Mtro. Bertrand E. Rault Duvernoy
Con el progreso de la ciencia y tecnología, las sociedades humanas han pasado por grandes transformaciones desde el siglo pasado. A pesar de alcanzar grandes logros técnicos y empujar los límites de lo posible cada vez más lejos, no hay mucho qué celebrar. Lo que se está construyendo es una tormenta perfecta donde la sobreexplotación de los recursos naturales, la crueldad humana y la explosión demográfica contribuyen a un círculo vicioso de destrucción que nos está llevando al colapso de los sistemas que permiten la vida en el planeta. Como ya se advertía desde el final del siglo XX, con la globalización, la riqueza y el poder de capitales financieros privados superan por mucho el de cualquier estado y nos coloca también ante una crisis democrática sin precedente.
En México, la participación político-electoral se mantiene en un poco más de 50 por ciento de la población votante que acudió a las urnas en 2021, en particular, por la desconfianza de los ciudadanos en la democracia representativa. Esta situación podría revelar una paradoja en la que parecen agotarse las posibilidades y medios eficaces para generar cambios sociales, cuando más los necesitamos. Evidentemente, si queremos encontrar alternativas en esta dinámica perversa, tenemos que crearlas. Las alternativas que necesitamos podrían estar más cerca de lo que pensamos, ocultas debajo de nuestras narices, en la vida cotidiana.
Así como los actores políticos se deben a sus electores, las empresas y los capitales financieros se deben a sus consumidores. Mahatma Gandhi había entendido que el imperio colonial británico era un gigante con pies de arcilla cuando propuso diversas campañas de boicot de bienes importados. La movilización colectiva y en este caso masiva de la población india, motivada por la injusta y asimétrica política exterior, los llevó al cumplimiento de sus demandas y finalmente a la independencia de ese país. Más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio, organizaciones civiles como el Poder del Consumidor han logrado importantes acciones legales y mediáticas, fundamentadas en los derechos de los consumidores, contra las mayores empresas refresqueras multinacionales para impedir publicidad engañosa, o más recientemente agregar advertencias en los alimentos chatarra o prohibir su venta en las escuelas.
El vegetarianismo y el veganismo podrían también ser considerados como modos eficaces para mitigar el cambio climático y la explotación animal. En efecto, la industria pecuaria es responsable en gran medida de la emisión de gases con efecto invernadero, de la deforestación, del agotamiento del agua potable. Al mismo tiempo que la población humana explota, en los últimos 40 años, 60 por ciento de las poblaciones de animales salvajes y 80 por ciento de las poblaciones de peces de agua dulce han sido exterminados, directa o indirectamente, por la actividad humana. En cambio, el 90 por ciento de la biomasa animal en la actualidad está conformada por ganado.
Votamos cada tres años, pero comemos tres veces al día y con nuestras decisiones alimentarias podemos contribuir a algunos cambios a nuestro alrededor. Por eso, el Tianguis Alternativo de Puebla, un mercado local de alimentos que agrupa a más de 40 productores locales, afirma desde hace más de 14 años que otro consumo es posible. Campesinas, cocineras, intermediarios solidarios y voluntarios hacen llegar a más de 400 familias cada semana, una canasta básica de productos agroecológicos, más limpios, más frescos, más nutritivos, sin que tengan un sobreprecio excesivo.
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La energía consumida en el transporte es otro factor importante del deterioro ambiental. Preferir el transporte colectivo, o simplemente transportes más ligeros en lugar de camionetas urbanas podría marcar una diferencia notable en la calidad de vida en nuestras ciudades. En la ciudad de Puebla, hemos visto algunos cambios significativos en las vías de comunicación que podrían animar a la población a bajarse del auto; tal vez tú seas la próxima persona en hacerlo.
Evidentemente, no tenemos que reducir la complejidad de la crisis humana pensando que simples cambios individuales van a resolver directamente la situación. Sin embargo, a nivel individual, y quizás familiar y comunitario, es por donde suelen comenzar a construirse procesos colectivos y masivos de consumo que pueden alcanzar a ejercer una presión positiva sobre los mercados y los ecosistemas.
Consumir no es solamente comprar, por lo que también puede representar actividades que contribuyan a ahorrar, a divertirse, a expresar nuestra creatividad, a hacer ejercicio y a cultivar nuestra identidad. Sembrar una planta comestible, caminar o andar en bicicleta por la ciudad, reparar o construir, puede hacer una diferencia en nuestra calidad de vida por el beneficio directo de lo que nos aporta, pero también por la experiencia en sí misma. En medio de esta ajetreada vida urbana en la que nos envuelve la ciudad, pequeños cambios en nuestro consumo cotidiano podrían abrir nuevos senderos en el camino de la vida, para que la puedan seguir caminando las siguientes generaciones.
*Foto de portada: Marlene Martínez