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Sueños y derechos de las mujeres con discapacidad en Guatemala
En Guatemala viven más de 800,000 mujeres con discapacidad a las que el Estado y la sociedad les ha dado la espalda, y las destina a vivir en el encierro. Las violencias institucionales, la discriminación y la exclusión les han impedido satisfacer sus necesidades y desarrollarse plenamente, algo que les corresponde por derecho. En medio de este panorama el departamento de Sololá vio nacer a una colectiva que ha sido una fuente de inspiración y empoderamiento: son las mujeres con capacidad de soñar a colores
Por Lado B @ladobemx
27 de diciembre, 2021
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Silvia L. Trujillo | La Cuerda

Ricarda de León está a punto de graduarse de psicóloga clínica, tiene 46 años y vive con parálisis cerebral. Habla pausado y sus palabras se entrecortan, pero es ella la que rompe el hielo en una reunión en la que un grupo de mujeres nos vemos a través de una pantalla. Vive en Sololá, un departamento al oeste de Guatemala donde la población pertenece mayoritariamente, a la comunidad lingüística kaqchikel.

Una de las cosas que más desea Ricarda es volver al escenario. La pandemia le arrebató, a ella y a sus once compañeras, la posibilidad de presentarse frente al público. Actuar y poder transmiitir lo que sienten cuando llegan los actos discriminatorios que sufren por vivir con una discapacidad.

Ricarda pertenece a una colectiva que le ha cambiado la vida y que fue bautizada con un nombre que revela un deseo que todas tienen. Tienen ganas de soñar, y de que sus sueños sean felices. Por eso decidieron autonombrarse Mujeres con capacidad de soñar a colores.

Después de un año y medio de pandemia, volver a ensayar devolvió la alegría a quienes integran Mujeres con Capacidad de Soñar a Colores / Foto: Diana Alvarado | Mujeres con Capacidad de Soñar a Colores

Pero la realidad, por el contrario, a veces es gris. “Durante casi quince años estuve encerrada, a mí no me dejaban salir, pues a mi propia mamá no le gustaba salir conmigo porque la gente se burlaba de mí o se quedaban mirándome. Era también porque a ella le daba miedo que me pasara algo malo y creía que yo no podía hacer nada por mí misma”, narra Ricarda en el encuentro virtual. 

Floridalma Bocel Raxtú ‘Flory’ (32 años) secunda: “Le tenía que pedir permiso a mi mamá para poder salir; cualquier cosa que quisiera hacer siempre tenía que tener el consentimiento de ella, o de mis hermanos para ver si podía, o no, hacerlo”. El hecho de no tener que pedir permiso a nadie para tomar decisiones ha sido muy importante en su vida. 

Pedir permiso en Guatemala es un acto bastante común para las mujeres; de hecho esto fue motivo de una pregunta en una encuesta oficial que se realizó en 2008. Aproximadamente siete de cada diez mujeres aceptaron que pedían permiso a su esposo o compañero para salir, trabajar, estudiar, administrar el dinero de la casa o realizar planificación familiar. Aunque esta pregunta no se ha vuelto a hacer, esto nos habla de la falta de autonomía de las mujeres, y si agregamos el factor de la discapacidad, la situación puede ser peor.  

 “La imposición del permiso, el encierro prolongado y la sobreprotección familiar constituyen formas de violencia, ya que les impide o les obstaculiza acceder a las oportunidades para desarrollar sus capacidades”, indica Zilpa Arriola, politóloga feminista y defensora de los derechos humanos de las mujeres con discapacidad. Ellas toleran largos años bajo ese trato porque la familia es su sostén y no pueden romper el vínculo hasta no lograr cierta independencia económica.

La colectiva Mujeres con capacidad de soñar a colores es la primera organización conformada exclusivamente por mujeres que viven con discapacidad en Guatemala. Surgió en 2018 y cuentan que al inicio se juntaron como un espacio de autoayuda, recibieron talleres sobre sus derechos y comenzaron a animarse a salir de sus casas.  El teatro, como forma de expresión sanadora, llegaría después.

Flori, mujer indígena de la comunidad lingüística kaqchikel, quien vive con discapacidad física se incorporó hace casi dos años a la organización. “Lo importante ha sido integrarme y hablar de los problemas que tenemos. Hemos aprendido muchísimo; a mí antes me daba mucho miedo salir a la calle y esta colectiva me ha enseñado que yo sí puedo, ha sido un cambio radical en mí, ahora yo soy otra persona”. 

Elenco de “Vernos florecer” ensayando una de las escenas finales de la obra / Foto: Diana Alvarado | Mujeres con Capacidad de Soñar a Colores

A partir de los procesos de empoderamiento que han forjado, muchas de ellas retomaron sus carreras, han conseguido becas, empleos y se han transformado en un referente importante del departamento de Sololá en cuanto a derechos de las mujeres con discapacidad. La mayoría coincide en señalar que juntas han logrado sanar los encierros, las descalificaciones, los silencios y las inseguridades. Repiten casi al unísono “antes yo no era así, hoy no tengo miedo”.

Una de las herramientas más valiosas que Mujeres con capacidad de soñar a colores ha desarrollado es una técnica teatral que permitió al grupo dramatizar las situaciones de violencia cotidiana que les ha tocado enfrentar sistemáticamente y, a su vez, proponer soluciones o alternativas de cambio para responder a las mismas. Todo esto llegó gracias a una alianza con la organización MeToca, con quienes realizaron el Primer Laboratorio de Teatro de las Oprimidas.

Valentina Vargas (31 años), recordó que después de ese taller decidieron crear una obra para sensibilizar a la población sobre sus opresiones, sobre todo, en el acceso a la educación y al empleo. El título de la representación es Vernos Florecer y trabajan un total de quince mujeres entre intérpretes, asistentes, facilitadoras, responsable de la logística y, en el marco de la pandemia, una responsable de bioseguridad.

Integrantes de la colectiva celebrando un ensayo exitoso previo a la primera presentación virtual de la obra teatral / Foto: Diana Alvarado | Mujeres con Capacidad de Soñar a Colores

La obra fue presentada en una primera gira en 2019; después el confinamiento cortó de tajo sus actuaciones, pero ahora se preparan para hacer la primera presentación virtual en el marco del Festival Otros Territorios de artes escénicas que se llevará a cabo en México del 1 al 12 de diciembre de este año.

Además han desarrollado un documental, un comic y numerosos proyectos de comunicación con el objetivo de seguir sensibilizando a la sociedad y al funcionariado público de la necesidad de forjar una sociedad incluyente.

“Hemos puesto en el escenario los maltratos que vivimos en todos los espacios, y nos manifestamos contra el machismo porque por ser mujeres, indígenas y vivir con discapacidad nos dicen que no podemos. Y sí podemos” dice Flory quien comenta que pasar de la invisibilización al escenario fue difícil “pero lo logramos. Perdimos el miedo”. “Pensaban que estábamos locas, pero lo hicimos” agrega Estela. 

La escalera de cristal y las mujeres con discapacidad

Cristina González Moya hace yoga, toca el piano, le encanta hacer repostería creativa y se dedica a luchar contra la violencia de género y a favor de la participación de las mujeres con discapacidad. Nació en Granada, España, tiene discapacidad visual y se licenció en Derecho y Música. Obtuvo un master en Economía y fue Concejala por el Partido Socialista en el Ayuntamiento de su localidad. 

En 2010 acuñó la palabra ‘discafeminismo’, una corriente feminista que propone centrar la mirada en los problemas específicos de las mujeres que viven con discapacidad y desarrolló un término que nos ayuda a entender algo que define como ‘escalón de cristal’.  Se trata de una metáfora para dar cuenta de las múltiples discriminaciones y violencias que viven las mujeres con diversidad funcional “porque antes que podamos golpearnos la cabeza contra el techo de cristal nos toca sortear violencias por todos lados, desde las familiares hasta en el espacio público”, explica Zilpa Arriola,  defensora de las personas con discapacidad en Guatemala, quien también vive con discapacidad visual. “Nos quedamos haciendo equilibrio en el filo del primer peldaño de una escalera de cristal”.

Ser mujer y nacer con discapacidad, o adquirirla, implica enfrentar una serie de dificultades que reducen sus oportunidades de acceder a educación, salud, justicia y participación política con equidad, coinciden expertas, y por ello alcanzar lo que se proponen es aún más complejo. 

“Si hacer visible la violencia contra las mujeres en general es difícil, en el caso de las mujeres con discapacidad lo es aún más, no solo porque hay un subregistro en los casos denunciados, sino porque hay que reconocer que las violencias en nuestro caso son más amplias por el factor de exclusión que es la discapacidad”, explica Zilpa.

En el caso de Guatemala, el hecho además de que no haya datos precisos sobre esta población es otra forma de violencia. La segunda Encuesta Nacional de Discapacidad de Guatemala –ENDIS/2016– estimó una prevalencia de discapacidad en el país de 10.2%, casi lo mismo que el XI Censo Nacional de Población realizado en 2018 (10.3%), lo que quiere decir que en el país viven algo más de un millón cuatrocientas mil personas con algún tipo de discapacidad. De esta cantidad —tomando en cuenta la prevalencia por género de la discapacidad que menciona la ENDIS, de 11.8% en mujeres, frente a 8.3% en hombres—, unas 840,000 mujeres tendrían alguna condición específica frente a 565,000 hombres aproximadamente. Y en una de cada tres familias vive al menos una persona con discapacidad.

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