Y todo es por no querernos reconciliar. Queremos destruir a los otros. Queremos matar a los malos. Incluido el señor presidente entiende la exigencia de la Compañía de hacer justicia, como hacer violencia y dice que somos hipócritas porque…el clero en general, los sacerdotes en general -exceptúa al Papa Francisco- lo que queremos es violencia, a pesar de que predicamos la paz. No, esto es mentira: hacer justicia no es castigar, hacer justicia no es destruir ni encarcelar y menos es matar. Hacer justicia es ajustar nuestros mundos para que no haya violencia, ajustar nuestros mundos y nuestras comunidades humanas para que no nos destruyan, ajustar nuestros mundos para que nos hagan humanos. Eso es hacer justicia: ni es ajusticiar ni es justificar. Es ajustar el mundo, es recrear el mundo y eso es lo que pedimos.
Pedro De Velasco Rivero S.J. Fragmento de la homilía del 2 de julio, a propósito del asesinato de dos jesuitas y un guía de turistas en Cerocahui, Chihuahua.
Han pasado ya dos meses desde que ocurrieron los asesinatos de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, S.J. y Joaquín César Mora Salazar, S.J. dentro del templo de Cerocahui en la Sierra Tarahumara tras tratar de asistir al guía de turistas Pedro Palma Gutiérrez, quien era perseguido por un hombre armado y que también fue asesinado. El homicida está plenamente identificado, pero, a pesar de ello, en todo este tiempo no se le ha podido detener.
Es claro que hubo muchísimos asesinatos y desapariciones forzadas antes de estas muertes y también es claro que, a pesar de todas las declaraciones de las autoridades de los distintos niveles, ha habido muchos asesinatos, feminicidios y desapariciones forzadas después de la muerte de los dos jesuitas. Sin embargo, creo o tal vez quiero creer que los hechos de la Tarahumara pueden marcar un antes y un después en la historia de la violencia directa, estructural y cultural —según el triángulo de Galtung— que ha asolado y sigue asolando a nuestra sociedad mexicana.
El fundamento de esta esperanza, frágil aún pero al mismo tiempo clara, es que a partir de estos hechos terribles se lanzó una convocatoria que ha unido no solo a los jesuitas de México sino a toda la iglesia en el país a través de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) y de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México (CIRM), además de varias organizaciones de la sociedad civil.
Esta convocatoria que inició con una Jornada de oración por la paz durante todo el mes de julio, ha tenido continuidad en un movimiento sostenido, aún un tanto silencioso y sin gran cobertura mediática pero que intuyo que va a ir creciendo y que podría unir a todos los mexicanos, creyentes y no creyentes en una búsqueda de acciones concretas para reconstruir la paz que, siguiendo la misma clasificación de Galtung antes mencionada, no puede quedarse en meras acciones directas de ausencia de violencia sino que tiene que llegar hasta la transformación radical de las estructuras que regeneran continuamente la violencia a partir de la discriminación, la exclusión, la injusticia, la desigualdad, el machismo, el racismo y el clasismo.
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Esta transformación tiene que reconstruir también la cultura en la que vivimos, que hoy es una cultura —un conjunto de significados y valores que determinan nuestras formas concretas de vida y convivencia, según la definiría Lonergan— de violencia y de muerte.
Como afirma Pedro de Velasco S.J. en el fragmento de la homilía que cito como epígrafe, la construcción de paz inicia con el deseo real de reconciliación que acabe con la división de los mexicanos, que desafortunadamente se promueve con fines políticos tanto desde el gobierno como desde la muy débil y decadente oposición. La construcción de paz inicia con la supresión del deseo de matar a los malos, de combatir la violencia con más violencia, lo que no quiere decir que no se aplique la ley con todo el rigor necesario y respetando los derechos humanos.
Pero la construcción de paz no se queda en el deseo de reconciliación sino que necesariamente tiene que llegar a hacer justicia, no en el sentido de destruir o de matar sino en la acción colectiva y colaborativa para “…ajustar el mundo, recrear el mundo y nuestros mundos para que no haya violencia, para que no nos destruyan, para que nos hagan humanos”. Hacer justicia no es ajusticiar pero tampoco justificar, es ajustar lo que hoy está totalmente desajustado.
¿Cómo contribuir a la construcción de paz desde la educación? Existe bastante literatura sobre el tema de educación para la paz. Existen pedagogías para la paz. Hoy quiero centrarme en la propuesta que construye Claudia Margarita Londoño, de la Universidad de los Andes en Colombia, en su artículo «Hacia una pedagogía crítica de la memoria para la paz: reflexiones a partir de la práctica docente«.
Se trata de la educación para la paz con un enfoque crítico, que como lo señala la autora apoyada en revisión de teóricos como Bajaj, Freire y Giroux, se orienta hacia el empoderamiento de los estudiantes para que se conviertan en generadores de cambio “capaces de analizar las dinámicas de poder y sus interseccionalidades, entretejiendo lo práctico con lo teórico y lo reflexivo…” (p.7)
Son cuatro los grandes ejes de esta pedagogía crítica para la paz: en primer lugar, la toma de conciencia del mundo que implica el análisis de las relaciones de poder existentes en la sociedad. En segundo lugar está lo que la autora llama el optimismo crítico que es más bien, como ella misma la define, una esperanza no ingenua que cree en las posibilidades graduales de cambio hacia estructuras y formas culturales que privilegien la paz sobre la violencia. El tercer eje es la agencia, que es la capacidad que deben desarrollar los educandos para intervenir con proyectos y acciones concretas en el cambio de los contextos, las estructuras y la cultura de violencia dominantes.
Finalmente, el cuarto eje consiste en la eliminación de la contradicción de la relación entre educación y educando, que en la educación tradicionalista y aún en propuestas pedagógicas modernas tienden a la reproducción de las estructuras de dominación y opresión existentes en la sociedad, convirtiendo la escuela en un espacio de aprendizaje de la convivencia basada en la violencia.
Esta educación para la paz con un enfoque crítico busca “conectar las acciones con la esperanza” (p. 8), diferenciándose de otras propuestas de educación para la paz que no toman en cuenta las relaciones y estructuras de poder ni la desigualdad en las relaciones sociales existentes, que se traducen en formas distintas de violencia.
El proceso metodológico de esta pedagogía crítica para la paz inicia con la concientización a través del diálogo, continúa con la imaginación creativa que busca formas no violentas de relación y resolución de conflictos, continúa con la generación de formas específicas de empoderamiento para llegar a acciones transformadoras y realizar al final un proceso de reflexión y rearticulación para aprender de las experiencias.
En México es la hora de la acción social y de la educación para la paz. Es el momento de unir acción y esperanza para ajustar el mundo.