Lado B
Abrir la tierra para todos
Un encierro incomprarablemente peor que el mío, porque el círculo en el que ella estaba atrapada era el de salir de su tierra, dejar su vida y sus raíces por necesidad, buscar una forma de llegar al norte, a los Estados Unidos vía México
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
20 de noviembre, 2023
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…La tierra es para todos,
Como el aire.
Me gustaría tener manos enormes,
Violentas y salvajes,
Para arrancar fronteras una a una
Y dejar de frontera sólo el aire.
Que nadie tenga tierra
Como tiene traje:
Que todos tengan tierra
Como tienen el aire.
Cogería las guerras de la punta
Y no dejaría una en el paisaje
Y abriría la tierra para todos
Como si fuera el aire.
Que el aire no es de nadie, nadie, nadie,
Y todos tienen su parcela de aire.
Jorge Debravo. Nocturno sin patria.

Llevamos como cinco horas en un aeropuerto bastante pequeño. Hemos llegado -una colega que recién conocí el día anterior pero que se volvió amiga rápidamente- con el tiempo muy medido a las cuatro de la tarde, después de comer con los organizadores del encuentro regional de tutorías al que fuimos generosamente invitados y muy bien tratados, al final de la primera jornada en la que ambos impartimos una conferencia magistral, con un auditorio muy abierto, receptivo y generoso.

Hasta el momento de llegar al aeropuerto para regresar -ella a su casa en la CDMX y yo a tomar el autobús a Puebla- todo había fluido maravillosamente. Estábamos muy contentos y agradecidos por la excelente acogida que tuvieron nuestras propuestas y por el descubrimiento mutuo de nuestros temas de investigación y difusión muy convergentes y la empatía que nos llevó a compartir nuestras respectivas vivencias laborales, familiares y personales. Todo transcurría según lo planeado y creíamos que sin problema estaríamos cada uno atendiendo sus asuntos de trabajo del día viernes, de forma puntual.

El primer contratiempo fue un retraso de casi una hora en la salida del avión, algo que es cada vez más común en prácticamente todas las aerolíneas, aunque no deja de ser molesto. Pero bueno, abordar una hora tarde el avión no era nada fuera de lo soportable y de los límites razonables en las condiciones de nuestros aeropuertos nacionales e incluso parecido a cosas que hemos vivido alguna vez en aeropuertos de otros países, con aerolíneas de prestigio.

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Sin embargo, ya estando en el avión y habiendo iniciado el rodaje hacia la pista, el piloto detuvo la marcha y nos comunicó que había una falla en un radar meteorológico del avión, que combinada con el mal tiempo, hacía imposible volar, por lo que iban a revisar si podían arreglar la falla técnica para que pudiera despegar la aeronave. Cerca de media hora después, nos notificó que la falla no se solucionó y que tendríamos que regresar a la posición de origen y descender del avión para esperar instrucciones.

Al bajar hicimos una fila enorme para recibir un voucher para cenar en un mini restaurant en el que había una sola persona atendiendo a más de cien pasajeros -después llegaron dos más, que tampoco fueron suficientes- y se nos informó que enviarían un nuevo avión desde la Ciudad de México para salir hacia las 11 de la noche.

Fue ahí donde llamó mi atención primero, que en la fila para pedir la cena estuviera una mujer muy joven -calculo que tendría unos veinte años máximo- con un niño de unos cinco o seis al que le dio la instrucción de apartar su lugar y sentarse en otra silla mientras ella hacía el pedido. En ese movimiento le mencionó a otra persona que eran de Venezuela.

En la larga espera de la comida pedida por todos, un tiempo después escuché que en voz muy baja, una señora le decía a otra que la acompañaba que esta joven y su hijo estaban en el vuelo porque iban custodiados por migración para ser deportados. Sus palabras causaron un fuerte impacto en mí cuando las escuché y cuando un rato después vi a una mujer de complexión gruesa, con uniforme del servicio migratorio mexicano, que estaba con ellos.

Como hora y media después nos indicaron volver a pasar los filtros de seguridad porque el avión de rescate “ya había despegado del AICM”. La agente, la joven y su pequeño hijo, entraron un poco más tarde que el resto a la sala de espera. Pasó casi hora y media más para que nos informaran que el avión de rescate había intentado aterrizar tres veces pero no había podido por la niebla intensa y que el vuelo se cancelaba hasta el mediodía del viernes. Nos volvieron a formar en un proceso lento y tortuoso para darnos otros vouchers de transporte, hotel y desayuno. Ellos tres salieron y la agente habló algo con los empleados del mostrador, que no alcancé a escuchar y luego desaparecieron.

Estábamos todos agotados, desgastados, irritados, molestos, preocupados aunque a pesar de ello, en general el comportamiento de los pasajeros fue muy cordial y respetuoso. Yo alcancé a postear en mi página de Fb que me sentía como en «El ángel exterminador» de Buñuel, encerrado con un grupo de personas que a esas alturas ya eran conocidas e interactuaban entre sí, pero imposibilitados de salir de ese lugar en el que estábamos atrapados.

Llegamos el viernes a documentar para el nuevo vuelo especial. Ya éramos un poco menos pero aún así, un número grande de personas. De pronto mi colega y nueva amiga, a quien le había yo contado el comentario que escuché, vio a la agente migratoria y le preguntó si era cierto lo de la deportación. Ella lo confirmó y le dijo que no tenían otra opción, que era su trabajo hacerlo y que pensando en que no tuvieran que esperar tanto tiempo, no los habían traído temprano al aeropuerto y lo harían hasta que estuviera cerca la hora de despegar.

En ese momento pensé en que yo me había centrado en mi propio agotamiento y frustración, en mi propio encierro y en las cosas que iba a tener que cancelar de mi trabajo del viernes, además del día adicional de estar sin ver a mi familia ni en mi casa y me había quejado de ese encierro tipo película surrealista por todos los incidentes vividos, pero que en realidad seguía siendo un privilegiado al lado del encierro en el que estaba esa madre casi niña con su hijo a cargo. Un encierro incomprarablemente peor que el mío, porque el círculo en el que ella estaba atrapada era el de salir de su tierra, dejar su vida y sus raíces por necesidad, buscar una forma de llegar al norte, a los Estados Unidos vía México soñando con una vida mejor para ella y para su niño, gastando seguramente hasta lo que no tenía y ahora iba de regreso otra vez al infierno que la había obligado a emigrar, a huir, a dejar todo dando el salto al vacío. Ese encierro que viven miles de migrantes hoy en nuestro país y en muchos países, al que los obligamos por las condiciones de desigualdad, pobreza, violencia y exclusión de un mundo en el que paradójicamente, las mercancías -incluyendo las drogas- pasan libremente las fronteras, pero las personas no pueden hacerlo.

¿Cómo educarnos como humanidad para “…arrancar fronteras una a una/ Y dejar de frontera sólo el aire…” para “…Que nadie tenga tierra/ Como tiene traje: que todos tengan tierra/ como tienen el aire…?» ¿Cómo cultivamos la compasión para no normalizar estas situaciones de dolor que vive tanta gente en el mundo de hoy? ¿Cómo educamos a las nuevas generaciones en la empatía y la solidaridad creativa que construya un nuevo mundo donde todos quepan?

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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