Lado B
Convivir para ser
No hay yo, siempre somos nosotros dice el poeta en su monumental Piedra de sol. Porque el ser humano fundamentalmente es en la interacción, se construye en el contacto con los otros y se va definiendo en su identidad y su proyecto de vida
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
24 de abril, 2018
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,

Octavio Paz. Piedra de sol.

[dropcap]N[/dropcap]o hay yo, siempre somos nosotros dice el poeta en su monumental Piedra de sol. Porque el ser humano fundamentalmente es en la interacción, se construye en el contacto con los otros y se va definiendo en su identidad y su proyecto de vida gracias a o a pesar de la identidad que los otros significativos nos quieren asignar según afirma el filósofo Charles Taylor.

Por eso los actos míos, son mucho más míos si son también de todos, si son pensados y realizados pensando en e incorporando a los otros, para construir ese nosotros que en el fondo es la vida, porque como dice también el poema, la vida no es de nadie, todos somos la vida.

De manera que para poder ser yo, tengo que vivir un proceso de búsqueda entre los otros, salir de mí, tratar de encontrarme en los demás, de vivirme en los demás, de ser-me en los demás. La paradoja fundamental de la vida consiste en esta necesidad de relación profunda que nace de nuestro ser humanos y al mismo tiempo nos posibilita hacernos humanos, esta necesidad de los otros que para ser requieren de mi existencia y esta necesidad mía que para ser requiero de la existencia de los otros y de la relación con ellos.

No, no es “reconocer al otro”.
El otro es anterior a todo reconocimiento.
El otro ya es, ya está, ya estuvo antes de mí.
Si así no fuera, si el otro solo existiera porque lo reconozco, sería
Como una estatua cubierta por una tela negra en una plaza abandonada,
esperando ser descubierta.
O como un territorio que creemos inexistente y al que damos un nombre
que no es el suyo.
No, no es “descubrir al otro”.
No se juega a las escondidas así nomás.
No es “nombrar al otro”.
Es ser llamado por él.
Carlos Skliar. Pedagogías de las diferencias, p. 165.

Este proceso de autoconstrucción propio de los seres humanos por su ser estructuralmente sociales supone la existencia previa de los otros, la convicción de que el otro ya es, ya está, ya estuvo antes de mí y no necesita de mi reconocimiento –en el sentido de validar su existencia- para ser y vivir. Porque el otro no necesita de mi reconocimiento para existir, más bien yo estoy necesitado de su existencia para ser en plenitud. No se trata pues de darle reconocimiento o de nombrarlo. Se trata de ser llamado por él, de abrirme a este llamado del otro y responder a la propuesta de estar juntos, de hacer cosas juntos y hacernos juntos para transformar el mundo en comunidad.

El otro es pues un llamado, una invitación a la plenitud que no está exenta de riesgos, conflictos y contradicciones pero que con todo y ellos y gracias también a ellos nos abre la puerta a una dimensión más auténtica de nuestra humanidad.

En estos tiempos ególatras en los que la sana revaloración del yo ha conducido al extremo de una absolutización de la individualidad como criterio único y central para la construcción de la existencia, resulta urgente caer en la cuenta nuevamente de este llamado del otro que es en el fondo la oportunidad real de ser humanos.

Porque estamos viendo que esta entronización del yo y de la búsqueda de la propia pasión y de la felicidad individual por encima de todas las cosas no es más que una huida del otro, una respuesta evasiva o de rechazo al llamado del otro por el temor al conflicto y a la tensión que representa la convivencia humana.

© 2015 The M.C. Escher Company – Baarn, The Netherlands. 1948

Hoy en día estamos constatando que esta sobrevaloración del yo que se encierra en sí mismo es una puerta falsa que no solamente no conduce a una vida sin dolor y sin problemas sino que conlleva en sí misma la semilla de una existencia sin sentido.

Conversar en el mundo y sobre el mundo, tejer el lenguaje,

Mirarnos a los ojos, hacer lo común: ¿Puede ser ésta, acaso, una definición inacabada pero esencial de lo político? Lo político no nos preexiste, más bien se hilvana en la duración de cada encuentro y desencuentro.

Carlos Skliar, Pedagogías de las diferencias, p. 78.

Abrirnos al llamado del otro, de los otros, es una oportunidad fascinante y compleja, contradictoria y desafiante, expuesta al dolor pero también a la felicidad y la realización auténtica que nos lleva a conversar en el mundo y sobre el mundo, a tejer el lenguaje y a tejernos mediante el lenguaje como un nosotros vivo y en proceso de humanización permanente.

Esta es la verdadera convivencia que va más allá de normas, decretos o programas para la coexistencia pacífica y tolerante. Porque aprender a convivir implica desarrollar la capacidad de mirarnos a los ojos y de encontrarnos en lo profundo para hacer lo común. Esta es precisamente, como dice Skliar, una definición esencial de lo político, puesto que lo político es en el fondo la construcción de una comunidad de significados y valores, de un nosotros que a partir de este mirarse unos a otros genera un dinamismo de cuidado del otro y de búsqueda del bien común, del bienestar de todos. Lo político es un dinamismo que no está construido de manera preexistente sino que tiene que irse edificando en todos los encuentros y desencuentros que se dan entre seres humanos diversos pero dispuestos y comprometidos a vivir juntos porque se saben necesitados de los demás y valoran la riqueza de los diferentes.

Convivir para ser porque para ser yo tengo que buscarme entre los otros, porque los otros no pueden tener una existencia plena sin mí pero yo no puedo ser todo lo que estoy llamado a ser, sin ellos.

Convivir para ser porque el otro me está llamando desde sus necesidades y desde su riqueza para mirarnos a los ojos y hacer lo que nos toca, lo que queremos hacer en común.

Convivir para ser porque nuestro tejido social está roto de tanto culto al yo y nuestra posibilidad de ser nosotros está totalmente enterrada en un mar de cadáveres y desaparecidos, de excluidos por la intolerancia y el afán de lograr intereses egoístas a costa de negar el llamado de los demás.

Nuestra realidad como país sería muy diferente si todos los docentes nos propusiéramos como tarea cotidiana la construcción de un modo de convivencia distinto, alternativo, contracultural en el aula y en la escuela, un proyecto de convivencia escolar que promueva el encuentro, el diálogo, la comprensión y la solidaridad.

La educación cumpliría su misión esencial si todos los que nos dedicamos a la educación pudiéramos planear nuestras prácticas desde la convicción de que queremos, debemos y podemos generar una forma distinta de convivencia entre los estudiantes que los lleve a desarrollar un hábito de compromiso comunitario que se refleje después en su vida ciudadana y en el trabajo responsable de construcción de una verdadera democracia.

El mundo sería mucho más humano si los actores del proceso educativo decidiéramos adoptar como una responsabilidad central la promoción de procesos para que nuestros educandos aprendan a convivir para ser.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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