Lado B
Un desastre profundo
De esta crisis no podemos salir culpando a López-Gatell o haciéndolo héroe. De poco servirá si no entendemos que el desastre, nuestro desastre, es aún más profundo
Por Juan Manuel Mecinas @jmmecinas
01 de febrero, 2021
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De esta crisis (sanitaria, económica, social) no podemos salir (únicamente) con López-Gatell como héroe o como villano. En última instancia, el resultado no puede ser la grandeza o la pequeñez del gobierno de López Obrador, porque esa será una de las respuestas que encontraremos al final de la pandemia (o antes), pero si ese fuera el centro de nuestros problemas, todo indica que estaríamos mirando de forma errónea nuestra realidad. 

Las respuestas a dos preguntas pueden ayudar a esclarecer nuestro argumento:

¿Por qué no podemos decretar un aislamiento total —que nadie salga de sus casas— después de semanas con miles y miles de muertos en el país?

La respuesta fácil invita a decir que este gobierno no quiere asumir esa responsabilidad. Esta respuesta puede ser cierta, pero es engañosa. No podemos decretar un aislamiento total porque los gobiernos de todos los partidos no han podido construir un sistema que ayude al desempleado o al trabajador informal. Y cuando lo han hecho, cuando han mirado a los grupos más vulnerables, lo han hecho mirándolos como botín electoral, por lo que la ayuda inicia con la promesa de campaña y termina con el voto ciudadano. Y también porque los empresarios han contribuido a ello: han insistido en la precarización del trabajo para que sus ganancias aumenten, y para ello decidieron impulsar el desmantelamiento del Estado social, y ni qué decir de la omisión del pago de impuestos.

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La informalidad en que millones de trabajadores obtienen sus ingresos no es solo responsabilidad de la decisión del señor que vende comida en la calle o de quien comercializa productos comprados en el mercado negro, sino sin duda de la sociedad en su conjunto, que mira hacia otro lado pero compra esos productos y del gobierno que alienta la informalidad siempre y cuando la controle. Un círculo vicioso donde al parecer todos ganan porque compran/venden más barato y el gobierno se corrompe, pero donde al final todos perdemos porque quienes trabajan no tienen acceso a los derechos mínimos de los trabajadores y porque el pago de impuestos es nulo. Y la consecuencia de esa informalidad es que si no trabajas no comes. Lo sabe el gobierno y por eso no puede decretar un aislamiento total, porque a quienes no los mate el virus lo hará el hambre. La única respuesta puede ser un ingreso mínimo vital, pero para ello habría que desterrar de la sociedad a los corruptos (porque cuestan entre el cinco y diez por ciento del PIB mexicano). La imposibilidad de decretar un encierro total tiene que ver con un sistema de corrupción que aún está encarnado y no parece en vías de extinción.

¿Por qué hay gente muriendo en su casa o en la calle o en los pasillos de los hospitales?

Porque los gobiernos no fueron capaces de construir un sistema de salud que permitiera atender a todo mexicano sin distinción económica. No solo implica hospitales abandonados a media construcción (inaugurados, eso sí), sino sobre todo sin aparatos necesarios para su operación y sin médicos y personal que permitiera su operación óptima. En México, hasta el año 2020, había 2.1 doctores por cada mil habitantes, mientras que en países desarrollados ese número se duplicaba. Un médico italiano de un hospital público atiende a la mitad de pacientes que un médico mexicano. También puede decirse que el gasto por persona en salud que se hace en México es cuatro veces menor al resto de países de la OCDE y esas son cifras que año tras año, lustro tras lustro, nos indicaban que nuestro sistema de salud era un desastre, un problema de décadas donde ningún gobierno —federal o estatal— puso atención para mejorarlo. Hoy sorprende que mueran miles de mexicanos en hospitales donde no hay aspirinas, se atienden a pacientes en pasillos y donde las doctoras y los enfermeros escasean, por no hablar de la infraestructura insuficiente. A ratos no se sabe si es sorpresa o nuestra hipocresía es mayúscula.

El rol del gobierno es vital, pero no es la única respuesta que tendríamos que buscar en una situación como la que enfrentamos. No podremos darnos el lujo de que el gobierno solo se justifique diciendo que todo era un desastre o que la oposición señale los errores del gobierno como si el país que dejaron hubiese sido ejemplar y moderno. Unos y otros son responsables -a nivel federal y a nivel estatal- del desastre y la pesadilla que estamos viviendo. Desgraciadamente, no todo es culpa del gobierno. Hay una parte de responsabilidad de la ciudadanía. Sobre todo, por ese desprecio a la ley que no distingue estratos sociales. Sin embargo, no hay otra salida: debemos mirarnos al espejo y reconocer la suciedad en nuestra cara antes de lavarla. 

Culpemos a López-Gatell o hagámoslo héroe, aunque de poco nos servirá si no entendemos que el desastre, nuestro desastre, es aún más profundo. 

 

*Foto de portada: @HLGatell | Twitter

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Autor Lado B
Juan Manuel Mecinas
Profesor e investigador en derecho constitucional. Ha sido docente en diversas universidades del país e investigador en centros nacionales y extranjeros en temas relacionados con democracia, internet y políticas públicas.