Lado B
Marchas y contramarchas: ¿Cómo integrar sin anular las diferencias?
Las marchas y contramarchas del fin de semana pasado han suscitado un gran debate y un ambiente de tensión y polarización que parece revivir la aparentemente interminable guerra entre liberales y conservadores que ha caracterizado prácticamente toda la historia de México como nación independiente.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
13 de septiembre, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“La diferenciación, que en general es un bien pues proviene de intelecciones de los individuos y los grupos, es también un obstáculo para el “nosotros”. Una integración que nos permita formar comunidad y que se enriquezca de las diferencias parece cada vez más una tarea imposible” (Galán, 2015, p. 25).

 

[dropcap]L[/dropcap]as marchas y contramarchas del fin de semana pasado han suscitado un gran debate y un ambiente de tensión y polarización que parece revivir la aparentemente interminable guerra entre liberales y conservadores que ha caracterizado prácticamente toda la historia de México como nación independiente.

Aunque esta columna no está dedicada a abordar temas de legislación, normatividad o derechos humanos ni yo soy experto en este tipo de temas, el debate sobre la propuesta de ley sobre el Matrimonio igualitario y las consignas y demandas esgrimidas por una y otra parte en esta confrontación de perspectivas y creencias tiene sin duda una vertiente educativa y se enmarca claramente en la crisis cultural de nuestro tiempo. Es por ello que considero que vale la pena abordar el tema en este espacio.

No voy a hacerlo asumiendo un posicionamiento de uno u otro lado del debate. Creo que en los medios de comunicación masiva y en las redes sociales han circulado muchos materiales –artículos, reflexiones, ideas, debates, imágenes, comentarios y hasta insultos y descalificaciones- al respecto y en mis cuentas de Facebook y Twitter he compartido los que me han parecido mejor argumentados y más acordes con mi propia visión.

Voy a situarme en una perspectiva que considero muy necesaria y pertinente que es la del análisis de estas posiciones encontradas en el marco de la profunda crisis de la cultura de nuestro cambio de época, desde la visión filosófica humanista de Bernard Lonergan (1904-1984) que me parece que aporta luz para comprender y tratar de superar esta polarización.

La idea central que trataré de desarrollar es la de la necesidad de encontrar una nueva perspectiva para construir un nosotros como país que valore y asuma las diferencias entre los distintos individuos y grupos. Una comunidad conformada de manera dinámica desde la pluralidad.

Lo intentaré con la ayuda del planteamiento que desarrolla el filósofo mexicano Francisco Galán en la introducción de su libro: Una Metafísica para tiempos postmetafísicos, publicado recientemente por la Universidad Iberoamericana, en el que presenta un análisis de la propuesta de Lonergan para entender la Metafísica como una Metametodología.

Vivimos en una época altamente diferenciada pero mínimamente integrada. Esta afirmación es la que sintetiza el planteamiento de Galán respecto al problema fundamental del conocimiento y de la cultura en nuestros días.

En la dimensión del conocimiento, vivimos en una época en la que como nunca antes, se han ido diferenciando los distintos campos del saber surgiendo nuevas ciencias y especialidades dentro de cada ciencia y disciplina.

Esta diferenciación del conocimiento que se manifiesta en la alta especialización, es un bien en sí misma porque aporta conocimientos cada vez más detallados y profundos de todas las partes que conforman las distintas realidades naturales, humanas y sociales que hacen posible resolver muchos problemas. Sin embargo, esta hiperespecialización ha producido, como afirma Edgar Morin una nueva ignorancia. Sabemos cada vez más acerca de las partes pero ignoramos cada vez más el todo, dice el pensador francés al respecto.

En la dimensión cultural vivimos también una época de enorme diferenciación en la que se manifiesta de manera creciente una enorme pluralidad de modos de pensar, de valorar, de significar y de vivir por parte de individuos y grupos en todas las sociedades, incluyendo la mexicana.

La diferenciación cultural es también un bien porque como afirma Galán, es producto de las intelecciones de los individuos y los grupos. Sin embargo, como dice también el filósofo, la diferenciación se convierte también en un obstáculo para la construcción del nosotros que nos permite formar comunidad, vivir en comunidad.

Es así que nos encontramos en una etapa de la vida social del país en la que hay cada vez más colectivos, generaciones, subculturas, identidades, entornos y formas de vida que siendo un bien en sí mismas porque van surgiendo de la inteligencia de las personas y de los grupos descubriendo vertientes distintas que pueden enriquecer al conjunto, se encuentran de pronto coexistiendo sin lograr convivir, ocupando el mismo tiempo y espacio sin poder coincidir, viviendo su vida cotidiana en aislamiento sin encontrar los medios para confluir.

Esta situación en el mejor de los casos –que no se ha logrado aún entre nosotros- genera una vida centrada en la tolerancia entendida en el nivel más bajo y simple que plantean autores como el mismo Morin, es decir, en el nivel de la no agresión o no afectación de unos grupos contra otros, sin llegar a la aceptación y mucho menos a la valoración de lo que cada uno aporta a la propia visión y a la sociedad toda.

Sin embargo aún en ese caso de sociedad tolerante –que sigue siendo una aspiración en nuestro país- sigue estando presente el desafío de la construcción común de un futuro como sociedad, el paso de la operación aislada a la cooperación armónica que Lonergan plantea como indispensable para la construcción del bien de orden y el camino hacia el progreso social.

Diferenciación sin integración, es la realidad que hoy vivimos.

Ante esta carencia de integración, Galán plantea tres respuestas distintas. En primer lugar, la de la condena a la diferenciación y la propuesta de retorno a un pasado en el que existía una sola cultura a la que se considera como normativa. Esta respuesta es la del clasicismo. En segundo término está la respuesta que él llama predominante que es la de la valoración absoluta de la diferenciación que considera imposible e innecesaria la integración y defiende la pluralidad sin restricciones ni apelación a la construcción comunitaria.

[pull_quote_right]¿Cuál es la salida para esta confrontación? ¿Existe una salida posible para poder construir un nosotros –integración- desde la aceptación y valoración de la pluralidad –diferenciación- de individuos y grupos?[/pull_quote_right]

La tercera propuesta es la que el filósofo asume y la que es consistente con la noción de educación personalizante que origina y sustenta esta columna. Se trata de la apuesta por la búsqueda de una nueva integración que respete y no anule las diferencias partiendo de la idea de que “…lo universalísimo, lo que “nunca tiene ocaso”, “…lo verdaderamente común, no puede estar peleado ni con lo particular ni con lo histórico…” (p. 29).

Desde mi modesto punto de vista lo que vimos este fin de semana es la manifestación de las dos primeras respuestas frente a la crisis cultural. En efecto, por lo que yo entiendo la convocatoria del llamado Frente Nacional por la Familia –conformado y respaldado por organizaciones ligadas a la Iglesia Católica y por la misma jerarquía- expresa en sus postulados y exigencias un enorme temor a la diferenciación cultural que caracteriza nuestro horizonte a la que concibe más como un riesgo que como un valor y propone como necesaria la integración de la sociedad –cosa que es sin duda positiva- pero lo hace planteando como la única posibilidad de integración la de la cultura clasicista y sus valores cristianos tradicionales, a la que considera como la única cultura válida y asume por tanto como normativa.

Frente a esta demanda de integración en torno a los valores tradicionales de la cultura clásica cristiana occidental, los grupos que marcharon el domingo –las contramarchas- se manifestaron por la defensa de la diferenciación cultural y el respeto irrestricto a todas las formas de significar la vida y la convivencia –que son un bien en sí mismas, pero pueden resultar un obstáculo para el nosotros-, descalificando como reaccionarios los llamados a la integración puesto que lo que se propone es la integración desde una cultura que se asume como la única válida.

Siguiendo a Galán considero que esta confrontación no tiene salida mientras se mantenga en el duelo entre estas dos respuestas inviables a la crisis cultural que hoy vivimos.

¿Cuál es la salida para esta confrontación? ¿Existe una salida posible para poder construir un nosotros –integración- desde la aceptación y valoración de la pluralidad –diferenciación- de individuos y grupos?

Siguiendo la propuesta del libro citado, la salida no está en alguna determinada teoría sino en la “…noción del ser que impulsa a todo ser humano a hacer preguntas y encontrar su respuesta…” La solución a esta confrontación no está en “…la imposición de una moral sino (en) el reconocimiento del carácter normativo de la noción trascendental del valor como fundamento de la ética…” (p. 29-30).

Ojalá seamos capaces de promover esta apertura a la búsqueda cooperativa del valor más allá de la moralina y del relativismo moral. Ojalá valoremos las diferencias y aceptemos la diversidad buscando nuevas formas de integración para construir comunidad.

 

Nota: Por motivos de viaje para participar en el VIII Congreso Internacional de Filosofía de la Educación, esta columna no aparecerá la siguiente semana. Intentaré desde donde esté hacer mi envío del miércoles 28 pero si no es posible, nos reencontramos sin falta el 5 de octubre.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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