todo el lugar. Había gente hasta en los balcones. Depositamos el ataúd. Abrimos la tapa, y salió la poeta. Se puso a leer; fue el evento de su vida. Tuvo varias presentaciones, pero esa fue la más exitosa, la gente aplaudió a rabiar y siguió recordando ese performance durante años”. 

Sus amigos concuerdan en algo: para Gabriela no había nada serio, ni siquiera la muerte. 

Su carrera como espíritu libre

Gaby –como la llamaban sus conocidos– comenzó su carrera como espíritu libre en la adolescencia, quizá cuando conoció la obra de Charles Bukowski –el escritor estadounidense que habla sobre decadencia y alcohol–; antes fue una niña muy introvertida, tímida, muy apegada a su madre. Pero un día se volvió rebelde, sin avisar, sin razón, “a lo bruto”, señala Rocío Puente, su hermana. 

De niña no jugaba con muñecas, prefería los carritos, por un vínculo con su padre. Vivía en una familia “tradicional”: papá, mamá y dos hijas. Era la mayor, la que guiaba e imaginaba los juegos. 

Cuando llegaba el verano se convertía en deportista, en una mini atleta olímpica que siempre ganaba; era su estrategia, jugar a ganar, ser la protagonista. Junto con su hermana creaban sus circuitos de competencia: una alberca en el garaje, un cuadrilátero de box en la cama de sus padres. 

“Los juegos eran muy imaginativos, era muy creativa desde entonces; imaginaba que un sillón o sofá cama eran el Everest, que el garaje era una alberca olímpica. Ya ahorita como adulto lo ves: era un garaje mojado nada más. Ese tipo de juegos hacíamos. Eran los juegos que siempre se ideaba Gabriela”.

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Gabriela tomó muchas cosas de su familia. De su abuela materna tomó el gusto por la música clásica, la buena comida y el buen alcohol; de su padre el gusto por los carros y por los toros. En su adolescencia tuvo varios conflictos con sus padres; con su madre, por ejemplo, sus actitudes similares las hacían chocar, pero nada que de adultas no pudieran solucionar.

Rocío Puente recuerda que el primer libro que le vio leer a Gabriela fue Romeo y Julieta, uno de los que mandan en la secundaria, luego El Principito, otro de esos. Después fue uno de Bukowski, en la prepa. 

Gabriela canalizó su rebeldía hacia un objetivo, cuenta Rocío, cuando comenzó a estudiar Diseño y Decoración, pues con el Diseño descubrió una nueva forma de expresarse, y eso la llevó a las artes plásticas.

Después de incursionar en esa área, Gabriela tomó clases particulares con el artista visual Beto Ibáñez. A raíz de que conoció a Ibañez empezó a encontrar el gusto por escribir. 

“En la pintura no le fue muy bien, según yo, aparte no la retomó mucho, más bien la decoración le abrió las puertas al diseño gráfico, el diseño gráfico a la pintura, y la pintura a la escritura. Poco a poco fue encontrándose con gente que le decía que escribiera”.

Respecto a por qué estudió esa carrera, alguna vez le confesó al escritor Óscar Alarcón:

“No tenía idea de lo que iba a hacer. Yo quería vagar, esa era una realidad. Incluso estudié diseño porque me dijo una amiga: ‘en esa escuela los maestros son bien borrachos, no llevas uniforme, no necesitas nada para aprobar’ y por eso estudié en esa escuela. Y cuando entro, cambian de directora y todo lo contrario. Pero resulté creativa, me gustaba mucho el diseño gráfico” —era diseño de interiores y diseño gráfico—. 

Una artista de su tiempo

En 1998 Enrique Pimentel dirigió un taller de poesía de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) en la Ex Penitenciaría de San Javier que le cambió la vida a varias personas. Con Gabriela no fue la excepción. Pimentel recuerda que Gaby llegó a la primera sesión vestida con traje sastre y zapatillas, aunque no era su estilo. 

En ese taller de poesía, Gabriela comenzó en forma su quehacer literario. Allí pulió su estilo contestatario y crítico en contra del espíritu conservador de la Puebla de los 90. Este mismo conservadurismo –al que logró superar o desafiar con su poesía, más adelante–, comenta la narradora Beatriz Meyer, puede explicar el surgimiento de Gabriela como creadora. 

zumzum zum atraviesan los autos se corretean zum todos con prisa zumzumzum zum ocho de la mañana zum zum la hora carrera, los tacones corren zum con los niños que también corren y lloran zum zum, los trajeados zumzum ya sudan, zum los niños a las escuelas, los trajeados a las órdenes de otros trajeados que están a las órdenes de sus esposas y de sus amantes y de sus madres que obedecen al televisor y a dios zum que está a mis órdenes zumzum que le hago caso al demonio zum.

“Con su obra siempre quiso mover hilos sentimentales o de moral. A mucha gente le llamaba la atención cómo una poblana de repente podía ser tan criticona de la sociedad”, explica Rocío Puente.

Enrique Delfín agrega: “Gabriela se la pasó confrontando con todo, con la poesía, con el cine, con su forma de ser… era una mujer muy auténtica. Gabriela siempre decía que entre ser hipócrita y ser cínica, ella siempre se iba a ir a lo segundo, te decía unas cosas que te dejaban helado, para ella no había nada sagrado”.

Dios tan todopoderoso/y yo así, abrazada al excusado;/es mi hora de la soberbia:/soy lucifer/entiendo a adán y eva/porque no eran mis padres.

Pero, antes de eso, Gabriela no tenía mucha idea de poesía, menciona Pimentel. “Había tomado con anterioridad un taller con Alicia Reyes, pero se había retirado un poco del ejercicio literario”. Bajo la conducción de Pimentel, Gaby trabajó la mayor parte de los poemas incluídos en El Destazadero (2005), Necrología (2006) y Papelera (2006). 

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Tras el taller, cuenta Miguel Maldonado, Arturo Ordorica, Miguel Ángel Andrade, Gabriela y él fundaron la editorial Destrazadero, como una muestra de rebeldía ante editoriales tradicionales. Con esta publicaron sus primeros cuadernillos de poemas; en papel estraza, para ahorrar recursos y porque en ese papel, el de las chalupas y tortillas, hay poesía: “la poesía está en todos lados”, decía Gaby

Aquel fue el boom de la carrera artística de Gabriela, pues a partir del taller y la fundación de la editorial, Gabriela comenzó a realizar múltiples lecturas y eventos en cafés de Los Sapos y en la Casa de la Cultura. “Se convirtió en el personaje cultural más popular de Puebla. Y los poetas no suelen ser personas populares”, resalta con ironía Maldonado. 

Así, acompañada de una voz grave, profunda y teatral, capaz de hacer que cualquiera volteara a verla y se quedara a escuchar sus poemas, Gabriela los leyó en cuadriláteros, excusados y, hasta un ataúd; siempre sonrojando a mucha gente, quienes no podía evitar aplaudirle.

Su motor era, cuentan sus conocidos, el desamor, y cuando no escribía se nutría de experiencias, de lecturas, de música y cine. Poeta de la naturaleza, incontenible, sin dobleces y sin pelos en la lengua, Gabriela fue un personaje de su tiempo que permitió comprender mucho sobre cómo la ciudad de Puebla entiende la cultura y el arte, y cómo se pueden ir derribando tabúes en estos ámbitos.

Por ejemplo, sobre la manera en la que las poetas se expresan: “cuando las mujeres hacen poesía y suena como a campanitas, como ‘Alfonsina…’, así tililililí. No. Me preguntó por qué las mujeres tienen que sonar a campanita. A mí me gusta sonar como Janis, es un decir”, decía Gabriela.

Su poesía era cruda, y también desafiaba la idea de que la poesía debía ser compleja, de “alta cultura”, sólo para un grupo selecto: “Tenía una legión de fans y de alumnos que la seguían a donde fuera, precisamente por su manera de entender las cosas”, señala Delfín.

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Sus tres libros de poemas, aunado a las antologías donde aparece, marcaron una época en las letras poblanas debido a la forma tan rítmica en que abordaba temas como la muerte, el amor, desasosiego, con un atrevimiento, libertad y cinismo que a nadie antes se le había ocurrido en la ciudad. 

“Algo que siempre nos quedó claro de Gabriela es que iba a lograr trascender. No es la poeta del siglo, pero sí es una artista que en un lugar y una época muy puntual ofreció algo, hizo del arte algo muy popular dentro de un círculo, todo mundo sabía quién era Gabriela Puente en la artisteada poblana”, comenta Delfín. 

Gabriela Puente y su mundo

Gabriela Puente vivía por el arte y para el arte, era lo que más le apasionaba, aseguran quienes la conocieron. Era poeta, artista plástica, comerciante, productora de bandas, tallerista, una mujer libre y sedienta de vida.

Le gustaba el cine, a montones, en especial películas con mucha carga psicológica, en las que se exploran los abismos de la mente y de la conducta Humana.“Era el tipo de cine que a ella le gustaba explorar, tiene todo que ver con el underground, la cloaca, la coladera; coleccionaba esas cosas” dice Amalia Buergo, amiga de Gabriela, pintora y compañera en Duermevela.

Puente tenía una gran afición a coleccionar coladeras, alcantarillas, cosas de fierro; las soldaba y con eso hacia instalaciones, cuenta Buergo. Otras figuras que aparecían en sus instalaciones eran algunas muñecas sin cabeza, sin brazos; vendas y jeringas.

Rocío Puente comparte que Gabriela tenía una colección de diablitos, objetos con la forma de demonios. No era un acto religioso o de creencias, sólo le gustaba la figura con cuernos, el personaje, pues. Era atea, decía. “Atea gracias a dios”, le señalaba su hermana, pues sabía que en momentos difíciles llegaba a rezar. “Le rezo a dios, no a los santos”, aclaraba Gaby.

También tenía una gran colección de música y cine. Conseguía películas impresionantes del cine de arte y cine alternativo,“en ese entonces no se tenía la distribución que se tiene ahorita de las películas, y Gaby era tan tan fanática que se iba todas las veces que podía al tianguis del Chopo y se traía unas joyas… cine que nunca veías acá, en ningún medio, ni en videoclubes”, narra Delfín.

En la música era universal, todo le gustaba. Principalmente era rockera, pero iba de un género a otro; de la música clásica a la música ochentera, noventera, pasando por Los Auténticos Decadentes, Jannis Joplin, Menudo (Claridad, era su canción favorita).

A Gaby le inspiraba la crítica social y el desamor, “en algún momento estaba muy estable amorosamente, y yo le decía “Gabriela, escribe” y me decía “no puedo escribir” y le contestaba “es que tú necesitas que te maltraten, que te traten mal, estar con el corazón roto para poder escribir, pues intenta escribir lo bueno”. Pero no solía escribir sobre lo bueno, escribía de lo crudo, de lo oscuro, de los mundos periféricos; y no le incomodaba.

“A mí se me hace una tontería. Yo desde niña he sido depresiva, a pesar de que siempre me ves muy alegre pero me tomo mi medicina [señala el vaso de vodka que está tomando y ríe]. Incluso estuve dos meses en el Nacional de Psiquiatría por depresión mayor. Y lo peor es cuando la gente te dice “échale ganas”, ¿o sea de dónde saco las ganas o dónde compro un kilo de ganas?”, dijo la poeta en una entrevista.

Y continuaba “entonces he vivido siempre con esta sensación de cierto vacío. Y cuando mi vida está más tranquila es cuando menos puedo escribir. Yo no sé escribir de las flores ni de los pajaritos ni de qué bonita esta playa, le voy a hacer un poema. En esa situación, no sé pero se me hace una estupidez que todo el tiempo tengas que estar súper alegre. Si tu condición humana es depresiva, acéptala y vive con ella”.

Acerca de esa sensación de vacío, Beatriz Meyer menciona que, probablemente, se debiera a una continua búsqueda por alguien que le “aguantara el ritmo” en la forma en que disfrutaba la vida y el amor. 

Otras de sus inspiraciones eran los perros, hacía referencias, metáforas, analogías con los canes. Desde niña les tenía cariño; a Sujey, a la Fiona, con quien solía compartir sus Fritos naranjas (su botana favorita a pesar de que no le gustaba el picante) y de sus paletas de hielo. 

el perro ensaya la muerte/se queda tieso,/tieso, cartón con engrudo/extraña su casa y muere;/él no es nada: cartón con engrudo,/lo sabe y muere./muerto me mira/con sus dos canicas./el ladrido es casi mudo;/el perro juega a la muerte,/juego con él/y callo.

“Fue una mujer muy coherente dentro de su manera de ser, siempre fue muy muy libertaria, muy yo vivo mi vida como lo quiero, muy el mundo es de frente y a eso se dedicó. Un auténtico personaje, muy difícil de definir, fácil de juzgar porque era tremenda. Pero trascendió más de eso, era una mujer extremadamente honesta, jamás intentó disimular ni sus debilidades de carácter ni sus fallas ni sus vicios, era quién era y nos hizo la vida feliz a todos. Si tenías una fiesta y estaba Gaby Puente presente, era un lujo. Te la ibas a pasar muy bien”, dice Enrique Delfín.

Últimos días y legado

Gabriela murió el 22 de agosto de este año, a los 50 años.. Su muerte fue inesperada, cuenta su hermana Rocío, quien la acompañó hasta su último día. Desde hace tiempo padecía esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad que debilita los músculos del cuerpo y hace que pierdan movilidad.

En la última etapa de su vida continuó con su pasión por el cine –la cual la llevó a dar clases y talleres de cine en el centro cultural Duermevela y a realizar las cápsulas de Café Con Cine– y por la literatura. Vio muchas películas, y volvió a ver otras más, en especial la de Los Olvidados de Luis Buñuel, o Barfly de Barbet Schroeder. Le pedía a su hermana que le leyera, aunque no permitía que terminara un capítulo debido a que su atención iba de un lado a otro, a la mitad sugería la lectura de otro libro. Se fue tranquila, asegura Rocío.

Sus amigos y familiares aseguran que fue una mujer que vivió la vida con una intensidad absoluta y con una pasión increíble, “por eso no estamos tan tristes ni tirados a la pena. Gaby no dejó ir ninguna oportunidad de disfrutar la vida. Era una mujer muy inteligente y realmente fue un placer compartir su vida”, asegura Delfín. 

“Todos tenemos la fantasía de saber cómo será nuestro funeral, quién irá y qué cosas se dicen. Gabriela se dio ese lujo, ella sí vivió su funeral… Pinche Gabriela”, mencionó Delfin.

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Autor Lado B
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