Lado B
La frivolidad de la educación extractivista
La educación extractivista, donde el aprendizaje es una técnica competitiva, nos ha hecho olvidar que este se inscribe en un mundo compartido
Por Espacio Ibero @
17 de febrero, 2021
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Mtro. Manuel Antonio Silva de la Rosa

Cada vez nos encontramos sumergidos en una educación extractivista: se extrae nuestra vida desde el rendimiento y la productividad, estamos viviendo la época de las prisas, como si las cosas existieran para ser rebasadas, para pasar a hacer otra cosa sin el mínimo recuerdo de lo que se está haciendo, y apostamos obsesionados a querer hacer más. Este sistema educativo, nos arrebata la vida al estar haciendo algo, pero esa rapidez indica solamente una educación mínima; el impulso emancipador que tiene el aprendizaje queda simplificado a una técnica competitiva que va sofocando el sentido y la fuerza de nuestra libertad, donde nos vamos limitando al acomodo y a la adaptación de las demandas del mercado.

Un profesor, o profesora, no sólo tiene que dar clases, sino que tiene que producir, mínimo, diez artículos al año, ir y crear coloquios, presentar proyectos de investigación, hacer informes, papeleo, gestión, sentarse en su escritorio para contestar correos, buscar financiamiento, asistir a reuniones, figurar en comités. Así, de esta manera, el aprendizaje lo hemos acotado a una simple gestión de nuestro comportamiento en cada actividad y lugar al que asistimos. La administración, organización y la gestión del aprendizaje —independientemente de su contexto— siempre tiene el mismo criterio: hacer los procedimientos más eficaces y adaptables a todo tipo de tareas. Los docentes, por tanto, vamos construyendo una virtud adaptativa a la velocidad y a la prisa, combinando aspectos estratégicos y motivacionales.

Se nos ha ido borrando que el aprendizaje se inscribe en un mundo compartido: son los demás, las cosas y el entorno los que me hacen que comprenda de cierta manera mi vida cotidiana. Pero, al mismo tiempo, este mismo aprendizaje hace que lo desborde, que me lance y me arriesgue para comprender el mundo desde otro modo. Esto quiere decir que no existe un solo camino para comprender lo que me acontece.

Soy un sujeto sensible con capacidad de captar la realidad de múltiples formas. Mi existencia depende de mi manera de estar en la vida. No existe una forma de vivir, sino que hay múltiples maneras de estar en el mundo inscrito. Yo aprendo cuando salgo de mi misma manera de ver el mundo y exploro otra forma de acogerlo. Es así, que mi manera de aprender va a estar en manos de mi manera de mirar y pensar, desde otro punto de vista. Es desde este aprendizaje que le doy forma, junto con los demás, a los mundos que compartimos.

Así, la educación es un oficio y no un sistema que moldea sujetos para que se adapten a una sociedad establecida. Como cualquier oficio, se trasmite, se comparte y se transforma. Más que una técnica, es el arte de dar forma y sentido a la existencia, y esto se logra a través de los aprendizajes que compartimos y que entretejemos desde un mundo abierto, dinámico y siempre transformable. El aprendizaje inscribe su actividad en el tiempo y espacio de un contexto. Durante la modernidad, el tiempo del aprendizaje ha estado proyectado hacia el futuro. Este futuro, sumamente cuestionable, es un futuro mejor en términos de perfectibilidad, de progreso y desarrollo. Y todo esto se justificaba por sus beneficios en el día de mañana. Ese día que nunca llegó para todos y todas.

Ahora bien, en una sociedad como en la que estamos viviendo, donde los imaginarios del futuro han quedados atrapados en el pasado incompleto, inconsistente y fallido, donde pareciera que sólo quedan escenarios inminentemente apocalípticos, ¿qué sentido tiene esforzarnos tanto en aprender si como sociedad no podemos ver y encontrar alternativas a la devastación o a las crisis que nos encontramos?

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Poco a poco, esta visión de tragedia y de derrota, donde no existe un cambio sustancial que hacer, solamente esperar la muerte de nuestra humanidad —tengo la impresión—, la ha ido forjando una educación extractivista, que se acota a un lapso reducido de estudio que brinda un programa académico, pero que no brinda comprensión significativa de cómo y desde dónde transformar la vida; ya no se aprende para conocer nuevas maneras de habitar el mundo, sino de competir en un mercado; ya no hay una disputa en torno al saber, al conocimiento compartido, sino una querella teórica en manos de los expertos.

De esta manera, hemos perdido la fuerza de ver a la educación como un taller artesanal donde se entretejen nuestras vidas posibles. Nos hemos reducido a un aprendizaje extractivista, donde se mira la singularidad de nuestra persona como simple recurso, donde se extrae el mejor rendimiento a partir de las virtudes que tenemos, para poder conseguir una función y un lugar en la sociedad. Necesitamos, a como dé lugar, encajar en este sistema. Así se va provocando una crisis psicológica, que se va manifestando en los trastornos de estrés, ansiedad y depresión. Y cada vez es más notoria esta crisis de agotamiento que va generando, producida por el juego impuesto del sistema educativo extractivista: no importa qué tan creativos y activos fuimos el año pasado, este 2021 debemos superarnos.

*Foto de portada: Tim Gouw | Pexels

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