Lado B
Hacia una pedagogía de la errancia. Solvitur ambulando
Por Espacio Ibero @
25 de noviembre, 2021
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Mtra. Lorena Yazmín García Mendoza

Hace un par de días leía una entrevista que le hacían a Wayne Holmes, profesor de la University College de Londres, experto en inteligencia artificial. En una de las preguntas le pedían algún consejo para los profesores que en este momento de contingencia están recibiendo tecnología, pero nadie les ha explicado qué hacer con ella. En su respuesta Holmes recomendaba a los docentes trabajar en conjunto para construir comunidades donde compartan y hablen de su experiencia con el uso de la tecnología. Les invitaba a aferrarse a lo que ya saben para tomar ese saber como punto de partida y seguirlo desarrollando de forma gradual. También enfatizaba la importancia de que tengan confianza en lo que están haciendo, indaguen y que luego se animen a intentar otras cosas.

Esta última idea me resonó, porque como también expone Holmes en otra parte de la entrevista, se ha hablado mucho de que la pandemia ayudaría a que la educación cambiara, pero ahora que se ha regresado a la escuela, después de 18 meses, lo que se observa es que se está haciendo exactamente lo mismo que antes.

Esta situación me hizo pensar en la importancia de animarse a intentar otras cosas y me llevó a reflexionar en una idea que podría ayudarnos en este proceso: Solvitur ambulando, es decir, se soluciona caminando. Esta máxima, que se le atribuye al filósofo griego Diógenes de Sinope “El cínico” (413-327 a.C.) alberga múltiples lecciones sobre cómo hacer frente a este tiempo. La errancia como dispositivo formativo tiene una larga tradición que podemos leer en textos maravillosos de autores que fueron errantes, entre ellos Rimbaud, Benjamín, Thoreau, Whitman y Walser.

La invitación que hace Holmes a las y los docentes podemos tomarla como un llamado a explorar otras lecturas, miradas, tiempos y modos de hacer. Puede constituir una oportunidad para que en el campo educativo nos abramos a lo desconocido, a lo incierto, en la medida que allí están las claves de lo que enfrentamos y enfrentaremos.

Con la pandemia nos encontramos en un viaje del cual sabemos muy poco y eso nos ha colocado en un lugar extraño e inédito. Es entendible que en el regreso a la escuela se tienda a hacer lo que ya se conoce porque eso da confianza y seguridad, además de que aporta estabilidad en un momento de tanta incertidumbre, pero también es cierto que podemos aprovechar este tiempo excepcional para salir al encuentro y contacto con otras situaciones, personas, experiencias que podrían resultarnos desafiantes y estimulantes.

Si partimos de que uno de los propósitos que tiene la educación es que aprendamos a ver y sentir el mundo de distintas maneras, errar puede traducirse en respirar la curiosidad y aventurarse a eso que resulta poco habitual o frecuente. En ese sentido, la errancia puede vivirse como dolorosa e incómoda porque nos enfrenta a la deriva, al desamparo, nos intima a desacostumbrarnos, a desprendernos de nuestras certezas y comodidad. Pero, la errancia también puede resultar gozosa en la medida que nos permite sentirnos libres, con los sentidos abiertos y expectantes por lo que está por venir.

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Cuando nos ponemos en movimiento podemos ver lo valioso de dejar que la mente y el alma vaguen, que nuestra imaginación se alimente e influya en nuestros procesos creativos. Cambiar de ritmo, andar de forma más lenta, pausada, implica estar dispuesto a transformar nuestro pensamiento y, con un poco de tiempo y constancia esta práctica derivará en una nueva forma de concebir el mundo alejada del acelere actual y de la lógica de la inmediatez.

En este tiempo dislocado, promover un hacer, pensar y sentir nómada puede ayudarnos a ejercer nuestro poder de transformar aquello que está estancado e inerte en el campo educativo. Somos herederos de historias y creencias que nos sirven como un marco a partir del cual nos vinculamos con el mundo y con los otros, así la errancia puede servir como un impulso para emprender un deslizamiento por lo otro, hacer un merodeo por lo ajeno que nos conduzca hacia la re-flexión, como dice Maillard. Lo importante es que esta distancia y alejamiento de nuestros marcos de referencia realmente derive en la desestabilización de lo propio y no en un mero reforzamiento de lo mismo. Reconocer que lo definido y lo acumulado nos retiene puede ser un paso importante para procurar un distanciamiento.

La relevancia que toma la errancia en este tiempo, como modo de estar en el mundo, radica en que nos anima a rendirnos ante eso que se nos presenta, estar atentos al aquí y ahora de lo que está pasando con la vuelta a la escuela; darnos tiempo de mirar cómo regresaron las infancias y están ejerciendo su oficio de estudiantes, qué hacen y cómo se relacionan entre ellos, a qué juegan, cómo están respondiendo a nuestras solicitudes y consignas.

Pensar en una pedagogía de la errancia es animarse a cruzar las fronteras disciplinares, estar dispuesto a abrir el corazón para tener una experiencia profunda, pero también darse cuenta que cada objeto, sujeto, y situación reclama ser interrogada, porque desde este nuevo punto de vista se renuncia a los conceptos fijos, predeterminados.

Retomar la caminata en la educación tal vez solo requiera ir de un salón al patio de la escuela para sentir los rayos de sol y darle la bienvenida a las frías mañanas que empiezan a sentirse en noviembre, o caminar un poco por los pasillos de la escuela y que esos paseos se conviertan en un espacio para registrar los silencios y sonidos. Thoreau y su hermano, en 1838, realizaban en su colegio de Concord estas prácticas, caminatas y seminarios al aire libre como un medio para el descubrimiento.

Solvitur ambulando, puede ser una invitación a la escritura como un lugar para entrenar la escucha, la mirada, el olfato y reconocer la belleza de hacer nuevas conexiones; puede hacernos más flexibles ante los cambios y la inestabilidad actual; puede ayudarnos a generar otros lazos, entender y escuchar mejor al otro y en ese acto mostrarle la importancia que tiene.

*Foto de portada: Yan Krukov | Pexels

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