Lado B
¿Pero por qué no hacemos lo que decimos que hacemos? 
Digo que nada ha cambiado para bien, porque para mal sí que estamos experimentando fuertes cambios, tanto en la manifestación explícita de mayores deficiencias en el aprendizaje de las distintas asignaturas y en el desarrollo de las habilidades necesarias para la formación
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
26 de abril, 2023
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Si hay una realidad con la que los historiadores de la educación están familiarizados, es la enorme brecha – el abismo, de hecho el abismo- que separa las declaraciones de intención generales y generosas de las prácticas realmente aplicadas. Ya se trate de «formación para la autonomía», «derechos del niño», «personalización del aprendizaje», «experiencia de fraternidad», «co-construcción de prácticas», etc… Es bien sabido que se necesita un equipo movilizado, gestores educativos que asuman riesgos y una jerarquía que haga la vista gorda, para cuestionar realmente todo lo que esto significa en la práctica y en el día a día.

Esto se debe a que la coherencia entre las promesas hechas y las prácticas aplicadas no es en absoluto la regla: al contrario, es la excepción, infinitamente rara y preciosa, que surge cuando unos pocos individuos o grupos determinados se ponen a trabajar haciendo una pregunta profundamente subversiva que difícilmente toleran los partidarios del «desorden establecido»: «¿Pero por qué no hacemos lo que decimos que haremos?». 

Philipe Meirieu. “La escuela después”. ¿Con la pedagogía de antes? 

 

Parece que la pregunta que hace Meirieu en el epígrafe de esta -tardía- Educación personalizante ya está respondiéndose en el día a día de nuestro sistema educativo nacional y creo que en general, en la mayoría de los países del mundo.

Ya estamos en la escuela “después”, después de esta pandemia terrible que se llevó a cientos de miles de seres humanos en todo el planeta y que se supone cambiaría radicalmente nuestra forma de vivir. Ya estamos en la escuela “después”, pero sin duda, con la pedagogía de antes. 

Como si nada hubiera pasado -y pasó mucho, entre otras cosas una terrible pérdida en términos de aprendizaje- después de prácticamente dos ciclos escolares con las instituciones educativas cerradas, ya estamos de vuelta y nada parece haber cambiado para bien en el funcionamiento de las escuelas y universidades, en lo que ocurre dentro de las aulas -o incluso en las plataformas virtuales- y en lo que ocurre con el funcionamiento institucional general del sistema educativo. 

Digo que nada ha cambiado para bien, porque para mal sí que estamos experimentando fuertes cambios, tanto en la manifestación explícita de mayores deficiencias en el aprendizaje de las distintas asignaturas y en el desarrollo de las habilidades necesarias para la formación, como en las actitudes que han sido alteradas de forma muy fuerte y preocupante debido a una crisis de salud mental y emocional que se manifiesta en un alto porcentaje del alumnado e incluso de los docentes y padres de familia. 

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Sin embargo, la respuesta de los educadores y de las instituciones ha sido pretender que no pasó nada y restablecer las rutinas de siempre, forzando a educandos y educadores a volver a las prácticas y rutinas de antes de la crisis pandémica, restableciendo las mismas formas y el mismo fondo de la deficiente formación anterior, eso sí, con un discurso que busca mandar mensajes de transformación e innovación. 

Por ello es bastante sostenible afirmar que ya estamos en la escuela post-pandemia pero con la pedagogía de antes de la pandemia y que como dice Meirieu, con la misma o aún mayor brecha entre las declaraciones e intenciones de los líderes de las instituciones y de las autoridades educativas y lo que ocurre realmente en las prácticas cotidianas. 

Me gustaría tener la certeza…” -dice el pedagogo francés- “…de que estamos avanzando, a escala planetaria, hacia una mayor solidaridad entre los pueblos y las naciones, una mayor justicia social y una mejor consideración de los principales problemas ecológicos. Pero, en realidad, creo que aún no hemos llegado a eso…” y yo creo que ni siquiera estamos haciendo lo necesario para apuntar hacia el establecimiento de las condiciones necesarias y suficientes para encaminarnos hacia ese escenario renovado. 

Y la educación que es uno de los medios más importantes para buscar ese cambio a nivel local, nacional y mundial, se encuentra atrapada en las viejas formas de hacer las cosas, a pesar de que se hable de reformas, cambios legales y curriculares, nuevos libros de texto, guías sintéticas y analíticas, etc. 

¿Cómo encaminarnos hacia ese movimiento realmente transformador de la educación en todos los niveles? 

El señalamiento de los elementos necesarios que hace Meireu en este documento me dio mucha luz para tratar de orientarnos en este momento de desconcierto y regresión. Se requieren equipos movilizados, gestores educativos que asuman riesgos y una jerarquía que haga la vista gorda -que estorbe lo menos posible y deje hacer a quienes realmente quieren cambiar-, para poder poner en duda todo lo que el cambio educativo significa en las prácticas y en la vida cotidiana de las aulas y las escuelas. 

Porque como afirma también el autor, la coherencia entre lo que se promete en los documentos y discursos de política educativa y de gestión escolar y universitaria no es lo que predomina en el panorama sino más bien algo excepcionalmente vivido en algunas comunidades y en espacios reducidos de buenas prácticas que sin duda existen, pero deberían ser apoyados e impulsados en lugar de obstaculizados por los controles de la burocracia de un sistema educativo de muy baja complejidad -excesivamente centralizado, basado en el control, cerrado a la creatividad y a la crítica- que en vez de ser el motor, es el lastre en el movimiento de cambio que es necesario emprender. 

Creo que como lo he escrito aquí en varias ocasiones, el cambio real de la educación, el que acercará los ideales planteados a los hechos concretos de la vida en las aulas no vendrá de la parte de arriba de esa pirámide hipercentralizada que es nuestro sistema educativo sino desde abajo, desde esos pocos individuos o grupos, organizados y trabajando sinérgicamente, con el apoyo -en el mejor de los casos- o a pesar de la falta de apoyo, de sus directores que pueden ser esos gestores que asuman riesgos, para ir construyendo en comunidades profesionales de aprendizaje los nuevos conceptos y las nuevas formas de educar a los niños y jóvenes de este tiempo de cambio, crisis y globalización incompleta y desigual. 

Coincido con Meirieu en que esos individuos y grupos son los que se ponen a trabajar partiendo de la pregunta más subversiva que se puede plantear hoy -y que es incómoda para los partidarios del “desorden establecido”- “¿Pero por qué no hacemos lo que decimos que haremos?” ¿Por qué los discursos y los cursos que reciben y generan los educadores y educadoras no llegan a aterrizar en sus prácticas? ¿Cuáles son los obstáculos que hay que vencer para que puedan aplicarse los ideales y las teorías de una nueva educación en el día a día de las escuelas y universidades? 

Necesitamos cada día con mayor urgencia la acción organizada y la co-inspiración de estos agentes educativos comprometidos con el cambio para construir una pedagogía del después, que sea coherente con una auténtica escuela del después. 


Foto tomada de https://blogs.iadb.org/

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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