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Dios maya en museo poblano
En Puebla se alberga una tapa de bóveda maya, elemento arquitectónico que, hasta la fecha, se considera exclusivamente característico de esta cultura prehispánica
Por Gene Cruz @
08 de febrero, 2022
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Se trata de una piedra singular. Mide alrededor de 70 centímetros de alto, 40 de ancho y  más de centímetro y medio de grosor. Se encuentra completamente estucada; es decir, blanqueada con una mezcla hecha a partir de arena de cal caliente (extraída de piedra caliza) y agua.

En una de sus caras predomina el diseño rojo del dios maya K’awiil, un hombre de perfil erguido con cierto aspecto zoomorfo, pues su cabeza coronada por flamas pareciera enseñar un rostro con fauces, mientras que una de sus piernas es una serpiente. La deidad prehispánica sostiene un bulto que parece contener granos de cacao. 

Se trata de la tapa de una bóveda maya que ahora forma parte de la colección del Museo Amparo, y gracias a la conferencia virtual Dioses en la bóveda maya, que ofreció la Maestra Leticia Staines Cicero, el 27 de enero, esta pieza guarda un poco menos de misterio que a primera vista.

La Maestra en Historia del Arte, dedicada al estudio de la cultura maya, explicó que la tapa de bóveda pintada servía de cerramiento para lo que se conoce como bóvedas en saledizo; esto es, “una solución arquitectónica (…) similar a un arco”, en la que dos paredes de piedras superpuestas se elevan y acercan entre sí, hasta encontrarse en la parte superior para ser unidas o cerradas con una “piedra tapa” y, así, “crear espacios interiores y exteriores”. 

Foto: museoamparo.com

Al reproducirse dicho arco en hilera, se entiende que la suma de piedras-tapa también forman un línea, pero sólo una —“la más cercana al centro, (…) al eje de entrada del recinto”, aclara Staines— se pintaba con una escena antes de colocarse en su lugar.

La mayoría de las tapas de bóveda datan del periodo Clásico Tardío (600 – 850 d.C.) y se han hallado en las zonas arqueológicas de Dzibilnocac, Santa Rosa Xtampak, Chicanná (Campeche); Chichén Itzá (del Clásico Terminal y el Posclásico Temprano) y Ek’Balam (Yucatán). 

Aunque dada la altura de estas bóvedas (que pueden alcanzar un estimado de incluso cinco metros) una tapa como la mencionada resultaría imperceptible en su ubicación original, sus espacios internos eran cubiertos con estuco, por lo que las imágenes pintadas podían descollar para cumplir su propósito: sacralizar la construcción mediante la presencia (cuando menos pictórica) de un dios.

Un semblante propio

Cada tapa de bóveda, hasta la fecha encontrada, suele ostentar la representación de una o quizás dos divinidades, que habitualmente se ven enmarcadas por franjas cromáticas o de glifos, sea en color rojo, negro, o uniendo este último con aquel o con azul sobre el pálido estucado. 

Si el dios pintado en el centro es K’awiil (Dios K), como ocurre en un ochenta por ciento de los ejemplares, de acuerdo con Staines, entonces se le identificará por atributos que van desde una nariz encorvada, una “larga trompa de reptil”, barba, colmillos (a veces), y una inconfundible extremidad serpentina, hasta una forma rectangular que adorna su frente (considerada un símbolo de espejo o de brillo que manifiesta importancia) y de la que nacen volutas que, se sugiere, aluden al fuego, al humo, o bien, figuran un hacha, “porque [K’awiil] también se asocia con el dios de la lluvia”, precisa la investigadora.

Foto: museoamparo.com

Todas estas particularidades pertenecen a un ser divino que era utilizado a modo de “insignia de poder” por los linajes gobernantes y que típicamente se vinculó al relámpago, el maíz, la cosecha abundante, la germinación, la fertilidad y el sacrificio, lo cual justifica el color rojo sangre en la pintura de la tapa de bóveda del Museo Amparo. 

Dada su relevancia, K’awiil se aprecia en multiplicidad de producciones mayas, entre ellas: el Dintel 1 de Yaxchilán (entre Chiapas y Guatemala) y un relieve de Palenque  (Chiapas). 

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Además, evocando los argumentos que publicó en su artículo para Arqueología Mexicana, la historiadora coincide con su homólogo José Miguel García Campanillo, al plantear que, al aparecer este dios en piedras enlucidas como esta, se atendía un objetivo más: expresar algún pronóstico o augurio (referente a las cosechas), a la manera de las cláusulas, en escritura maya, presentes en “los almanaques adivinatorios de la época posclásica”, siendo referentes de ello los códices de Dresde y Madrid.

De cualquier forma, Staines piensa que las predicciones reveladas en las escenas pictóricas se externaban desde una posición de poder; es decir, eran determinadas por los dirigentes en turno de los diferentes asentamientos mayas.    

Más allá de la zona maya

Los primeros hallazgos de tapas de bóveda se dieron en la primera mitad del siglo XIX y a la fecha suman más de 160. Del total, menos de diez se pueden localizar en museos, mientras que la mayoría se ubica en sus respectivos sitios arqueológicos o en Centros INAH. 

En palacios, acrópolis y templos de un cuarto se han encontrado estas piezas, prueba de ello son Santa Rosa Xtampak (Campeche) y Xkichmook (Yucatán). Con todo, si las tapas se han separado de las bóvedas y llega a desconocerse su procedencia, estas, por lo común, asumen el nombre de la institución que las resguarda, como es el caso de los ejemplares en los museos Amparo y De Arte de Filadelfia (Estados Unidos). 

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El estado de conservación es otro punto de interés. Al respecto, Staines ejemplificó con imágenes que varias tapas de bóveda se encuentran incompletas o denotan importantes desprendimientos en la capa pictórica. Inclusive, comentó que debido al desplome de bóvedas, al momento de analizar lo que ha caído al suelo, los arqueólogos están atentos ante la posibilidad de rescatar cualquier fragmento de tan preciadas piedras.

Por ello, Staines cerró su intervención recalcando tanto el valor iconográfico de una pieza centenaria —cuya buenaventura se hace patente por las óptimas condiciones de conservación de las que goza—, como la fortuna de quienes caminan las calles de Puebla, pues para nosotros, atestiguar el fulgor de una deidad no es un imposible, sino, un privilegio cotidiano. 

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El Museo Amparo tiene sus puertas abiertas de miércoles a lunes. En un horario de 10:oo a 18:00 horas. 

 

*Foto de portada: museoamparo.com

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Autor Lado B
Gene Cruz
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