Lado B
Epifanio: 50 años desaparecido
El 19 de mayo de 1969 fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, Guerrero. Su esposa lo busca y no permite que su nombre se olvide
Por Lado B @ladobemx
19 de mayo, 2019
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Thelma Gómez Durán | Quinto Elemento Lab

El escudo nacional corona este documento donde resaltan tres palabras escritas en letras mayúsculas y con tinta roja: EPIFANIO AVILÉS ROJAS. Hay decenas de hojas en donde se escribió su nombre, pero ésta que el tiempo pintó de sepia cuenta parte de su historia. Nació el 27 de abril de 1933 y sus padres fueron los campesinos Catalina Rojas y Román Avilés. Este documento también certifica que Epifanio no es un personaje de ficción que desaparece al dar vuelta a la página. Aún así, lo desaparecieron.

El 19 de mayo de 1969 soldados, al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera, lo detuvieron en el poblado de Las Cruces, en Guerrero, y lo trasladaron al cuartel militar de Ciudad Altamirano. Al día siguiente lo subieron a una avioneta. Desde entonces no se sabe nada más de él. Tenía 36 años.

Desde ese mayo de 1969, Braulia Jaimes comenzó a buscar a su esposo y el padre de sus tres hijos. Preguntó por él en oficinas de militares y policías, también en cárceles. Exigió que le dijeran dónde estaba. Denunció su desaparición en los periódicos. Medio siglo después, Braulia —88 años— tiene el mismo reclamo: que el Estado mexicano le diga dónde está Epifanio.

Su nombre encabeza las listas de detenidos-desaparecidos por el Estado que durante décadas han nombrado madres, esposas e hijos y que siguen recordando sus nietos. Mil 200 sólo en la década de los años 70.

En México, el Estado lleva 50 años desapareciendo personas.

Traer al presente la historia de los desaparecidos de hace décadas, como la de Epifanio, no sólo es un acto de memoria y justicia. En las desapariciones de esos años —señala el historiador Camilo Vicente Ovalle— está parte de la explicación de lo que se vive ahora en México, un país en donde, en los últimos 12 años, al menos 40 mil personas fueron desaparecidas.

Braulia, su papá y Epifanio

Escena tomada a mediados de la década de los 70 en el puerto de Acapulco. Braulia Jaimes se encuentra de pie entre su papá -a la izquierda de la imagen- y Epifanio a la derecha. Fotografía: cortesía de la familia Avilés Jaimes

Nacer en Guerrero

La historia de Epifanio comenzó entre cerros, en Rincón Chámacua, ranchería en donde las visitas de un médico eran esporádicas y las mujeres aprendían a parir en sus casas. Así era entonces. Así sigue siendo hoy en varias comunidades de Guerrero, estado en donde 64.4% de su población vive en situación de pobreza.

El 27 de abril de 1933, Catalina y Román recibieron a su segundo hijo, lo llamaron Epifanio; al primero lo nombraron Alberto y al tercero, Miguel.

Los hermanos Avilés Rojas eran aún niños cuando murió Catalina; un par de años después, Román falleció. La abuela asumió el cuidado de sus nietos hasta su muerte, a mediados de la década de los 40. Entonces, Epifanio tenía 14 años.

Braulia es la hija mayor de la familia Jaimes. Ella nació en Chámacua de Michelena; sólo un río la separaba de la ranchería donde vivía Epifanio. Ahora, lejos de esas tierras guerrerenses, en la Ciudad de México, Braulia muestra que los años no han hecho mella en sus recuerdos:

—Cuando terminé la primaria en Chámacua de Michelena me fui a Chilpancingo y estuve tomando cursos para ser maestra. Cuando regresé, conocí a Epifanio en los bailes. Ahí nos veíamos. Él me robó. Bueno, yo me fui con él, porque en mi casa no lo querían. Luego lo quisieron y nos casamos… Sus amigos lo conocían como El Toro Barroso, él mismo pidió que lo llamaran así, porque el toro es un animal bravo, bonito.

Epifanio y Braulia comenzaron su historia juntos en 1952. Se rebelaron contra la tradición de tener hijos de inmediato. Un tiempo vivían en Chámacua de Michelena, donde sembraban maíz y ajonjolí. Otros días se instalaban en Acapulco, donde él trabajó como policía en 1954. Epifanio fue cabo y sargento patrullero en Acapulco y en Iguala. En Ciudad Altamirano, fue jefe del grupo de la policía judicial. También vivió en Puebla, donde trabajó como inspector de salubridad.

A mediados de la década de los 60, la pareja migró a la Ciudad de México. Para entones ya eran padres de Nereida, Blanca y Jaime. Vivieron en Contreras, zona que entonces era más rural que urbana; ahí estuvieron a cargo de una granja.

En 1967 se instaló con ellos Florentino, hermano menor de Braulia, ingeniero egresado del Instituto Politécnico Nacional, profesor en la secundaria número cuatro y miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), una de las varias organizaciones guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de San Luis Acatlán, Guerrero.

En su libro México armado 1943-1981, la periodista Laura Castellanos documenta que a partir de la década de los 60 se crearon poco más de 30 organizaciones que decidieron tomar las armas para enfrentar a un Estado que protegía caciques, que mataba a los adversarios políticos y a líderes sociales, como a Rubén Jaramillo, y reprimía movimientos sociales como el de los médicos, los ferrocarrileros y el de la Universidad de Guerrero.

Justo fue Guerrero en donde la presencia de la guerrilla tuvo un peso importante: gran parte de los miembros de la ACNR eran de esa entidad; además, en 1967 el profesor Lucio Cabañas creó en la Sierra de Atoyac el Partido de los Pobres.

Epifanio y Brailia- Fotografía cortesía Braulia Jaimes

Epifanio Avilés y Braulia Jaimes comenzaron su vida juntos en 1952 en Chámacua de Michelena, donde sembraron maíz y ajonjolí. El matrimonio tuvo tres hijos, Nereida, Blanca y Jaime. Fotografía: cortesía de la familia Avilés Jaimes

Unirse a la guerrilla

Florentino Jaimes tiene una memoria prodigiosa. Es un hombre de complexión gruesa y no muy alto. Habla lento y sin dejar de mirar a quien lo escucha. La primera de las varias entrevistas que tenemos se da en 2013. Ese día lleva guayabera blanca y ganas de contar la historia de Epifanio y también su propia historia. Porque Florentino y Epifanio pudieron haber tenido el mismo destino. Pero no fue así.

Ellos fueron amigos antes de ser cuñados. Se conocieron cuando Florentino estudiaba la secundaria. Epifanio no terminó la primaria.

—Nos juntábamos con Juan Antúnez Galarza para ir a la cacería de la paloma para el almuerzo —recuerda Florentino, quien dejó a sus amigos de la adolescencia cuando se fue de Guerrero para estudiar en la Ciudad de México.

A finales de la década de los 50, Florentino asistía a la Vocacional No. 2 y vivía en la Casa del Estudiante Guerrerense.

—Había una efervescencia estudiantil, un ambiente que propiciaba la discusión política. Hablábamos de lo que pasaba en Guerrero, de la represión que se vivía en el estado. En la Casa del Estudiante Guerrerense, Florentino comenzó su amistad con Genaro Vázquez. En abril de 1968, decidió unirse a la ACNR.

—¿Epifanio conoció a Genaro Vázquez? —pregunto a Braulia.

—A mí no me dijo nada. Él no me dijo que estaba militando con él. Yo oía que comentaban, que se iban a hacer ejercicio. ¿Conocerlo? Creo que no lo conoció, pero sí andaba formando parte de la guerrilla. Mi hermano lo invitó.

En 1968 el Estado mexicano presumió al mundo que podía organizar los juegos olímpicos. En la Plaza de Tlatelolco demostró que podía matar estudiantes. Ese año Epifanio se unió a la ACNR.

Mucho antes, Epifanio ya había dado muestras de su interés por la organización social y política. Cuando construían un canal de riego en Chámacua de Michelena, Epifanio y Florentino organizaron a los trabajadores de la obra para la defensa de sus derechos laborales; impulsaron la formación del Sindicato de Trabajadores del Encauzamiento de las Aguas del Río Amuco. Todas las tardes, Epifanio se reunía con ellos para, entre otras cosas, enseñarlos a escribir y a leer.

—Por eso, porque alfabetizaba, le decían profesor —asegura Braulia.

—Él se interesó mucho en la situación social; en la represión que se vivía en Guerrero, en el país. Tenía una conciencia social mil veces mayor que cualquier persona que estuviera en la universidad —recuerda Florentino.

Unos días después del 2 de octubre de 1968, Florentino, Epifanio y Juan Antúnez comenzaron a planear “la acción” o “expropiación”, como se les llamó a los asaltos que miembros de las organizaciones guerrilleras realizaban para financiar su movimiento.

Museo Casa de la Memoria Indómita-4

Carteles realizados por los familiares de los detenidos-desaparecidos en el contexto de la contrainsurgencia. En varios de ellos se exigía la presentación con vida de las personas desaparecidas. Los carteles están en exhibición en el Museo Casa de la Memoria Indómita

A la par de que se formaban organizaciones guerrilleras en Chihuahua, Guerrero, Sinaloa, Nuevo León, Oaxaca o en la Ciudad de México, el Estado mexicano creó instituciones para poner en marcha sus estrategias de contrainsurgencia. Una de ellas fue la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que durante décadas funcionó como la policía política y cuyos elementos se especializaron en desaparecer personas.

“El primer documento oficial que menciona a la DFS es de marzo de 1947 y en él se confirma que dependía directamente de la presidencia de la República”, escribió Sergio Aguayo en su libro La charola. Una historia de los servicios de inteligencia en México.

En su investigación, Aguayo explica que la DFS se creó con policías de diferentes corporaciones, pero en abril de 1947 se incorporaron “diez de los mejores oficiales egresados del Heroico Colegio Militar”, entre ellos Luis de la Barreda Moreno. El presidente Adolfo Ruíz Cortines fue quien, en 1952, decidió que la DFS dependería directamente de la Secretaría de Gobernación.

Si se mira hacia atrás, si se va a los archivos, si se consultan los trabajos realizados por historiadores, se encontrará que en este país la desaparición de personas es añeja. Hay registros de algunos casos en los años 40, pero es a finales de la década de los 60, apunta el historiador Camilo Vicente Ovalle, cuando el Estado mexicano comienza su “institucionalización” y se delinea su uso como una estrategia sistemática de contrainsurgencia.

Tan sólo en la década de los 70 ocurrieron, por lo menos, mil 200 desapariciones por motivos políticos, de acuerdo con lo documentado por la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos en México (AFADEM). De estos, la mitad son de Guerrero.

Una acción fallida

Los tres amigos que en la adolescencia cazaban güilotas en Chámacua de Michelena, volvieron a encontrarse. Se reunían para analizar la caída de Fulgencio Batista en Cuba; hablaban del Che Guevara y de la necesidad de una revolución en México; repartían propaganda política de la ACNR y leían El Estado y la revolución, de Lenin; El manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels, y los lineamientos escritos por Genaro Vázquez para la fundación del ACNR.

Florentino, el que llevaba más tiempo como miembro de la guerrilla, seleccionaba los textos y guiaba la preparación política.

—Epifanio y Juan estaban en la organización casi por labor mía. Yo recibí las orientaciones y se las daba a ellos. Así fue su militancia.

La militancia de Epifanio y Juan fue breve e intensa. No tenían ni seis meses en la ACRN, cuando planearon su primera acción guerrillera: asaltar una camioneta del Banco Comercial Mexicano.

Cuando Braulia no estaba, los tres amigos entrenaban el tiro al blanco en el patio trasero de la casa de Cuajimalpa. Epifanio, quien aprendió de armas durante sus días de policía, fue designado el comandante militar de la acción.

Un par de meses antes de realizar la expropiación, se les unió un cuarto hombre. Florentino no recuerda cómo se llamaba.

Durante semanas estudiaron con detalle la ruta que seguía la camioneta bancaria. Acordaron la fecha: el sábado 19 de abril de 1969. Una noche antes, el cuarto hombre desertó. Su argumento, por lo menos el que recuerda Florentino, fue que no tenía el valor para participar en la acción. Los tres amigos decidieron seguir.

La memoria de Florentino, los recuerdos de Braulia y lo publicado en los periódicos de ese entonces permiten tener indicios sobre lo que sucedió la mañana de ese sábado de 1969.

Epifanio guardó en un cajón sus credenciales y el anillo de oro con sus iniciales grabadas. Entre sueños, Braulia escuchó que le dijo: “Voy a comprar el alimento para los animales”. Dejó la casa de Cuajimalpa cuando aún era de madrugada.

Los tres amigos abordaron el taxi Valiant coral, placas 5552; al taxista Roger Enríquez González le exigieron que se dirigiera a la carretera vieja a Cuernavaca; en el kilómetro 33, lo bajaron.

Florentino manejó el taxi. Poco después de las siete de la mañana llegaron a Xola, casi esquina con 5 de febrero. Estacionaron el auto y apagaron el motor. Se cubrieron los rostros con pasamontañas y esperaron. A las 8:40, observaron a la camioneta bancaria por la lateral de Xola. Juan se paró frente a la camioneta. Florentino amenazó al chofer y Epifanio, al copiloto. Lograron sacar de la bóveda los costales con dos millones 782 mil 300 de pesos de aquel entonces.

Algunos dirán que aquello que se llama suerte abandonó a los tres amigos. Otros, que la planeación no fue la correcta. Hay quien sospecha que el cuarto hombre los delató.

Al día siguiente, algunos periódicos publicaron esta versión: un vecino llamó al número de emergencia de la policía, se activó la alerta y en los aparatos de radiocomunicación de las patrullas de la zona se informó sobre la ubicación del robo. El mensaje llegó hasta el Galaxie azul del jefe de la policía preventiva, el general Renato Vega Amador, quien iba rumbo a su casa, después de practicar equitación en el Campo Militar Número Uno. El general pidió a su chofer, el teniente Mario Monroy Suárez, dirigirse a Xola y 5 de febrero.

Florentino recuerda la escena: después de tomar el dinero, corrieron al taxi; él intentó prenderlo, pero sólo escuchó el sonido ahogado del motor. Epifanio y Juan salieron del automóvil para empujarlo. El Galaxie azul del general Vega Amador frenó con violencia a unos cuantos metros. Se escucharon los primeros disparos. Florentino, Juan y Epifanio también dispararon. Llegaron más patrullas y policías. Se desplomaron dos cuerpos (el del policía José Saucedo Cadena y el del teniente Mario Monroy. Los dos fallecieron). La pistola de Juan se encasquilló y él cayó a unos metros del taxi. Epifanio corrió. Florentino recibió un golpe en la cabeza y ya no supo más.

La acción falló y, en tan sólo unas horas, agentes de la DFS llegaron a la casa de Cuajimalpa, donde vivían Florentino, Epifanio, Braulia y sus tres hijos.

Policías y hombres armados, vestidos de civil, golpearon la puerta de su casa. Buscaron en los clósets, en la azotea, en el tinaco de agua, en el gallinero, entre las vacas y la paja. Un teniente de apellido Larios interrogó a Braulia sobre Epifanio y Florentino.

—¿Qué hicieron? —preguntó Braulia.

—Asaltaron una camioneta bancaria.

Para entonces, la radio ya difundía la noticia sobre el frustrado asalto, durante el cual murieron tres personas, entre ellas Juan Antúnez Galarza y resultó herido el jefe de la Policía Preventiva del DF, el general Renato Vega Amador, quien también era miembro del Estado Mayor Presidencial y formaba parte del círculo de militares cercanos al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Durante el sexenio de Díaz Ordaz (1964-1970), la DFS fue dirigida por Fernando Gutiérrez Barrios, quien se integró a la organización entre 1948 y 1949, después de graduarse en el Colegio Militar.

En ese mismo sexenio, el agente policiaco Miguel Nazar Haro fue comisionado por Gutiérrez Barrios para crear y dirigir, al interior de la DFS, un grupo especializado en movimientos guerrilleros.

En su libro Nazar, la historia secreta.El hombre detrás de la guerra sucia, el periodista Jorge Torres señala que el grupo que dirigía Nazar se especializó en recabar la información y en formar lo que llamaron un “ejército inconsciente” de información política.

Además de la DFS, el Estado mexicano creó otras instituciones dedicadas a la persecución y aniquilación de las organizaciones guerrilleras. En 1969, por ejemplo, se formó la Brigada de Fusileros Paracaidistas, tres batallones de infantería y el segundo batallón de policía militar que tuvo entre sus funciones la administración del centro clandestino de detención en el Campo Militar Número Uno.

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Una de las tarjetas que forman parte del expediente que la Dirección Federal de Seguridad (DFS) integró sobre Epifanio Avilés Rojas

Florentino: detenido y torturado

Cuando los ojos de Florentino volvieron a mirar, ya llevaba las manos atadas. Se encontraba en los sótanos de las oficinas de la policía capitalina, en la Plaza de Tlaxcoaque, muy cerca del zócalo de la ciudad. Ese lugar funcionó como otro de los centros clandestinos de detención y tortura durante la contrainsurgencia.

—Me tuvieron con muchas torturas, no me dejaban dormir; día y noche tenían una lámpara en la cabeza. Cada vez que los ojos se me cerraban, me echaban agua en la cara, me pateaban, pero yo no les decía nada. Ya sabía que Juan había muerto, no recuerdo si ellos me lo dijeron, pero ya lo sabía. ‘¿Quién es el otro?’, me preguntaban. Ellos ya tenían datos. Me dijeron: ‘No te hagas pendejo. Ya sabemos que es tu cuñado’.

Al día siguiente del asalto, Florentino fue presentado ante los periodistas, llevaba la cabeza vendada, la camisa ensangrentada y moretones en la cara.

El lunes 21 de abril de 1969, en la primera plana del Novedadesse publicó su fotografía. En la nota se destacó que los tres asaltantes “han tenido nexos cercanos con el gatillero guerrerense Jenaro (sic) Vázquez Rojas”. El reportero publicó que muy cerca de las investigaciones están el general Ramón Jiménez Delgado, director de la Policía Judicial Federal y el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, titular de la DFS.

A finales de abril de 1969, Florentino fue trasladado a la cárcel de Lecumberri, donde existía una sección exclusiva para presos políticos.

El 19 de noviembre de 1971, Genaro Vázquez Rojas y tres personas más secuestran al rector de la Universidad Autónoma de Guerrero y empresario Jaime Castrejón Díez. Para soltarlo, Genaro Vázquez exige, entre otras cosas, la liberación de nueve miembros del ACRN; el nombre de Florentino Jaimes encabeza la lista.

—Salgo el 28 de noviembre de 1971. A las cinco de la mañana estábamos saliendo de Lecumberri. Nos llevaba (Miguel) Nazar Haro. Ya casi amaneciendo abordamos el avión que nos llevó a La Habana.

En diciembre de 1970, Miguel Nazar Haro fue ascendido a subdirector de la DFS y ocupó ese cargo hasta 1978, cuando fue nombrado su director.

Florentino vivió en Cuba hasta el 28 de septiembre de 1980. Regresó a México, se reencontró con su familia, dio clases y militó en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Siguió pensando en que él y Epifanio pudieron haber tenido el mismo destino.

—Mucho tiempo sufrí pensando en Epifanio. ¿Qué le estarían haciendo? ¿Qué estará pasando? Muchas veces lo soñé. Todavía lo sueño.

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Postal realizada por el Comité Eureka para denunciar la desaparición de Epifanio Avilés y exigir al Estado mexicano su presentación con vida

Epifanio: Detenido y desaparecido

El miércoles 23 de abril de 1969, Novedadesy otros periódicos publicaron la fotografía de Epifanio con saco y corbata oscuros: “Agentes del Servicio Secreto buscan en el Distrito Federal y en algunos estados de la República, principalmente Guerrero, a Epifanio Avilés Rojas, quien ha sido señalado como ‘el tercer hombre’ que participó en el frustrado asalto a una camioneta del Banco Comercial Mexicano”.

—Epifanio llegó a buscarme a Las Cruces (municipio de Coyuca de Catalán, Guerrero). Me cuenta lo del asalto, me dice que él, Juan y mi hermano Florentino estaban en la guerrilla. Nosotros no sabíamos nada de eso —recuerda Celia Jaimes, hermana de Braulia— Llevamos a Epifanio al rancho El Cirián. A ese lugar sólo se llegaba con mular. Era muy difícil que ahí lo encontraran, para allá no entraba el ejército.

Epifanio no hizo caso a las recomendaciones de Celia y a los dos días regresó a Las Cruces. A Celia le confesó que no podía lidiar con la soledad.

Tomasa —mamá de Braulia y Celia, quien vivía en Chámacua de Michelena—le pidió a su sobrina Luisa Jaimes, Licha, que llevara comida a Epifanio.

Para llegar a Las Cruces, Licha tenía que ir en burro. La primera vez llegó sin contratiempos y Epifanio le platicó lo que pasó. La segunda vez, la zona ya estaba cercada.

—Ya me estaba dando miedo ir —recuerda Licha— porque cuando pasé por una ranchería, una señora me preguntó: ‘¿Para dónde camina? Váyase con mucho cuidado, anda el gobierno muy enojado. Anoche nos cayeron aquí a todas las casitas, nos anduvieron esculcando y preguntando’.

Los soldados llegaron a Las Cruces el lunes 19 de mayo de 1969. El pelotón, comandado por el mayor de infantería Antonio López Rivera, cercó la comunidad.

Celia se preparaba para moler el nixtamal. Bajo la enramada hecha con palma de ajonjolí, Epifanio platicaba con su hermano Miguel, que llegó a visitarlo. Equileo Maldonado alertó a Epifanio, le dijo que se escondiera en la troje.

López Rivera ordenó a los soldados revisar la casa. Al no encontrar a Epifanio, el mayor decidió llevarse a Miguel. El pelotón no tardó ni cinco minutos en regresar al rancho para revisar la troje.

A Miguel lo soltaron los soldados. Desde entonces, “se desterró de nosotros”, recuerda Celia. A ella nadie le quita de la cabeza la idea de que fue Miguel quien dijo dónde se escondía Epifanio.

La noticia de la aprehensión de Epifanio se esparció por los ranchos de la zona. Tomasa, la madre de Braulia, se enteró y, una vez más, volvió a pedir a Licha que fuera a buscarlo a Ciudad Altamirano.

—Me acuerdo como si hubiera sucedido ayer —dice Licha.

El 20 de mayo de 1969, cuando aún no amanecía, Licha salió de Chámacua rumbo al cuartel militar de Ciudad Altamirano. Llegó poco antes de que a Epifanio lo subieran a una avioneta. Recuerda que Epifanio iba esposado. Llevaba huaraches de cintas anchas.

Después de ese momento, la historia de Epifanio es como un álbum de fotografías incompleto.

BRAULIA JAIMES Y su HIJO JAIME

Braulia Jaimes en su casa de Iztapalapa, en Ciudad de México. La acompañan su hijo Jaime Avilés Jaimes y su hermano, Jaime Jaimes. Fotografía: Thelma Gómez Durán

Entrar al círculo de la desaparición

El jueves 22 de mayo de 1969, el periódico Novedadespublicó una nota escrita por Alberto Serrano: “La verdad es que anoche, a las 22 horas, Epifanio Avilés había desaparecido. De Coyuca de Catalán confirmaron su salida por vía aérea a esta capital, custodiado por elementos militares. Y, en la sección segunda de la Secretaría de la Defensa Nacional se dijo, a la misma hora, que se trabajaba sobre el asunto; pero que nada en concreto había… En tanto que la Procuraduría General de la República, la Jefatura de Policía y la Dirección Federal de Seguridad esperaban que fuera puesto a su disposición el detenido”.

El 22 de mayo, el mayor Antonio López Rivera ofreció una conferencia de prensa en Chilpancingo. Ahí dijo lo siguiente: el lunes 19 de mayo recibió la orden de ir al poblado de Las Cruces, donde varios hombres armados escandalizaban. Cuando los militares llegaron fueron recibidos con disparos. El ejército respondió y uno de los gavilleros cayó sin vida. El resto huyó a la sierra. El cuerpo se encontraba en la comisaría y uno de los presentes lo reconoció como Epifanio Avilés.

Celia Jaimes todavía se indigna cuando recuerda lo publicado en los periódicos. “Mentiras eso de que hubo un enfrentamiento en Las Cruces. No hubo ningún disparo… Los soldados estaban como perros embravecidos… Tiempo después, el mayor López Rivera le dijo a mi suegro que él había entregado a Epifanio al general Miguel Bracamontes”.

En mayo de 1969, el general Miguel Bracamontes era el comandante de la 35ª Zona Militar, con sede en Chilpancingo.

El sábado 24 de mayo de 1969, el periodista José Reveles publica la nota titulada: “Ahora dicen que sí vive. Noticias contradictorias sobre la suerte corrida por Avilés Rojas”. El reportero pregunta a las autoridades federales y estatales sobre qué pasó con Epifanio y encuentra versiones encontradas: la procuraduría de justicia de Guerrero le informa que Epifanio fue detenido vivo y enviado a la Ciudad de México, pero los militares le dicen que murió cuando lo detuvieron las defensas rurales.

Reveles escribe: “Si ninguna autoridad miente, Avilés Rojas pasará a la historia como el único hombre que, al mismo tiempo que muere a balazos en un encuentro con el ejército, es capturado vivo y luego enviado a la capital”.

La desaparición de Epifanio es la primera en ser documentada.

Fotografía Huellas de la Memoria

Esta imagen forma parte del proyecto Huellas de la Memoria, del artista Alfredo López Casanova, que reunió zapatos de familiares de desaparecidos para mostrar el andar de las personas que no se han rendido en la búsqueda de sus seres queridos. Fotografía: cortesía Huellas de la Memoria

La desaparición como política

Epifanio es el referente más antiguo que encontraron los grupos que empezaron a nombrar la desaparición forzada en México. Pero no fue el primero.

A Santiago García lo desaparecieron un año antes que a Epifanio. Él también era miembro de la ACNR; lo desaparecieron el 1 de mayo de 1968 en Río San Jerónimo, Guerrero. No hay más datos sobre él.

Epifanio fue el segundo desaparecido con militancia guerrillera, pero eso no se sabría hasta décadas después.

La escasa información sobre su desaparición se encuentra en una base de datos anexa al informe que realizó la llamada Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), creada durante el sexenio de Vicente Fox y desaparecida al comienzo del gobierno de Felipe Calderón.

La FEMOSPP se creó en un contexto de la transición política y por presión de madres, esposas y otros familiares que desde los años 70 realizaron huelgas de hambre, hicieron marchas y le exigieron a cada presidente información sobre los desaparecidos.

En su informe, la fiscalía documentó la desaparición de 788 personas en 21 estados del país, entre 1968 y 1997.

Antes, las asociaciones de familiares ya habían realizado listas. El Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México (Comité Eureka), presidido por Rosario Ibarra —cuyo hijo Jesús Piedra Ibarra lo desaparecieron el 18 de abril de 1975, después de ser detenido en Monterrey, Nuevo León— contabilizó 557 nombres de personas desaparecidas entre 1969 y hasta antes del 2000. La lista de “Eureka” la inaugura Epifanio.

Rosario Ibarra y quienes se sumaron al Comité Eureka integraron, incluso, expedientes de la mayoría de esos casos. Hoy este archivo —formado por 4 mil 700 documentos— es digitalizado en el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En este archivo es posible encontrar un documento firmado por Braulia Jaimes, en noviembre de 1978, en donde denuncia la desaparición de Epifanio.

El historiador Vicente Ovalle considera que el número de desaparecidos desde los años 60 hasta el 2000 es mucho mayor al que se piensa. Quizá no se equivoque, porque cuando se pregunta en los pueblos dispersos por la sierra de Atoyac, en Guerrero, no es difícil encontrar a familiares que esos años prefirieron ocultar su caso por miedo a que también a ellos los desaparecieran. Sus temores no eran infundados.

El Estado mexicano no sólo implementó la desaparición forzada en contra de los disidentes políticos, también lo hizo en contra de sus familias y de sus amigos. Incluso, en algunas rancherías de Guerrero —donde surgieron algunas organizaciones guerrilleras— decenas de familias se quedaron sin hombres, porque los desaparecieron.

De acuerdo con las listas existentes es a partir de 1971 cuando se incrementan los números de personas desaparecidas.

Vicente Ovalle señala que el caso de Epifanio, así como el de otros desaparecidos de finales de los 60, “son un indicio de que la desaparición aún no estaba totalmente institucionalizada, como ya lo estuvo a partir de 1971 y, sobre todo, entre 1973 y 1974”, cuando se da el mayor número de desapariciones de aquella época.

Lo que también muestran las listas realizadas por los colectivos de familiares es que, desde finales de los 60, México no ha dejado de tener un solo año sin registrar nuevos casos.

Museo Casa de la Memoria Indómita-2

Fotografías de personas detenidas-desaparecidas durante las décadas de los 70, 80 y 90. Estos retratos se encuentran en el Museo Casa de la Memoria Indómita, en la Ciudad de México

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*Este reportaje forma parte del Proyecto A dónde van los desaparecidos/Quinto Elemento Lab.

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