Un año más se ha ido, un año en el que el autor de estas líneas tuvo la oportunidad de ver una mayor cantidad de obras poblanas en comparación con el 2017 (41 contra 26). En este sentido, resulta oportuno destacar el gran talento histriónico y creativo existente en la tierra de la talavera y el camote, que no le pide nada a la comunidad artística “famosa” de la capital del país, y que honra al arte de las artes, uno de los más antiguos en la humanidad.
Toca el turno de listar las mejores propuestas escénicas exhibidas en la capital durante el año pasado, según los siguientes criterios: uso de la iluminación (así como de la imaginación y espacio), interpretaciones de las y los protagonistas, apropiación de los objetos sobre el escenario, y la experiencia estética o personal causada por la premisa y el desarrollo de los montajes.
Solo una aclaración antes de comenzar: el ejercicio en cuestión es una apreciación subjetiva (como todo conteo), y algunas obras no pudieron ser vistas por un servidor debido a cuestiones de tiempo u otro tipo de limitaciones. ¡Gracias a quien lea esto! Que sea un año de mucha mierda para el teatro poblano.
Una muestra clara de que el teatro de títeres puede cautivar a cualquier persona, sin importar su edad, y de que el desenvolvimiento corporal/vocal de los protagonistas resulta una pieza clave para transmitir diversas emociones. En resumen, dicha propuesta escénica –exhibida en la Muestra Estatal– versa sobre la inocencia y el perdón infantiles; cuenta con la impresionante interpretación de Belem López.
La nueva producción de Talavera Cabaret es una cachetada con guante blanco a la gente homofóbica que predomina en el país. De hecho, su discurso podría resultar una afrenta –divertida y nada moralina– al nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, así como a varios sectores conservadores de nuestra nación Destaca su manera de interactuar con el público a través de ocurrentes números musicales y pícaros diálogos (donde se incluyen actuales apuntes políticos), pero sin querer educar a nadie. Quizá su única falla es que la sinopsis en TodoPuebla no tiene nada que ver con su núcleo argumental.
Sustentada en las solventes –y carismáticas– actuaciones de Daniel Caballero (El Oso) y Oswaldo Durán (Los Antinavideños), esta obra tuvo el tino de enganchar a la audiencia gracias a su humor inteligente y ameno que, de manera velada, lanza una crítica hacia el nepotismo y la degradación moral existentes en las instituciones. Es una opción idónea para quienes comienzan acercarse al arte escénico local.
Protagonizada por Karla Ibarra y Paula Sotomayor, la adaptación poblana del texto escrito por Antonio González Caballero es una discreta oda a la solidaridad femenina, en donde las moscas cagonas y los fetos parlanchines enmascaran la violencia de género vigente en México.
Conecta con los espectadores gracias a la fuerza de su historia (nada indiferente para aquellos que todavía tienen sangre en las venas) y por visibilizar a dos seres marginados por su condición social y biológica.
Igualmente, su tratamiento de la generación NoMo (No mothers) o de las féminas que no desean tener hijos resulta muy pertinente y más que interesante.
Cuatro textos cortos al precio de uno, de eso va el experimento escénico propuesto por la compañía Turisteatro (en similitud con Microteatro), el cual permite conocer a una de las plumas más fecundas de la entidad: Carlos Arturo Aguilar, quien con Estrellas en el pavimento (una historia poderosa sobre la violencia de género) evidencia su habilidad para la narraturgia.
Asimismo, el proyecto en turno resulta un atractivo reto para los histriones locales, pues permite descubrir sus tablas actorales para diversos géneros teatrales.
Dicen que ya todo está dicho y hecho en este mundo, que solo se necesitan contar las cosas de otro modo. La ganadora de la Muestra Estatal 2018 es prueba de ello. Producida por Ranas de Laboratorio, Abrasados, dirigida por Jesús Rojas, convierte una historia de amor adolescente en una exhibición dinámica y creativa de los sentimientos juveniles, en donde los objetos puestos sobre el escenario (pupitres y luces) se convierten en una extensión natural del cuarteto protagonista. Así, lo revolucionario del primer beso, los embarazos no planeados y los conflictos del corazón, matizados con la estupenda destreza dancística de los protagonistas, conforman una propuesta vigorosa y estimulante, que nos hace recordar una parte de nuestra existencia.
Obra unipersonal que visibiliza los crímenes de odio perpetrados contra la comunidad transgénero mexicana, esto a través de la comprometida y amorosa actuación de su protagonista, Eglón Mendoza. Su principal virtud radica en que logra inmiscuir a la audiencia mediante pocos recursos escénicos y una resolución sumamente optimista (y quizá revolucionaria para los tiempos aciagos actuales): erradicar el odio y la violencia siendo felices.
Lúdico y creativo por partes iguales, que aleja a quien lo vea –aunque sea por un momento– de su amargura existencial, así podría resumirse el nuevo proyecto escénico de Alas Teatro, compañía comandada por Ángel Mancilla. Tomando como referencia el texto de Wadji Mouawad, el otrora responsable de Eva con Adán, convierte una historia sobre la pérdida de la inocencia en un estimulante y luminoso espectáculo, dueño de un ingenioso montaje y vigorosas interpretaciones por parte de Gaby Arellano, Sofía Lozada, Alitzel Salinas y Edgar Isla.
Dos razones claras del por qué Alejandro Ricaño es considerado una de las plumas más amenas de las artes escénicas nacionales del nuevo milenio. Ambas historias tienen al fracaso como su premisa principal, aunque la primera se enfoca en la camaradería surgida entre un cuarteto de seres ordinarios, en tanto que la segunda ahonda en la percepción femenina y los lazos filiales.
Más pequeños que el Guggenheim fue producida por Punto de Reunión, y es una pieza más ligera y accesible, mientras que Esa melancolía que le da uno a veces profundiza en el sentimiento de sus protagonistas y brilla por la portentosa actuación de Patricia Jiménez (ojo a su imitación de Shakira).
Son varios los elementos que hacen a esta obra una de las mejores del año pasado: en primer lugar, su elenco, una especie de dream team poblano en donde ciertos intérpretes salen de su zona de confort y, al mismo tiempo, otros confirman su don natural para la escena (por ejemplo, Belem López, a quien ya habíamos disfrutado en #ComandanteOtelo, y cuyas entonaciones, posturas y timing para emitir los diálogos son dignos de reconocerse).
Lo anterior, junto con las metáforas sobre el por qué viajan las mariposas, así como la manía de las personas de querer reparar todo aunque no siempre exista un remedio, convierten a Colisiones o el incendio de las mariposas en una experiencia integral de disfruté.
Compromiso y sensibilidad serían los dos calificativos para definir esta puesta escénica, una que a ojos de varios conocedores pudiera parecer inconexa o carente de histriones consagrados. No es así. Su joven elenco protagonista desborda profesionalismo en varias de sus escenas, aunque ello implique transmitir actitudes retrógradas o machistas (ojo a Zarael Ríos).
El objetivo es claro: los feminicidios se han apoderado del estado, por lo que el arte será el vehículo idóneo no solo para denunciar las causas de ello, sino también para liberar varios demonios entre la audiencia.
Igualmente, el título es un simbolismo poderoso del lugar o material con el que han buscado acallar a las víctimas, aquellas cuyo mayor pecado fue vivir.
Montaje contado en clave de teatro-foro, que exige audiencias activas y críticas (pues estas reinterpretan, al término de la función, algunas escenas relevantes); poseedor de una historia bien contada y urgente (exhibe cómo la violencia de género se presenta en diferentes ámbitos del espacio público).
Sin revelar detalles esenciales de su trama, dicha propuesta independiente es una llamada de atención para los hombres, aquellos cegados por sus egoísmos-inseguridades. También sirve de guía para aquellos en busca de una nueva masculinidad.
Un trío de parejas (conformadas por intérpretes de gran calidad) recuerdan uno de los episodios más vergonzosos en la historia latinoamericana contemporánea: las desapariciones forzadas en Argentina.
La iluminación guía al espectador, acentuando la intensidad de las acciones, así como las emociones de los involucrados. Mientras un matrimonio maduro transmite de manera epidérmica el vacío en sus existencias, otro retrata la morbosidad con la que ciertas personas reaccionan ante un acto lamentable y, por otro lado, un par de cocineros se enfrascan en una conversación aparentemente sin sentido, no exenta de comentarios sádicos o sanguinarios.