Lado B
Formar militantes de la vida
Cantamos y debemos seguir cantando a pesar del desencanto, porque al ser militantes de la vida, nos mueve contagiar ese canto para formar a los nuevos militantes de la vida que contribuyan a transformar este país herido y roto
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
15 de marzo, 2023
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Nos ha tocado vivir en la civilización del espectáculo, dice Vargas Llosa y nos muestran cada día el Instagram, el Tik Tok y todas las redes y medios de comunicación, en todos los campos de la vida: desde el arte y el deporte hasta la economía y la política. Todo se ha vuelto un gran reality show en el que estamos enganchados todo el tiempo.

Esto marca nuestras horas y nuestros días con un sello indeleble de superficialidad y falta de sentido, que al mismo tiempo que nos mantienen distraídos y entretenidos olvidando los problemas y las angustias reales de la vida, producen en nuestro fuero interno una profunda sensación de tedio y aburrimiento, de cansancio en el salto de escándalo en escándalo, de desafíos irracionales en desafíos irracionales, de imágenes vacías en imágenes vacías.

Al mismo tiempo, vivimos sin duda en una cultura de la muerte y como lo he escrito antes en esta columna, en tiempos de banalización del mal y normalización de la violencia, la exclusión, la crueldad, la pobreza, la desigualdad y la corrupción. Un tiempo en el que como dijo el tristemente célebre cacique, Gonzalo N. Santos, la moral es simplemente “un árbol que da moras”.

Esta situación de violencia y muerte, ha producido una situación de desmoralización individual y colectiva que hace que hoy en día, predomine el desánimo y el convencimiento triste y resignado de que el mundo no puede cambiar y de que la muerte triunfa sobre la vida y la injusticia sobre la justicia, de que es imposible vivir una buena vida humana y buscar el bien común y que eso lo hacen solamente los ingenuos o los perdedores.

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Pero los educadores somos los profesionales de la esperanza y por ello quienes realmente cultivamos la vocación de formar a las nuevas generaciones como una forma de autorrealización y de aportación a la transformación social, somos personas que vivimos contracorriente, esforzándonos día a día por ser contraculturales, por cuestionar lo establecido y por aspirar a un mundo distinto en el que quepamos todos, a una humanidad diferente en la que no se excluya a nadie de su dignidad.

En ese sentido, los educadores nos empeñamos en seguir cantando, aunque todos los demás se pregunten por qué lo hacemos. Por ello considero pertinente en este espacio de marzo, mes en el que renace la primavera, hablar de la tarea educativa como un empeño por seguir cantando en un mundo que calla y se lamenta. Lo hago apoyándome en este bello poema de Benedetti, titulado “Por qué cantamos”.

Si cada hora viene con su muerte/ si el tiempo es una cueva de ladrones/ los aires ya no son los buenos aires/ la vida es nada más que un blanco móvil / usted preguntará por qué cantamos/ si nuestros bravos quedan sin abrazo/ la patria se nos muere de tristeza/ y el corazón del hombre se hace añicos/ antes aún que explote la vergüenza/ usted preguntará por qué cantamos…”

En efecto, en México cada hora viene con su muerte al grado de que ya nada nos sorprende y cada sexenio ha ido creciendo el número de desaparecidos a pesar de los cambios discursivos o de estrategia de los distintos presidentes. El tiempo, nuestro tiempo es una cueva de ladrones a pesar de las promesas de acabar con la corrupción y de los distractores que hacen como que se está combatiendo.

En este escenario, cada día la patria se nos sigue muriendo de tristeza y de falta de ánimo y nuestros corazones se hacen añicos o se blindan perdiendo la sensibilidad como mecanismo de defensa. Y sin embargo, aunque la gente se lo pregunte, los educadores debemos seguir cantando.

“si estamos lejos como un horizonte/ si allá quedaron árboles y cielo/ si cada noche es siempre alguna ausencia/ y cada despertar un desencuentro/ usted preguntará por que cantamos…” 

Vivimos en un país que está lejísimos de un horizonte, un país atrapado por una viejísima clase política que simplemente se ha ido cambiando de color, de nombre, de etiqueta, pero que tiene los mismos nombres y apellidos, los mismos vicios, las mismas conductas no éticas, el mismo desdén por el servicio a los ciudadanos y la construcción del bien común. Los árboles y el cielo van quedando en el camino, arrasados por obras injustificables pero defendidas por mucha gente que cree en un hombre ciegamente, incluso cambiando radicalmente sus antiguas convicciones.

Cada noche es una ausencia y cada despertar es un desencuentro y una zozobra permanente que nos persigue y sin embargo, los educadores de vocación seguimos cantando a las presencias y buscando apostar por los encuentros, tratando de sortear la zozobra y de buscar que el horizonte reaparezca y se acerque un poco cada día.

Aunque sea contracultural, esta esperanza que nos hace seguir cantando, tiene razones que aunque no sean mediáticamente atractivas ni vendan periódicos o se vuelvan virales en las redes sociales, son argumentos válidos para seguir creyendo en otro mundo, en otro México posible.

“…cantamos por qué el río está sonando/ y cuando suena el río / suena el río / cantamos porque el cruel no tiene nombre/ y en cambio tiene nombre su destino/ cantamos por el niño y porque todo/ y porque algún futuro y porque el pueblo/ cantamos porque los sobrevivientes/ y nuestros muertos quieren que cantemos/ cantamos porque el grito no es bastante/ y no es bastante el llanto ni la bronca /cantamos porque creemos en la gente/ y porque venceremos la derrota/ cantamos porque el sol nos reconoce/ y porque el campo huele a primavera/ y porque en este tallo en aquel fruto/ cada pregunta tiene su respuesta/ cantamos porque llueve sobre el surco/ y somos militantes de la vida/ y porque no podemos ni queremos/ dejar que la canción se haga ceniza”.

Porque el río está sonando y la vida sigue latiendo en la naturaleza y en la vida humana, porque el cruel no tiene nombre aunque tenga sus quince minutos o sus quince años de fama, por el niño y porque algún futuro y algún futuro -esperamos mejor- tendrá que venir. Porque los sobrevivientes y nuestros muertos y desaparecidos nos piden y merecen que sigamos cantando. Cantamos porque creemos en la gente y en su posibilidad de cambiar y ser mejor, porque por eso estamos convencidos de que venceremos la derrota. Por eso seguimos cantando.

Cantamos porque el sol nos reconoce y porque el campo huele a primavera, porque cada pregunta tiene su respuesta que nos lleva a nuevas preguntas. Cantamos sobre todo porque somos militantes de la vida y esa es la razón para educar, para elegir la profesión de la esperanza.

Por todo eso cantamos y debemos seguir cantando a pesar del desencanto, porque al ser militantes de la vida, nos mueve contagiar ese canto para formar a los nuevos militantes de la vida que contribuyan a transformar este país herido y roto en un lugar que haga justicia a su historia y su riqueza, que sea un buen lugar para vivir humanamente.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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