Lado B
Lo que nos pasa: la escuela sin filosofía
La crisis que vive el mundo no es solamente una crisis de salud que se resolverá con una vacuna, ni es tampoco una crisis económica resultante del paro obligado de las actividades de producción y consumo. Lo que estamos viviendo desde mucho antes del COVID-19 es una crisis humana de enormes proporciones
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
28 de octubre, 2020
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«No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa.» 

Ortega y Gasset

Vivimos tiempos de confusión, tiempos oscuros en los que, como dice la famosa novela de Saramago, estamos ciegos, somos ciegos que viendo no ven. En palabras de Ortega y Gasset: lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, porque este mundo se mueve tan velozmente hacia ninguna parte que no nos da tiempo de darnos cuenta de lo que ocurre en el entorno y mucho menos de lo que nos ocurre interiormente.

Esto no se lo debemos a la pandemia, porque tenía mucho tiempo que el mundo estaba ya en esta situación, aunque la crisis de salud y la crisis económica que ha producido ha vuelto más densa esta oscuridad y ha amplificado la sensación de desorientación y vacío existencial, la soledad seca y profunda, la tristeza que guarda nuestra sociedad debajo de sus disfraces de felicidad y de los efectos especiales con que se nos vende la idea de que una vida llena de cosas es una vida plena.

En efecto, la crisis que vive el mundo no es solamente una crisis de salud que se resolverá con una vacuna, ni es tampoco una crisis económica resultante del paro obligado de las actividades de producción y consumo. Lo que estamos viviendo desde mucho antes del (¿la?) COVID-19 es una crisis humana de enormes proporciones.

No es casualidad que sea la frase de un filósofo la que se ajuste tan precisamente a nuestra realidad como un genial diagnóstico comprimido en catorce palabras. No es azaroso que sea la filosofía la que nos ponga frente al espejo que nos enfrenta a nuestro rostro verdadero de mentiras, parafraseando al poeta Octavio Paz.

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“La filosofía no es una disciplina, es una potencia de interrogación y de reflexión que no sólo versa sobre los conocimientos y la condición humana sino también sobre los grandes problemas de la vida. En este sentido, el filósofo debería estimular en todas partes la aptitud crítica y autocrítica, fermentos irremplazables de la lucidez y animar por doquier a la comprensión humana, tarea fundamental de la cultura”.

Edgar Morin. La mente bien ordenada, p. 69.

La filosofía, como afirma el padre del pensamiento complejo, no es una disciplina sino la potencia que nos posibilita interrogar y reflexionar sobre nuestra condición humana y sobre los grandes problemas de la vida. Por ello, dice Morin que el filósofo debería estimular por todas partes donde camina la aptitud crítica y autocrítica, y animar también la comprensión humana que hoy es el bien más escaso, la necesidad más sentida, el saber más necesario y urgente.

Este mundo líquido necesita más filósofos para encontrar algunos atisbos de luz al final del túnel, algunos puntos de apoyo que nos ayuden a fluir con cierta visión y sentido. Esta humanidad que viendo no ve, que no sabe lo que le pasa, necesita más filósofos para tratar de plantear las preguntas sustanciales para buscar los nuevos caminos que le ayuden a salir de esta crisis civilizatoria y construir por fin una nueva época.

Nuevos filósofos que no centren toda su preocupación y su quehacer en el cultivo de una disciplina cada vez más hiperespecializada, sino en la labor disruptiva que el mundo requiere de ellos, la promoción de las preguntas y los procesos de reflexión sobre nuestra condición humana en este momento de confusión, el fermento de la lucidez y la animación del diálogo y el encuentro para la comprensión humana.

Porque como afirma también Morin, “La filosofía debe contribuir eminentemente al desarrollo del espíritu problematizador…” (p. 28) que hoy se encuentra prácticamente ausente en un horizonte que vive entre el consenso superficial que exige el reino de la corrección política y la polarización basada en descalificaciones y agresiones personales. Problematizar, dialogar inteligente y razonablemente, debatir con respeto y argumentos, explorar con imaginación y profundidad son actividades que prácticamente han desaparecido del escenario público y que son también escasas en las organizaciones e incluso en las instituciones educativas.

El mundo necesita más filósofos de profesión y vocación y sin embargo las universidades en el mundo tienden cada vez más a sacrificar esta disciplina junto con todas las humanidades por no ser rentables, por no tener una matrícula numerosa, en lugar de magnificarla porque urgen profesionales que ayuden a construir la indagación y la reflexión que contribuyan a hacer de este mundo un lugar en el que valga la pena vivir.

“…el profesor de filosofía debería aportar su poder reflexivo e interrogativo sobre los conocimientos científicos, tanto como sobre la literatura y la poesía, y a la sazón alimentarse de ciencias y literatura”.

Edgar Morin. La mente bien ordenada, p. 28.

Pero además de filósofos profesionales, urge promover una presencia más amplia y significativa en el currículo de todos los niveles educativos. Desde luego que esta presencia, para ser realmente útil para la formación intelectual, ética y ciudadana que está pidiendo este mundo en confusión y esta humanidad que no sabe lo que le pasa, tendría que enfocarse a la promoción del cuestionamiento y la reflexión sobre los problemas fundamentales del mundo –Matemáticas, Ciencias naturales-, de la humanidad –Ciencias humanas-, de la convivencia social –Ciencias sociales-, de la corporeidad –Educación física-, de la belleza –Educación artística-, de la construcción de una buena vida humana –Formación ética-.

Promover la reflexión crítica y autocrítica de los aprendizajes en las distintas asignaturas para encontrar el sentido y la articulación de lo que se aprende con la vida personal y social sería la gran utopía que podría lograrse con una inclusión pertinente de la filosofía en el currículo escolar.

Existen propuestas concretas de inclusión de la reflexión filosófica en el currículo escolar adecuadas a las distintas edades de los estudiantes, más allá de la asignatura de Filosofía que existe en algunos currículos de Bachillerato y que desafortunadamente en muchos casos se imparte como una aburrida y nada significativa clase de Historia de la Filosofía.

El método y los materiales del programa de Filosofía para Niños que desarrolló el filósofo estadounidense Mathew Lipman son un buen ejemplo de estas propuestas muy bien pensadas y ya experimentadas en el ámbito escolar en varios países, con buenos resultados en términos del desarrollo del pensamiento creativo, crítico y ético en los educandos.

El problema de que no sabemos lo que nos pasa tiene que ver en gran medida con lo que dice Estanislao Zuleta: 

“Además del problema de enseñar resultados, sin enseñar los procesos del conocimiento, existe un problema esencial: en la escuela se enseña sin filosofía y ese es el mayor desastre de la educación. Se enseña geografía sin filosofía, biología sin filosofía, historia sin filosofía y filosofía sin filosofía”.

 

*Foto de portada: Imagen de Виктория Бородинова | Pixabay

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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