Lado B
¿Hay salida? A tientas
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
28 de abril, 2021
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Recuerdo un curso de pensamiento crítico y un texto que lo acompañaba, recuerdo con afecto a la Doctora Yolanda Argudín, experta en enseñar a pensar leyendo y escribiendo bien. Recuerdo vagamente el contenido de todo ese curso o manual, pero tengo nítidamente guardada en la memoria uno de los obstáculos para pensar con criticidad: ver una sola cara de la moneda.

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De manera que aunque la situación y mi situación no han cambiado en una semana, voy a intentar evitar ese obstáculo, ese vicio del pensamiento que impide ver la realidad críticamente. Voy a tratar de pensar desde la frase de Niels Bohr, que cita varias veces Morin a lo largo de sus seis volúmenes de El Método, que afirma que muchas veces lo opuesto de una verdad profunda es otra verdad profunda.

La semana pasada traté, con la magistral ayuda del gran poeta mexicano Octavio Paz y su poema “¿No hay salida?” de describir la parte oscura de esta crisis en la que nos ha metido la pandemia por COVID 19, y los sentimientos de desánimo y de pesimismo —esperanzado, en mi caso, pero pesimismo al fin— que nos invaden en muchos momentos después de un año entero de encierro obligado por la crisis de salud física que está generando, entre otras, una crisis económica severa y una bastante grave crisis emocional en millones de personas alrededor del mundo.

Hoy voy a tratar de ver el otro lado de la moneda y voy a preguntarme: ¿Hay salida? Y voy a apoyarme nuevamente en la poesía que, como decía Ortega y Gasset, llega muchas veces por la belleza y la intuición mucho más directamente que los filósofos a la verdad o a las verdades que constituyen la vida humana.

Tomo como subtexto de mi Educación Personalizante de hoy, el poema “A tientas» del poeta uruguayo Mario Benedetti que, en muchos sentidos, es opuesto en su estilo y profundidad a Paz —decía Sabines que su poesía estaba hecha con guantes— por ser un poeta más cotidiano, más directo, más del lenguaje de la gente común.

Elijo este poema porque, lo contrario de la verdad profunda del miedo, el cansancio, el desgaste, el dolor profundo por las pérdidas humanas, la tristeza por la escasez de contacto humano y, en el caso de nosotros, educadores, del contacto cotidiano y directo con nuestros estudiantes —que son la razón de ser de lo que amamos como profesión de la esperanza—, en fin, lo contrario de esta cara oscura no puede ser la visión optimista y llena de luz que diga que aquí no ha pasado nada, que la pandemia nos ha hecho aprender a ser distintos como humanidad, que terminando esto vamos a ser todos justos, buenos y respetuosos de la naturaleza.

No, lo contrario de la verdad profunda del abismo emocional al que caemos en muchos momentos de esta crisis, es simplemente la visión esperanzada de que, por lejos que aún se encuentre, debe haber una salida de este túnel y que para ir hacia ella debemos avanzar con pasos lentos, inseguros y a tientas.

Porque como dice el poema: “Se retrocede con seguridad / pero se avanza a tientas / uno adelanta manos como un ciego / ciego imprudente por añadidura”, y así avanzamos ahora hacia un, cada vez más probable, retorno a las aulas y a las calles y a la vida; a esta supuesta “nueva normalidad” que nos espera, empujados más por la desesperación y por la necesidad de reactivar la economía, que por la existencia de condiciones reales y objetivas de seguridad para la salud de todos. Se retrocede con seguridad, y lo más probable es que vamos a retroceder en el sistema educativo para volver a la escuela de siempre —aunque la llamen Nueva Escuela Mexicana y hablen de renovación pedagógica en los discursos políticos—; a esa escuela en la que importa más hoy a los supervisores escolares convocar a realizar ceremonias o actividades de celebración del centenario de la SEP, que cuidar a los docentes y prepararlos pedagógica y emocionalmente para el retorno a su trabajo presencial.

Porque retrocederemos con seguridad a esa vieja realidad de una escuela impermeable a los cambios de la realidad, pero tendremos que avanzar a tientas, adelantando las manos como ciegos, como ciegos imprudentes además por retornar a lo desconocido, a lo todavía oscuro e inseguro, a lo incierto de una realidad pandémica que no terminará por un decreto que cambia los colores de un imaginario semáforo geográfico.

“(…) pero lo absurdo es que no es ciego / y distingue el relámpago la lluvia / los rostros insepultos la ceniza / la sonrisa del necio las afrentas/ un barrunto de pena en el espejo / la baranda oxidada con sus pájaros / la opaca incertidumbre de los otros
enfrentada a la propia incertidumbre”. Lo absurdo es que no estamos tan ciegos y podremos distinguir el relámpago y la lluvia, las sonrisas del reencuentro y también, tristemente, recordar las afrentas que saldrán de ese rincón en el que estaban guardadas, dentro de nuestra memoria, dentro de nuestros corazones.

Distinguiremos también de nuevo la baranda oxidada —tal vez hoy más oxidada por el abandono de un año de escuelas cerradas y sin mantenimiento—, la baranda con sus pájaros y también la opaca incertidumbre de los otros que llegarán a reanudar sus actividades en la misma incertidumbre de nosotros.

Como sigue diciendo Benedetti: “se avanza a tientas / lentamente / por lo común a contramano / de los convictos y confesos / en búsqueda tal vez / de amores residuales / que sirvan de consuelo y recompensa / o iluminen un pozo de nostalgias”, y así avanzaremos, así estamos ya avanzando, a tientas, lentamente, con pasos muy pequeños e inseguros, para buscar, tal vez, amores residuales que se hayan mantenido en aquellos que convivían a diario con nosotros o a los que veíamos los fines de semana con el gusto de saberlos presentes en nuestras vidas, y que hoy se han convertido en imágenes en un cuadro de zoom o en voces que escuchamos con cada vez menos frecuencia y más lejanía.

Avanzamos, avanzaremos buscando reconstruir esos amores que nos sirvan de consuelo después de tantas horas, días, semanas, meses, siglos de encierro y soledad, que alimenten nuestra nostalgia por aquel mundo que tuvimos y que tal vez no volverá jamás.

“(…) se avanza a tientas / vacilante / no importan la distancia ni el horario / ni que el futuro sea una vislumbre / o una pasión deshabitada”, así avanzamos, así seguiremos caminando a tientas, con movimientos vacilantes, sin importar la distancia ni el horario ni que el futuro sea solamente una imagen vaga y difusa aún en la lejanía, aunque el futuro sea una pasión deshabitada o una vida en la que habrá que ir volviendo a habitar nuestras pasiones para reencontrarles sentido, y para volver a sentir en lo profundo de nosotros ese motor que nos impulsa y que hoy está ralentizado o tal vez totalmente apagado.

Avanzamos, avanzaremos, trataremos de seguir o de retomar nuestras vidas donde las dejamos, de ponernos al corriente con los demás hablando de lo que pasamos, de lo que nos pasó, de lo que se mantuvo y lo que se fue durante estos largos meses de aislamiento casi total.

Caminaremos “a tientas hasta que una noche / se queda uno sin cómplices ni tacto / y a ciegas otra vez y para siempre / se introduce en un túnel o destino / que no se sabe dónde acaba”. Lo haremos hasta que una noche nos volvamos a quedar sin cómplices y no podamos conspirar con nadie para vivir una vida que valga la pena en un mundo en el que todos puedan vivir para vivir. Lo haremos hasta que un día volvamos a estar a ciegas otra vez, tal vez para siempre, tal vez no, y la vida nos vuelva a introducir en un túnel o destino que no se sabe dónde acaba.

Porque finalmente esto es la vida: una aventura continua en la que a veces hay luz y a veces sombras, en la que todo el tiempo hay incertidumbre y no tenemos garantizado nada pero tenemos que seguir caminando, con las manos por delante como los ciegos, con pasos torpes y lentos porque no tenemos seguridades, por más que tengamos propiedades.

Caminemos a tientas pues, buscando la puerta, tratando lentamente y torpemente pero con esperanza de encontrar la puerta de salida de este pozo, aunque sepamos que esta salida será a un mundo nuevo y desconocido que habrá que volver a explorar.

Caminemos a tientas pero con la esperanza de que, como dice otro gran poeta, Ángel González: “otro tiempo vendrá, distinto a este”.

*Foto de portada: Alex Green | Pexels

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es actualmente es profesor-investigador en la facultad de educación de la UPAEP.