Lado B
Un algoritmo nos vigila
"Si Netflix registra, usa y almacena mis datos es para ofrecer un mejor servicio, más personalizado(...) el problema se encuentra en otro lado. ¿Qué pasa si la información que tiene de sus clientes es robada o si, por alguna razón, empieza a usarla de una forma distinta?"
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
13 de octubre, 2020
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#Binario #Netflix #bigdata

1. EXT. PARQUE. MEDIODÍA

ALONSO (38) responde una llamada de su esposa MARJORIE (34) en el móvil: una de sus compañeras de oficina acaba de leer la noticia sobre una nueva función de Netflix que permite aumentar o disminuir la velocidad de reproducción y desean saber la opinión de Alonso sobre el asunto.

ALONSO

(Con voz calmada):

No veo el problema mientras sea decisión del usuario el utilizar la función. De hecho, se trata de una “noticia vieja” y, para mí, el “escándalo” me parece ridículo si consideramos que, por ejemplo, YouTube y muchos reproductores multimedia como VLC o el propio Windows Media Player tiene opciones similares. Vamos, hasta una videocasetera VHS que tuve hace unos años tenía la opción para acelerar la reproducción.

Y al final, insisto, Netflix no nos está imponiendo nada.

 

MARJORIE

(VOICE OFF)

(Con voz irónica):

Ahora resulta que defiendes a Netflix. Pfff… Bueno, pues no creo que a lxs cineastas les agrade la idea de que la gente vea sus obras a toda velocidad.

Marjorie tiene la intención de iniciar un debate telefónico a la hora del almuerzo y Alonso lo sabe.

ALONSO

(Con voz calmada):

Para empezar, pocos cineastas pensaron hace 30 o 40 años que sus películas se verían en las pantallitas de un teléfono celular o de una computadora, con unas bocinas ridículas que en nada se parecen a las que se usan en una sala de cine con certificación THX. Y mira, a pesar de eso, acá andamos.

 

MARJORIE

(VOICE OFF)

(Con voz juguetona):

Pfff: pinche aguafiestas…

 

ALONSO

(Menos calmado que antes):

Bah, no. Creo que si queremos quejarnos de algo o arrancar el debate, habría que voltear a uno de los verdaderos problemas que plantea la plataforma: el registro, uso y almacenamiento de nuestros datos personales y de nuestras interacciones con su servicio. Y sobre eso, no tenemos mucho que decidir: Netflix nos impone las condiciones y punto.

 

MARJORIE

(Decepcionada):

Pfff: pinche aguafiestas.

FADE TO BLACK.

La intención de esta escena no es mostrar la dinámica de pareja de dos usuarixs de Netflix. Lo que muestra este intercambio es una realidad concreta: los medios y la opinión pública se focalizan frecuentemente en asuntos insignificantes o banales sobre Netflix (y sobre muchos otros temas) y pierden de vista lo verdaderamente problemático o lo que en realidad debería debatirse a detalle, como la representación femenina y de la masculinidad en series como Stranger Things; o la forma de presentar el suicidio adolescente en 13 Reasons Why o el acoso en You, solo por mencionar algunos ejemplos que se me vienen a la mente ahora.

El problema que se nos platea a todas las personas que usamos Netflix o que tenemos un vínculo con los medios y con las plataformas digitales es más complejo y preocupante que si vamos a ver Tiger King en cinco horas o en la mitad de ese lapso. El problema es que no conozcamos las implicaciones de que Netflix (y una multitud de empresas y servicios) registren, usen y almacenen nuestros datos; el problema es que sigamos navegando la red desde nuestros celulares sincronizados a nuestra cuenta de Google; el problema es que continuemos entrando a Facebook y a Twitter y a infinidad de redes sociales y a sitios diversos sin verificar jamás los términos y condiciones de los contratos, aceptando a ciegas todos los cookies y, en pocas palabras, dejándoles a estas empresas (y en ocasiones a gobiernos) la puerta abierta a nuestras vidas. Porque, bueno, ya qué, lo importante es acceder, ¡gratis!, a todo ese contenido que nos ofrecen, a todas esas posibilidades de comunicarnos con otrxs y de acercarnos a sus ideas, ¿no?

O quizá conocemos o sospechamos las implicaciones de nuestra relación con todas estas compañías digitales pero resumimos nuestra actitud con una frase del estilo “bueno, sí, pero mientras yo no haga nada ilegal o inmoral, qué me importa que sepan lo que hago: que se alimenten de mis datos, ¡a mí qué!”

Si Netflix y compañía registran, usan y almacenan nuestros datos es para mejorar sus servicios y personalizarlos: ese es su discurso, su justificación. Y es cierto. Detrás de sus acciones hay una lógica comercial que se puede resumir así: un servicio personalizado es igual a clientes que seguirán pagando ese servicio.

En el caso preciso de Netflix, por ejemplo, al alimentar al algoritmo de recomendación no solo facilitamos nuestras búsquedas en un catálogo cada vez más abundante, sino que le estamos diciendo a Ted Sarandos, el director de adquisiciones y contenidos, qué serie producir o comprar. Hasta acá, todo bien. La cuestión sin embargo está al ver el big picture, cuando abrimos el plano.

Tener los detalles de horarios y frecuencia de uso de una cuenta de Netflix durante una semana o un mes es bastante inofensivo si los empleados de esta compañía y sus programas informáticos los analizan de manera separada, aislada. Sin embargo, cuando toman el universo de nuestra relación con la plataforma puede llevarles a conclusiones sobre nuestra personalidad, nuestro estilo de vida o las dinámicas de nuestro hogar. Como dice Geoffrey Delacroix de la Comisión Nacional de la Informática y las Libertades de Francia (CNIL), el análisis de datos que hace Netflix se puede comparar con la geolocalización: el saber dónde estuvo un individuo una vez no representa mayor problema, pero al combinar el conjunto de traslados y posiciones de una persona que registra el GPS de su auto o teléfono móvil permite saber hábitos culturales y hasta religiosos.  

Pero quizá seguimos en terrenos abstractos y, sobre todo, sin entender claramente las consecuencias negativas de que una empresa haga un perfil psicológico y/o sociológico sobre sus clientes. Vayamos entonces a casos concretos, como el de la demanda legal conocida como “Jane Doe vs. Netflix” que se presentó en un tribunal de Estados Unidos, incluso antes de que la empresa ofreciera su servicio de streaming.

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En 2009, “Jane Doe”, seudónimo de la demandante y madre de familia homosexual, argumentó que Netflix había violado su privacidad y temía que su preferencia sexual se hiciera pública, afectándole personal y profesionalmente. El temor tenía su origen en el Netflix Prize, concurso en el que programadores en solitario o en equipo analizaron las más de 100 millones de calificaciones que cerca de 500 mil clientes de Netflix habían otorgado a diversas películas del catálogo con el objetivo de mejorar el sistema de algoritmo de recomendación que usaba la empresa en ese momento.

Aunque los concursantes no conocían los nombres de los clientes sino solo su historial de rentas de DVD –servicio principal que ofrecía Netflix en ese momento-, la demanda de “Jane Doe” usaba como ejemplo un hecho concreto que la hacía pensar en la posibilidad de que sus datos permitieran conocer su identidad y, sobre todo, su homosexualidad: al poco tiempo de lanzado el Netflix Prize, Arvind Narayanan y Vitaly Shmatikov, dos investigadores de la Universidad de Texas, lograron descifrar la identidad de varios usuarios de Netflix al cruzar los datos del concurso con perfiles de usuario de la Internet Data Base o IMDb. Y no solo eso, en su artículo, los investigadores afirmaban que con su metodología era posible conocer también rasgos de personalidad tales como afiliación religiosa, preferencias políticas, sexualidad y hasta la complexión física de las personas.

Lo que me resulta más inquietante de este caso es el año. El Netflix Prize fue lanzado en octubre de 2006, momento en que, como escribí antes, Netflix no ofrecía aún su servicio actual de reproducción de video a través de streaming. Por lo tanto, el análisis que se hizo como parte de la competencia consideró solamente los nombres y calificaciones de películas consumidas en DVD, y las calificaciones y opiniones expresadas en IMDb. ¿Qué se podrá hacer hoy con los datos que la plataforma registra y almacena de nosotrxs? Pero antes de llegar a una posible respuesta es necesario plantear otra pregunta: ¿qué datos son exactamente los que Netflix tiene de sus clientes?

Foto: Andrés Rodríguez | Pixabay

En mi caso, se tratan de 5.3 megas de información repartida en 28 archivos, entre archivos PDF, hojas de cálculo y procesadores de texto que reflejan, entre otras cosas, las más de 12 mil veces que le di play a una serie o a una película desde que me inscribí a la plataforma en octubre de 2013.

Sé esto porque hace unos meses solicité mi “expediente” a Netflix[1] y tuve ante mí toda esa información, lo cual hizo que algo dentro de mí cambiara. Luego de reflexionar sobre Netflix desde 2015 y de estudiar a fondo el tema del streaming el último año, conocía y entendía los problemas y peligros que enfrentamos al dejar que estas compañías digitales registren, usen y almacenen nuestros datos y la forma en que interactuamos con sus servicios. Sin embargo, al tener frente a mí el conjunto de esa información que una de estas empresas tiene de mí, el asunto se hizo más real.

Lo dije al principio de este texto y lo repito porque creo que es cierto: si Netflix registra, usa y almacena mis datos es para ofrecer un mejor servicio, más personalizado. Considere o no que las series y películas que me propone son cada vez mejores y alineadas con mis gustos, el problema se encuentra en otro lado. ¿Qué pasa si la información que tiene de sus clientes es robada o si, por alguna razón, empieza a usarla de una forma distinta? En repetidas ocasiones, a través de diferentes voceros, Netflix ha dicho que no venderá nuestros datos y que estos se encuentran a salvo de ataques cibernéticos. Sin embargo, reportes de investigadores del Indian Institute of Technology (ITT) de Madras, así como del Cornell Tech alertaron en 2019 sobre el riesgo de robos de información que enfrenta la compañía.

Por otro lado, el investigador Jason Mittell ofrece una hipótesis inquietante que tiene su origen en la acumulación de deuda que Netflix adquiere desde hace años para continuar con su ambicioso plan de producción y adquisición de contenido. Ante este panorama, el académico del Middlebury College de Vermont habla de la posibilidad de que la empresa cambie su modelo de negocios por uno donde las mensualidades de los clientes no sea la única fuente de ingreso. Dos caminos vislumbra Mittell en su texto: el primero es la venta de datos a empresas de marketing y de campañas políticas. El segundo, mucho más plausible según él, sería “asociarse con o adquirir una firma de mercadotecnia para impregnar la experiencia en línea de cada uno de sus suscriptores” con anuncios personalizados.

Cualquiera que sea el escenario, las preguntas se acumulan: ¿estamos tranquilos ante una u otra posibilidad? Si robaran o vendieran nuestros datos, ¿cuáles son las formas de protegernos o de reaccionar?: ¿terminar con nuestra suscripción?, ¿llevar las cosas más allá y cancelar todas nuestras cuentas y servicios digitales y vivir una vida off-line únicamente?

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Aunque cada quien tendrá su propia respuesta, lo que sí sé es que el conocer con más detalle la agenda y funcionamiento de los servicios que usamos es fundamental. Particularmente sobre Netflix, la sugerencia sería solicitar nuestro “expediente” a través de los tres pasos que enlisto al final de este texto. A partir de ahí, un análisis de nuestro consumo nos podría llevar, por ejemplo, a replantear nuestra relación con la plataforma o ser más selectivo con lo que vemos.

Si son como yo y necesitan una dosis importante de contenido audiovisual, existen alternativas de acuerdo al lugar donde se encuentren. Gracias al sistema francés de bibliotecas, el acceso a películas y series en DVD lo tengo garantizado, aunque sé que en México esta solución es mucho más complicada. Pero, ¿qué tal creer un círculo de intercambio de películas con amistades y familia? O quizá utilizar el tiempo en la lectura o los juegos de mesa.

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Para comenzar con los juegos de mesa

 

Sigo usando Netflix y otras plataformas de streaming como YouTube, pero lo hago de manera más limitada. En el último mes he recurrido a Spotify un par de veces y no para escuchar música sino algunos de los podcasts que sigo puntualmente, esto gracias a que, de nuevo, la biblioteca pública me permite tomar prestados álbumes en CD. Quiero pensar que algún día la regulación de los gobiernos o la auto-regulación de la industria me haga sentir más tranquilo sobre todas estas problemáticas. Mientras tanto, Ted Sarandos y su algoritmo tendrán que arreglárselas con unos bites de menos de mi parte.

 

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***

[1] Este descubrimiento se dio por puro azar. El verano pasado, mientras redactaba mi tesis sobre streaming, quise verificar la fecha en la que había visto una serie en particular. Fue entonces que me encontré con que, además de la función que ya conocía para consultar el historial de visualizaciones en la propia página o descargándolo en una hoja de cálculo, Netflix me permitía ahora la descarga de todos los datos que ha acumulado de mí desde que abrí mi cuenta. Unos días después de presionar el botón indicado, llegó a mi correo una liga para acceder a una carpeta comprimida. Hasta julio de 2020 que estuve investigando al respecto, no me fue posible encontrar la explicación oficial a esta nueva función, por lo tanto sigo sin saber si se trata de una decisión de la empresa o si es una acción que busca cumplir con regulaciones locales o internacionales para garantizar el acceso del público a sus datos privados almacenados por compañías digitales. Lo que puedo afirmar es que esta opción no solo está disponible para los clientes de Francia sino también, al menos, para los clientes que se conectan desde México.

 

*Foto de portada: Quote Catalog

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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