El último mensaje que Dulce envió de su teléfono celular, decía: “Ya voy a dejar los tamales, voy con don Mario”.
Desde aquel 8 de julio de 2019, a las 5:39 de la tarde, cuando mandó aquel mensaje a doña Hermelinda Ramírez Martínez, su amiga, Dulce desapareció en esas venas de la sierra hidalguense donde se encuentra Jacala, a la orilla de la carretera México-Laredo.
Nada se ha vuelto a saber de ella. Ni una señal que permita encontrarla.
El segundo nombre de Dulce es Esmeralda; sus apellidos, Covarrubias Hilario. El día en que desapareció era la víspera de la audiencia en la que un juez del Juzgado Mixto de Primera Instancia de Jacala determinaría si ella o Antonio, a quien había acusado de violencia familiar, se quedarían con la custodia de su hijo, entonces de siete años.
La familia de Dulce, que conoció de las agresiones de Antonio, cree que la desaparición puede estar relacionada con el fallo que vendría sobre la custodia del menor, pues, aseguran, Antonio advirtió que nunca le iba a dejar.
Don Mario, la última persona que pudo haber visto a Dulce, declaró ante el ministerio público que no la conocía (como consta en la carpeta de investigación 08-2019-0102), aunque, replica la familia, siempre estaba en la casa donde ella vivía con Antonio, porque era pareja de una hermana de él. “Lo utilizaron para sacarla”, aseguran.
A 15 meses del último mensaje de Dulce, su madre y su hermana la siguen buscando con sus medios y recursos, en esta región aquejada tanto por la lejanía —a 185 kilómetros de distancia de Pachuca, la capital, donde se sigue el caso—, como por la marginación en la que viven de sus habitantes.
Chahuatitla es una comunidad en Tepehuacán de Guerrero. De ascendencia indígena, con la niebla que cubre las casas arrodillas en la serranía, la pobreza impera: de las 106 viviendas, 41 tienen piso de tierra y 15 consisten en una sola habitación. De esta comunidad es Dulce. Para llegar a Jacala son 110 kilómetros más de camino. Ella los recorrió: cinco horas en los transportes que circulan entre terracería hasta el entronque con la carretera México-Laredo, para vivir con Antonio, a quien había conocido por Facebook; desde entonces han pasado ocho años.
“Cuando mi hija desapareció ella me había hablado dos días antes. Cuando ella me habla me dice que me viniera yo aquí, a Jacala, que el miércoles a las 9 de la mañana me esperaba, que según ya iban a arreglar lo del niño”, cuenta Cornelia Hilario Pascual, madre de Dulce Esmeralda. Eran los días previos a la audiencia en la que el juez determinaría la custodia.
“Ella quería que ganara lo del niño. Me decía: ‘a lo mejor se queda con su papá o conmigo, a ver qué sucede, pero yo me voy a ir con usted’”.
Su madre le confirmó que iría el miércoles, pero el martes le avisaron de su desaparición.
“No sabemos a dónde la metieron, pero eso lo ha hecho su esposo, porque estaba ahí en su casa, y él sabía bien que tenía esa demanda del niño [y], quería que se quedara con él. Él sabe a dónde la dejaron, pero no le hacen justicia a mi hija”, dice doña Cornelia.
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Después de la desaparición de la madre, la custodia fue para el padre.
Del teléfono de Dulce salió un mensaje más un día después de su desaparición. Fue enviado al celular que tiene su familia en casa.
El texto decía: “me voy a Sinaloa”, supuestamente porque había encontrado un trabajo y le habían ofrecido buen dinero. Cuando juntara, les enviaría a Tamazunchale, municipio de la Huasteca potosina que colinda con el último pueblo hidalguense por aquella región, Chapulhuacán.
“Yo igual contesté. Que dónde estaba o que nos llamara, pero ya no hubo respuesta. Ese fue el último mensaje”, recuerda Neltzin Covarrubias Hilario, hermana de Dulce, quien acompaña a su madre en la búsqueda.
Antes, llamaban a su número, pero mandaba al buzón de voz, hasta que el teléfono no dio más señal. Nunca llegó dinero a Tamazunchale, tal como supusieron, pues no creen que este mensaje fuera escrito por ella.
El texto terminaba con un “te quiero mucho, papá”, pero su hermana sabía que Dulce no se refería a él como papá, sino por su nombre: Demetrio, pero de cariño siempre le decía Eme.
“Nosotros pedimos que lo investiguen a él”, insiste Neltzin acerca del posible conocimiento de Antonio acerca de la desaparición.
“Él nunca se preocupó por lo que le había pasado a ella, porque él dice que sabe con quién se fue, pero en las investigaciones nunca dice nada, no menciona nada. Si él sabe dónde está, ¿por qué no dice para ir a buscarla?”, replica Deisy Yamilé Ramírez, una de las dos amigas que hizo Dulce en Jacala.
En este caso, como con otras personas no localizadas, la criminalización se extendió entre el pueblo cuando Antonio propagó la versión de que ella se había ido con “alguien más”, justo a pocos días del fallo por la custodia.
“Él argumenta que ella tenía otra pareja, pero no creo que ella, cuando va a ganar a su hijo, desaparezca, y hasta el día de hoy no se sepa nada”, cuestiona Deisy. Ella y doña Hermelinda Ramírez son las voces en este municipio que piden justicia y mantienen vivo el recuerdo y el caso: una desaparición, la única de la que han sabido hasta ahora en Jacala.
Por el peritaje, la familia sabe que supuestamente una última llamada del teléfono de Dulce salió de Las Palmas, otra localidad de Jacala, casi oculta entre la serranía. Sin embargo, las investigaciones no han avanzado más, y para la familia es difícil seguir el rastro por su cuenta, pues de Tepehuacán de Guerrero a Jacala, esos 110 kilómetros, son seis horas de viaje en transporte público, carretera de un solo carril usado para cargamentos de transporte pesado, y de Jacala a Pachuca, esos otros 185 kilómetros, cinco horas más. Son casi mil pesos de gasto por persona en traslados.
“Eso sí nos dieron a saber, la última llamada, pero de ahí dijeron que iban a seguir investigando, pero ya no hemos sabido nada”, dice Neltzin.
Ella, doña Cornelia, doña Hermelinda y Deisy afirman que Antonio golpeaba a Dulce, algo que quedó constatado en una carpeta de investigación iniciada por violencia familiar.
“Por lo mismo, ella un tiempo se fue a vivir con nosotros —afirma doña Cornelia—, como tres meses, pero después fue el hombre a traerla. Entonces, ella dijo que se venía por el niño, que ya no iba a vivir con el esposo, pero desde ese tiempo ya no vivieron muy bien: la maltrataba, la golpeaba, pero ella nunca se quiso orillar por el niño, porque él se lo quería llevar; el hombre no se lo soltaba”.
Neltzin añade que una vez Dulce le contó que Antonio la había sacado de su casa, que le había dicho que se fuera, que le aventó su ropa afuera de la casa donde vivían y que incluso la pateó. “La maltrataba mucho”.
Su madre además explica que Dulce tampoco quería irse antes de resolver legalmente la custodia de su hijo.
Desde que Dulce Esmeralda desapareció, su familia no ha podido ver al niño, ahora de ocho años.
“Yo quisiera ver al niño, pero ya lo conocemos [a Antonio], nos puede hasta sacar una mentira: puede decir que estamos robando al niño y no es cierto; yo quisiera venir a verlo nada más”, dice la abuela materna, que porta una cartulina con el rostro de su hija y la leyenda: “Exigimos justicia. Ni una más”, frente al reloj de Jacala, a donde viajó el 31 de octubre para que siga vivo el reclamo de justicia por su hija.
A más de un año y tres meses de la desaparición, doña Cornelia sigue en busca tanto de un acercamiento con su nieto, como de justicia por su hija.
De acuerdo con la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas del Estado de Hidalgo, entre 2019 y octubre de 2020, 167 personas tuvieron reporte de desaparición; 57 siguen sin ser localizadas. No obstante, el Congreso local, que exhortó al procurador Raúl Arroyo González a rendir un informe detallado tanto de feminicidios como de desapariciones en los últimos tres años, ve vacíos en cuanto a la información.
Cuando se aprobó el exhorto, el 3 de noviembre, la legisladora Areli Miranda cuestionó si el tema de desapariciones era un “secreto de estado” por la falta de transparencia y datos sobre la situación. Ejemplificó que en 2019 la asociación civil Sonrisas Perdidas difundió 276 fichas de búsqueda, mientras que la procuraduría, 41.
Sebastián Yáñez, que cumplió un año desaparecido el 6 de noviembre, desde que fue visto por última vez en el puente de la estación San Antonio del Tuzobús, en Pachuca, y Cara Donají Téllez, dos años desaparecida, desde que el 22 de septiembre de 2018 estuvo sobre el Río de las Avenidas, también en la capital, a la altura del colegio Londres, son sólo dos historias que se unen a la de Dulce Esmeralda, con un denominador común: no hay rastro.
*Foto de portada: Áxel Chávez
EL PEPO