La ciudad se experimenta diferente caminando, en coche, desde la combi o rodando en una bici. La subjetividad se exacerba dependiendo del modo en que transito por sus calles. Desde un coche se impone el deseo de llegar, el destino es lo que importa y las calles que recorro estorban, se vuelven invisibles y prescindibles las personas con las que me cruzo: subo la ventana, pongo música, me aíslo y bloqueo mis sentidos a lo que no sea llegar más pronto, rápido, antes. Entregado a la prisa, me hago uno con la máquina que me lleva, consumo llantas y gasolina mientras deseo decir quién soy por el coche que manejo.  El cielo ya no es azul, ahora me vende ropa. En vez de nubes, veo fotos de condominios, azulejos o refrescos mientras más adelante una oferta de terrenos me tapa los volcanes. Los puentes que cruzo quieren llevarme a un concierto, injertarme pelo o convencerme que estamos haciendo historia y futuro en una ciudad con rumbo. Puebla deja de ser mi casa y mi refugio para convertirse en una gran tienda que me vende a gritos cosas.  Soy prisa, angustia, afán de tener. No huelo, no siento, no escucho, no veo, no hablo ni sonrío. Ya llegué.

*Foto de portada: José Luis Escalera