Lado B
A veces hay que esperar…
Estamos a un paso del final de un año que, si lo miramos bien y tratamos de abrir los ojos, los oídos y el corazón, no fue uno más
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
16 de diciembre, 2022
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A veces hay que esperar,

porque las palabras tardan

y la vida suspende su fluir.

A veces hay que callar,

porque las lágrimas hablan

y no hay más que decir.

A veces hay que anhelar

porque la realidad no basta

y el presente no trae respuestas.

A veces hay que creer,

contra la evidencia

y la rendición.

A veces hay que buscar,

justo en medio de la niebla,

donde parece más ausente la luz.

A veces hay que rezar

aunque la única plegaria posible

sea una interrogación.

A veces hay que tener paciencia

y sentarse junto a las losas,

que no han de durar eternamente.

José María Rodríguez Olaizola, sj. A veces hay que esperar.

Llegamos al final de un año más, podríamos decir quienes hemos normalizado la corrupción, la violencia, el machismo, el racismo, la discriminación, la pobreza y la desigualdad, la educación sin calidad que reproduce la inequidad y profundiza las brechas entre los mexicanos de primera y los de cuarta. Los que de tanto ver ya no vemos, los que nos hemos cansado de sentir, los que nos hemos dejado contagiar por la polarización y los discursos de odio que cada mañana dictan a quienes hay que quemar vivos y también los que se reproducen a diario desde quienes no saben qué proponer ni como oponerse y prefieren ser caer en el juego que les indica el hombre que nunca entendió la diferencia entre arengar multitudes como candidato y gobernar a todos como presidente.

Estamos a un paso del final de un año que, si lo miramos bien y tratamos de abrir los ojos, los oídos y el corazón, no fue uno más, sino un tiempo en el que las cifras de violencia, de muerte, de feminicidios, de ajustes de cuentas, de destrucción institucional, de deterioro educativo siguieron creciendo y no mostraron ninguna tendencia de cambio, de esa transformación tan prometida y tan cacareada, pero tan ausente y tan debida todavía a quienes menos tienen, pueden y viven, por estar desesperadamente ocupados en sobrevivir.

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El fin de un año es siempre un momento de hacer un alto en nuestras vidas, de revisar lo ocurrido y lo decidido, de intentar hacer balances y resaltar lo positivo, lo que tendríamos que agradecer todos los días, al mismo tiempo que intentamos visualizar lo negativo, lo que

nos complicó la existencia o lo que hicimos para complicar la existencia de los demás, lo que por activa o por pasiva nos hizo de alguna manera cómplices de este mal estructural, de esta crisis sistémica que nos está dejando sin planeta y sin país.

Por eso creo que vale la pena considerar en nuestros tiempos de silencio y evaluación, en nuestros espacios de arrepentimientos y propósitos de cambio, este profundo poema de Rodríguez Olaizola que nos plantea que a veces, yo creo que como ahora, hay que asumir un tono existencial distinto, tal vez más gris pero más realista, tal vez poco optimista pero siempre esperanzado, porque somos, lo repito hasta el cansancio, los profesionales de la esperanza que el país y el mundo necesitan aquí y ahora.

Estamos en esas veces en que hay que esperar, porque las palabras de aliento siguen tardando en llegar y la vida parece seguir suspendida en una nube negra en la que caminamos por instrumentos. Estamos en esas veces en las que hay que callar ante tanto dolor que nos circunda, porque como dice el texto, las lágrimas son las que hablan por sí solas y no hay nada que decir frente a unos padres que han perdido a un hijo o a quienes les han matado a una hija en esta guerra absurda generada por el ansia de dinero y de poder.

Nos encontramos en esas veces en que hay que seguir anhelando esa patria justa, pacífica, equitativa, en la que aprendamos a dialogar para procesar nuestras diferencias. Porque la realidad actual no basta y el presente no nos trae aún respuestas sino cada vez más confusión, desorden, caos, desmoralización.

Hoy, a finales de 2022, cuarto año de esa utopía que les vendieron a muchos y en la que muchos siguen creyendo ciegamente pero que tarde o temprano caerá por su propio peso y derramará, como una piñata rota, toneladas de lodo formado por nuevas formas de corrupción, de engaño, de demagogia, de destrucción de instituciones que con todas sus imperfecciones eran avances que habían costado años de sangre, sudor y lágrimas de muchos mexicanos, algunos de ellos hoy creyentes de que están en el país que va en el rumbo que soñaron, cuando en realidad han retornado al régimen absolutista de una sola persona omnipotente contra el que lucharon.

En este final de otro año difícil, de acumulación de agravios, en el que todo cambió para seguir igual, toca seguir creyendo contra la evidencia, creyendo a pesar de todas las evidencias y contra todo intento y sentimiento que presagie la rendición.

En este tiempo en el que como sociedad seguimos cavando nuestra propia tumba, los que tienen el poder con el gusto agridulce de la venganza contra quienes consideran culpables de todos nuestros males y los que se oponen a él, con la desesperación producida por su falta de imaginación, de creatividad y de empatía con los más necesitados, necesitamos como nunca seguir buscando, aún en medio de la niebla espesa en la que no se ve el camino a seguir, en el sitio en el que estamos, en el que parece más ausente que nunca la luz aunque sobre el calor y el fuego de la batalla estéril de tuitazos o declaraciones y manifiestos y marchas y…

Este tiempo también nos llama a rezar, al menos a quienes creemos en alguna forma de trascendencia, en algún ser que nos creó, nos habita y nos llama a seguir buscando la realización en la entrega a los demás. Sí, rezar, aunque la única plegaria posible como dice Olaizola sea una interrogación, una pregunta, una perplejidad, un grito en la oscuridad.

Pero sobre todo, hoy es tiempo de tener paciencia, no sólo paciencia de la que dura un momento, unas semanas o un ciclo escolar, sino paciencia histórica, de esa que sabe que los grandes cambios requieren la educación de generaciones completas de ciudadanos distintos, capaces de construir el cambio que queremos ver en el país y en el mundo como diría Freire.

Por eso este fin de año, uno de mis mejores deseos para todos los educadores es que hagan acopio de paciencia y de persistencia, que esperen y anhelen pero también que sigan buscando en la niebla, que sigan caminando aunque a ratos tengan que sentarse junto a las losas que nos impiden abrir nuevos caminos como sociedad, sabiendo que esas losas, si seguimos transformando cuerpos, mentes y corazones jóvenes, no han de durar eternamente.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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