Lado B
Una cumbre climática mundial para hacer jardinería financiera
Por Nodo de Derechos Humanos @nodho
16 de noviembre, 2021
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Millones de personas en el planeta —ingenuamente, tal vez— pusieron un ápice de esperanza en la COP26. Sonaba muy dulce la posibilidad de que algún acuerdo sensato, y sobretodo obligatorio para las multinacionales, pudiera ser fruto de lo que ahí sucediera. Pero la realidad en estos días no deja mucho lugar a los sueños, apenas y deja pasar espejismos de salidas fáciles y cómodas para comprar unos años más de nuestra conformidad. Así que nuevamente sólo queda decir NO.

Martes

El tono general de la COP26 fue el de una convención financiera y el escenario de ese gran absurdo que es el capitalismo ecologista, de la más espectacular jardinería financiera. La presentación de “productos y proyectos innovadores” y la protección de intereses y recursos permeó el ambiente y lamentablemente los resultados. Llama la atención la insistencia que se hace en el texto del Pacto climático de Glasgow sobre la adaptación, las transiciones justas, la creación de trabajo decente y empleos de calidad, flujos financieros, resiliencia.

Las corporaciones que de por sí son las principales culpables del aumento brutal de temperatura a nivel global, y por lo tanto de todos los daños que eso está implicando, no solo no encuentran sanciones a su perversa lógica de extracción y acumulación, además encuentran nuevamente el modo de controlar no solo acuerdos que les eviten pérdidas, sino acuerdos que les permitan más ganancias, solo que ahora a costa de la catástrofe global y en nombre de ella de un modo tramposo y retórico. En la COP26 y en la mayoría de los grandes difusores de información se reproduce una narrativa construida a partir de paradojas para engañarnos, y probablemente engañarse, con la idea de que el mismo sistema que ha convertido la destrucción del planeta en ganancias puede seguir teniendo ganancias deteniendo su destrucción. Una versión global del ridículo “ganar-ganar” en el que en realidad perdemos todas y todos.

El peor acuerdo, el más criminal y perverso fue el de las reglas de operación del artículo 6 del Acuerdo de Paris sobre el intercambio de créditos por emisiones de carbono. Es decir, que las empresas de unos países pueden comprar créditos que representan reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero en otros países para cumplir sus obligaciones ambientales. Esto abre la puerta a que instituciones públicas y empresas privadas de los países desarrollados (ricos) inviertan en proyectos que reduzcan las emisiones en los países en vías de desarrollo (pobres), donde los costos suelen ser más bajos. Esos proyectos generarían créditos que se pueden negociar a costos billonarios, eso sí, bajo la supervisión de la ONU. Así las empresas de los países ricos pueden abaratar costos recurriendo a comprar créditos en los países pobres, concretamente comprando bosques, comprando territorio.

Lo que no se especifica es qué ocurrirá con los pueblos indígenas que habitan esos territorios. En el mejor de los casos serán, como lo celebran en la COP26, los guardabosques o jardineros territoriales de las corporaciones. En realidad, lo más probable es que nuevamente los acuerdos de los que se creen dueños del plantea implicarán despojo, pero ahora en nombre del medio ambiente, de la lucha contra el calentamiento global, todo en un contexto de agudización de etnocidios, paramilitarismo, genocidios y todo lo demás que ocurre cuando una lógica colonial se impone desde el Mercado o el Estado sobre territorios que creen suyos pero que no les pertenecen.

En esa alfombra roja los pueblos indígenas del planeta fueron invitados para escuchar en silencio cómo los dueños del mundo les explicaban las nuevas, brutales e hipócritas formas en las que le darán continuidad al horror, eso sí, con un bonito paquete de financiación caritativa que cualquier criminal decente ofrece a sus víctimas

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Era evidente que de una convención como esta no podían salir posturas profundamente claras, radicalmente críticas de nuestros estilos de vida o antisistémicas, pero el descaro y el desfile de clichés de lo políticamente correcto contribuyeron a montar un espectáculo de gran escala, uno en el que se dio un pasó más en la destrucción del planeta y de la humanidad. En ese baile de máscaras y discursos ambientalistas a las corporaciones se les invitó a ser “coherentes con un camino hacia un bajo nivel de efecto invernadero emisión de gases y desarrollo resiliente al clima”. Ese fue el trato a quienes deberían de ser denominados “criminales climáticos”. Es condenable que todo eso haya ocurrido en medio de aplausos y con el planeta en llamas.

La gran tragedia de la COP26 es ver que los grandes capitalistas del mundo y los Estados que los apapachan de verdad creen poder evitar que el mundo se vuelva inhabitable mientras convierten la supervivencia del planeta en una mercancía más, pero bueno, después de que este mismo año convirtieran el agua en una commodity del mercado de futuros, tampoco se podía esperar mucho.

Después de Glasgow se anuncia una pesadilla en aumento, se volvió a reorganizar el sistema, el mismo que nos llevó a tener un planeta enfermo. Se exoneró y premio a los culpables del ecocidio global y por lo tanto del genocidio que ya está en proceso. Después de esta cumbre se normalizaron las prácticas de una clase mundial poderosa y sumamente peligrosa que controla los mercados de una buena parte de lo que la humanidad come, compra, mueve, produce, reproduce, comparte y padece. Son en muchas formas los mismos que hace 20 años comenzaron a adueñarse de los servicios, luego de los derechos y ahora del planeta y de la destrucción como mercancía.

Podemos cerrar los ojos y confiar en que “nos llevarán por buen camino” o despertar y plantearnos quién realmente los va a detener y cómo. En el día a día están dando la vida en ello quienes defienden el medio ambiente en sus territorios y están siendo asesinados impunemente, están quiénes más allá de ser de la moda verde saben que las corporaciones cometen ecocidios de forma cotidiana y normalizada. La resiliencia tan apelada en Glasgow es una invitación a asumir que adaptarse al ecocidio puede ser la mejor opción porque simplemente es la más lucrativa.

*Foto de portada: Marcin Jozwiak | Pexels

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Autor Lado B
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