Lado B
Hacia una vida mejor: universidad y transformación social
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
19 de mayo, 2021
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“La universidad, como cualquier otra institución social, debería plantearse si su objetivo principal es la reproducción del orden social existente o la transformación social. En efecto, una de las preguntas fundamentales que subyace en todo proceso educativo es, precisamente, ¿para qué educar?”

Martha Luxán Serrano. «Universidad y transformación social», p. 679.

Toda educación produce la sociedad que la produce, planteo en el tercer volumen de mi libro Educación humanista dedicado a plantear las herramientas de análisis para pensar la relación entre los sistemas educativos formales y los contextos económicos, sociales y culturales en los que se ubican.

En efecto, la relación entre educación y sociedad ha estado siempre en el centro de la discusión colectiva, puesto que los sujetos de la educación son los seres humanos cuya existencia no puede explicarse al margen de la sociedad en la que viven; y la socialización, es decir, la inserción en su contexto sistémico de convivencia es una de las funciones básicas de toda institución educativa.

Porque en el fondo, toda educación, más allá de los contenidos que enseña, tiene como ejes funcionales dos grandes vectores: capacitar al educando para adaptarse a la sociedad en la que le toca vivir y formar su capacidad crítica para adaptar —transformar— esa sociedad y hacerla un mejor lugar para la vida humana con su compromiso y acción cotidiana.

Entre todos los niveles educativos es, sin duda, el nivel universitario en el que se da un debate más profundo, sistemático y continuo acerca del tipo de formación que se debería impartir para que los egresados, profesionistas de las distintas áreas, se inserten de manera efectiva en la sociedad en la que viven. Aunque el discurso de todas las instituciones de educación superior incluye siempre la idea de que se forman profesionistas para la sociedad, el significado de esta idea, la respuesta a qué significa formar profesionistas para la sociedad, es muy diversa.

Podríamos decir sintéticamente que los dos extremos más extremos están entre: las instituciones que buscan formar profesionistas altamente eficaces y competitivos que lleguen a tener éxito individual y contribuyan siendo productivos al crecimiento de la economía del país; y las universidades que buscan formar profesionales críticos del sistema social que tengan la visión, el compromiso y las herramientas para insertarse en la sociedad volviéndose factores de articulación y mediación entre el sector productivo y el poder y las comunidades más desfavorecidas y excluidas.

Formar a los mejores profesionistas del mundo, diríamos para definir la primera postura, y formar a los mejores profesionistas para el mundo —según decía Adolfo Nicolás S.J. de la finalidad de las universidades jesuitas— podría describir sintéticamente la segunda postura. Entre ambos extremos hay una gran gama de opciones institucionales y, por supuesto, existen las instituciones de educación superior que no tienen claramente definida su posición frente a la sociedad, más allá de absorber la demanda de jóvenes egresados de la educación media superior y generar ganancias económicas para sus dueños o socios.

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Como dice el epígrafe de esta Educación personalizante, la universidad es una institución social y debería plantearse seria, sistemática y constantemente si su objetivo es la reproducción del sistema social existente o la búsqueda de su transformación. Se trata de la pregunta por la finalidad o razón de ser de la institución universitaria, que responde no solamente al qué o al cómo de la formación, sino al para qué de la misma.

Si tomamos una de las partes de la afirmación que cité de mi libro y revisamos que toda educación —incluyendo la universitaria— es producida por la sociedad en la que se encuentra inserta, podemos encontrar la primera clave metodológica para que las universidades se aproximen de manera progresiva, siempre dinámica y cambiante a la respuesta de la pregunta: para qué educar.

En efecto, el análisis crítico de las tendencias hegemónicas de la sociedad en la que se va a formar a los futuros profesionistas, y la revisión de los factores dominantes en el sistema económico y político y en la cultura en la que se educa, pueden aportar elementos clave para pensar en los desafíos que la sociedad está planteando y en la postura institucional que se decide asumir frente a estos.

Foto: cottonbro | Pexels

Según citan los autores del artículo que sirve como base para esta reflexión, Montserrat Galcerán plantea que “las políticas educativas y las reformas de los últimos años cabe interpretarlas como una apuesta por integrar la universidad en el capitalismo del concimiento”, con el fin de explotar las posibilidades de la formación universitaria desde el ámbito de lo financiero.

Lo anterior por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque la educación universitaria moviliza a millones de personas que en el mundo buscan obtener un título universitario con el cual tener acceso a empleos dignos, y en segundo lugar porque “en esta nueva etapa del capitalismo cuestiones como la información, el conocimiento, la comunicación, la investigación, la innovación y el desarrollo se han convertido en la base tanto de la sociedad como de la economía”.

Ante este panorama, las instituciones de educación superior deberían revisar seriamente en qué medida están siendo producidas por estas tendencias sociales y están viéndose obligadas a orientar sus dinámicas hacia estas tendencias dominantes, ante las presiones del entorno y las exigencias del mercado laboral que emplea a sus egresados; y plantearse con la suficiente lucidez en qué medida van a adecuar a la universidad a estas tendencias aunque puedan ser contrarias a su misión, filosofía y valores fundacionales; hasta dónde es posible generar resistencia y propuestas alternativas a esta visión dominante.

“Las preguntas que deberíamos plantearnos serían las siguientes: ¿qué tipo de vida debemos proponer desde las perspectivas críticas? ¿Cuál es la vida digna que merece ser vivida? ¿Qué tipo de vida queremos? Lo que hay que poner en el centro del proyecto de transformación social es esta vida (…) Nuestro objetivo debería ser por lo tanto dar prioridad al cuidado y reproducción de la vida”

Martha Luxán Serrano. «Universidad y transformación social», p. 679.

Desde el otro ángulo, el de que toda educación genera a la sociedad, las universidades tienen la segunda pauta metodológica para el análisis de sus opciones formativas, de investigación y de extensión de la cultura. Para ello, como dicen las autoras del artículo ya citado, las instituciones de educación superior que no se ubiquen en el extremo de servir de catalizadoras del sistema excluyente y la cultura del descarte imperantes, mediante la formación de profesionales exitosos que se integren hacia arriba en la sociedad, deberían preguntarse con seriedad y sistematicidad: qué tipo de vida debemos proponer desde las perspectivas críticas; cuál es la vida digna que merece ser vivida; y qué tipo de vida queremos para nuestros egresados y para nuestro país.

El criterio fundamental de las universidades que buscan la transformación social está precisamente en la construcción de respuestas a estas preguntas sobre la vida que queremos, la vida que realmente merece ser vivida, la vida que como institución se quiere proponer desde la filosofía, los valores y la misión que la institución se planteó como razón de ser y como identidad distintiva en el mercado de las instituciones de educación superior.

En este momento histórico en el que las universidades están a punto de reabrir sus aulas después de más de un año de confinamiento obligado por la crisis del nuevo coronavirus, que hizo más visibles y palpables los enormes desafíos que enfrenta la humanidad actual, sería muy conveniente que las universidades se planteen nuevamente estas preguntas básicas y sean conscientes de la disyuntiva que van a enfrentar y que el artículo que hoy inspira estas líneas plantea de este modo: “Podemos (…) intentar volver a la situación previa (…) [crecimiento, competitividad, crisis ecológica, desigualdades sociales injustas, crisis de cuidados] o podemos intentar ser valientes y aprovechar la coyuntura para empezar a cambiar hacia una vida mejor”.

*Foto de portada: fauxels | Pexels

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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