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Amortz
Nuevamente ha llegado el día del amor y la amistad y con él se remueven las estructuras internas de los seres humanos: enamorados y no enamorados.
Por Ernesto Aroche Aguilar @earoche
16 de febrero, 2017
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Mtro. José Leopoldo Castro Fernández de Lara

[dropcap]N[/dropcap]uevamente ha llegado el día del amor y la amistad y con él se remueven las estructuras internas de los seres humanos: enamorados y no enamorados. ¿un día como cualquier otro?, ¿un motivo de celebración?, ¿una fiesta comercial sin sentido? En resumen, hay dos posturas: te gusta o no te gusta, lo celebras o no lo celebras, te sientes movido a demostrar tu amor o te sientes indignado ante la falsedad.

En todo caso no puedes ser indiferente a lo que se celebra este día y es que el amor es algo humano. No hablo del amor en sus distintas manifestaciones (de padres a hijos, de amigos, de lo que sea que signifique el poliamor) sino del amor romántico. Este día se celebra el amor romántico y se busca perpetuar la estructura que hace funcionar a nuestra sociedad: el matrimonio. Tal vez la palabra ya no sea tan importante y esconde en realidad otras formas de relación como son la “unión libre” (solo en México le llamamos así), el “concubinato” (eso ya nadie lo usa), el “amasiato” (pregunten a los mayores de 80 años) y así hasta el principio de la historia de la pareja y la formalidad que fue definiendo y reglamentando la interacción entre hombre y mujer y ahora entre hombre y hombre o mujer y mujer, siempre a un ritmo más lento del que la realidad exige (existen en varios países personas que deciden establecer compromisos entre más de dos personas o con animales o árboles –Canadá es un ejemplo-). En todo caso el objetivo sigue siendo el mismo: encontrar a un alguien –hombre, mujer o pescado- con quien compartir (se) la vida.

¿Tiene sentido?, ¿tiene sentido el amor romántico en el siglo XXI? La respuesta obviamente es sí. Porque los seres humanos no hemos cambiado; seguimos buscando lo mismo que hace dos mil años y seguimos intentando regular la forma en que nos relacionamos. El matrimonio fue un buen intento y garantizó el crecimiento de las sociedades como hoy las conocemos. Es cierto que fue sostenido por el patriarcado (hablo en pasado pero en realidad esto está más vivo que hace mil años) y que a la mujer le tocó perder en su rol de ama de casa sumisa y procreadora. Los hombres tampoco lo pasaban muy bien a pesar de que se sostenga lo contrario. No debió de ser agradable trabajar de sol a sol en un trabajo que exigía esfuerzo físico ininterrumpido. No había Hipsters y los únicos que se libraban eran los artistas si tenían la suerte de tener un mecenas que velara por ellos.

[pull_quote_right]¿Tiene sentido?, La respuesta obviamente es sí. Porque los seres humanos no hemos cambiado; seguimos buscando lo mismo que hace dos mil años y seguimos intentando regular la forma en que nos relacionamos.[/pull_quote_right]

Por supuesto que siempre hubo gente que pensó diferente. Siempre existieron los que estuvieron en contra del sistema y sufrieron las consecuencias que acompañan a las minorías: persecuciones, muerte a manos de los vigilantes del sistema hegemónico o en el mejor de los casos incomprensión y ostracismo. Estos perdedores (no tenían seguidores, ni likes) tenían ideologías claras que lamentablemente se perdieron por pura lógica: se extinguieron con ellos. ¡Piénselo! ¿Quiénes mantienen la ideología hegemónica? El patriarcado… ¿quiénes? Los que se reproducen. Hoy en día una familia “conservadora” (eufemismo para esconder “perpetuadora del orden social que históricamente ha sometido a unos y otros para mantener el status quo”) puede tener cuatro hijos. Hace doscientos años podía tener doce o veinte. Los parias que pensaban diferente (los de antes y los de ahora) no tienen hijos, o tal vez tienen uno o dos… ¿qué ideología persevera a la siguiente generación?

Y el concepto de amor que ha prevalecido ha sido ese: un hombre tiene derecho a enamorarse de una mujer y conquistarla. Tal cual. Una mujer también puede amar a un hombre pero debe esperar a que este se aproxime y la conquiste. Un hombre es más hombre en cuanto es capaz de someter a los demás y dominar a más personas y entonces se vuelve más atractivo. Antes en la guerra, en el grupo próximo. Hoy a través de fantasías que compartimos (¿quién es más atractivo un hombre que mata a cinco mil en una película mientras conduce a mil kilómetros por hora o un hombre que lava platos y cuida a sus hijos?) y a través de un status social en el que la ropa, las cosas y sobretodo la tecnología se han vuelto signos fálicos de poder.

Un hombre que es hombre de verdad puede comprar a sus mujeres lo que quiera. Es más, puede tener siete hijos y mantenerlos a todos. Y nuevamente la idea de amor se encierra ahí. Se etiqueta en esta relación en donde ya mejor ni hablo del papel de la mujer.

¿Qué podemos hacer? Amar. Celebrar el catorce, el quince y el dieciséis de febrero y así hasta diciembre amando a quien queramos como queramos. Y si esta idea nos genera ansiedad y nos asusta entonces hay que tocar esa angustia. ¿Qué pasa en mí? ¿Por qué me angustia que cada quien ame a quien quiera como quiera? Todos formamos parte del sistema y tenemos representaciones sociales comunes. Compartimos un cielo lleno de estrellas que hemos ordenado de manera aleatoria pero clara para que nadie se confunda. ¿Qué podemos hacer? Ser conscientes de ello y decidir cómo queremos amar. Todo se vale: el matrimonio también está bien. Es una opción más siempre y cuando no se pierda de vista que cualquier relación humana debería tener como objetivo el crecimiento de las dos personas y de todos los de alrededor como consecuencia de la propia relación, un espacio que genere respeto, libertad y autorrealización.

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El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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Ernesto Aroche Aguilar
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