Lado B
Historias de la UCIR: Damián, María, Juana, Cristobal, Javier...
Carta de un médico en la UCIR en la que narra el proceso de atención y la dificultad que conlleva el COVID para las personas enfermas como para quienes les curan
Por Lado B @ladobemx
28 de julio, 2020
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Doctor X

A ustedes, queridos amigos y amigas de toda la vida:

Desde hace varios años vivo en el norte del país. Mi carrera y la vida me trajeron muy lejos de la familia y del lugar en donde nací, de donde nos conocimos, de aquella secundaria que nos dejó no sólo una retahíla de apodos sino también los nombres de ustedes como familia extendida, y les extraño.

Hace unos días una noticia cimbró al grupo de WhatsApp, ese que tenemos para compartir memes y alguna novedad: uno de nosotros se fue.

Por eso quiero compartirles estas líneas, contarles un poco de la cotidianidad de mis días en los últimos meses y de lo que ha cambiado desde que llegó a México el SARS-CoV-2, y pedirles que se cuiden.

Cuando recibí mi primer cheque por el nuevo trabajo de atención de pacientes graves COVID en la Unidad de Cuidados Intensivos Respiratoria (UCIR) me emocioné. El pago era, al menos, 50% mas de lo que ganaba cuando trabajaba como Jefe de Servicio en el mismo hospital público. Sí, regresé y ahora estoy en la primera línea de atención, ¿no se los había dicho?

Cuando la emoción pasó vino otro sentimiento. ¿Culpa? ¿Desasosiego? Quiero decir: voy a trabajar, estoy atendiendo a los pacientes más graves diagnosticados con COVID en la UCIR, incluso los estoy intubando y conectando a un ventilador, dos de los procedimientos más peligrosos en este momento, pues si por algún error te infectas durante el procedimiento tienes mayor probabilidad de padecer una enfermedad grave, pero pareciera que en realidad logro muy poco.

La última paciente que conecté a un ventilador, y que luego tras 12 días de atención se le pudo retirar el aparato, al final falleció. Su corazón no resistió la enfermedad pues quedó con graves secuelas, y ya no quiso que la volviéramos a conectar al respirador mecánico.

Enterarme de la noticia fue triste, porque antes de conectarla al ventilador pensaba que me tocaría felicitarla por el día de las madres. Que la daría de alta y entonces la felicitaría. ¡Iluso! 

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Don Damián, un paciente que tenía casi tres semanas enfermo pero que se resistía a acudir al hospital porque allá afuera es muy común escuchar que allí sólo vas a morir. Se quejaba de que él no salió y sin embargo se enfermó. Se le olvidó contarme que el Día del Padre dos hijos suyos lo visitaron de otros estados del país, y que además de la alegría de verlos también le llevaron el virus, es muy probable que ahí se produjera el contagio. 

Llegó a la UCIR en un estado muy avanzado y extenso de la enfermedad, y sus antecedentes de obesidad y dos infartos previos, elevaron las probabilidades de un desenlace fatal. 

Finalmente lo convencí de dejarse conectar a un ventilador porque su dificultad respiratoria era extrema, el preámbulo de un paro cardiorrespiratorio inminente. Antes me pidió que llamara a su esposa a quien cariñosamente la llamaba Jovita. Le mencionó, entre frases entrecortadas, que ha decidido que lo conecten al ventilador porque ya no puede respirar. Le pide que cuide a sus hijos y que les diga que los quiere mucho. Su esposa le dice que todo estará bien y que lo esperan en casa. Un par de minutos después lo conecto al ventilador y se queda estable. Le entrego los pendientes a mi compañero y me voy a la casa con el peso del día en los pies. 

Al otro día don Damián se infarta y empeora su ya de por sí grave estado de salud. Y yo sólo pregunto si el festejo no pudo esperar. Me voy otra vez a la casa cansado, frustrado porque se que sus probabilidades de salir vivo de la terapia intensiva, son mínimas. Mientras camino rumbo a mi vehículo me entero que acaba de llegar otra paciente a la UCIR. Y eso me hace olvidarme un rato de don Damián. En esta catástrofe sanitaria no te da tiempo de llorar, ni de reflexionar apenas, no terminas con uno cuando ya están en fila otros pacientes, y hay que enfocarse en atenderles, y en como cuidarte para no ser tú la próxima historia triste.

Es frustrante, como médico, que la gente se te muera, pero lo es más cuando después de pasar lo más difícil (que es retirar la ventilación a un paciente de estas características) y con el riesgo que te implica, de todas formas fallezca. La mortalidad en las Terapias Intensivas que atienden a los pacientes COVID es alta, a veces mayor al 80% y se vuelve aún más alta cuando los hospitales están desbordados, como está pasando en varios estados.

Puebla no está lejos de eso, he leído en las noticias que el gobierno allá ha reconocido en momentos que la ocupación llegó casi al 100%. Y eso es una locura al interior de los hospitales. 

La atención y manejo de un paciente crítico es complejo de por sí, pero cuando llega una persona contagiada de COVID hay un elemento que lo hace todavía más complicado: el factor  miedo. El miedo del equipo, el miedo del paciente y tu propio miedo. 

El saber que no existe hasta la fecha un tratamiento totalmente efectivo cuando se manifiesta la forma más agresiva de la enfermedad. Como médico tienes miedo de contagiarte y con ello llevar a tu casa el virus, a tu familia, a tus hijos, hijas, a tu pareja. Sí, hay mucho miedo entre el personal sanitario, queridos amigos.

A eso súmenle que cada vez que algún paciente fallece el ambiente se vuelve pesado, todo se contagia de desánimo, algunos comienzan a faltar y muchos se preguntan si vale la pena arriesgarse tanto. Ponerte un overol, bata, doble guante, doble bota, gorro, mascarilla con filtro viral y protección ocular es muy incómodo, sobre todo porque te hace más torpe. No puedes estar tocándote la cara ni rascándote porque existe el riesgo de contaminación.

A eso súmenle que sudas mucho, que se te puede empañar tu protección ocular. Y no puedes simplemente quitártelos y limpiarlos, a menos de que salgas del área de atención, te retires todo el equipo de protección, te laves las manos ocho veces mientras te los retiras, los limpies y te vuelvas a vestir. No, tampoco puedes ir al baño mientras estás adentro, porque debes pasar por el mismo largo procedimiento. 

Otra dificultad: los instrumentos y equipos que normalmente usamos en áreas críticas escasean, por que si se descomponen o requieren mantenimiento no es nada más sacarlos y ya, hay que descontaminarlos. Y ahí viene otro eslabón en la cadena, el personal que los limpia y que les da mantenimiento también debe estar protegido. 

Ilustración: Mauricio Carreto

Además se deben tomar ciertas estrategias para usarlos en “Áreas COVID”, por ejemplo, si tienes overol, no es recomendable colocarte un estetoscopio convencional porque existe riesgo de que termine contaminándote la cara. Todo se vuelve lento, más lento, como en cámara a baja velocidad, y difícil. 

Ya les decía, hasta el momento no existe un tratamiento efectivo, las pruebas siguen, y todos los días cambian los protocolos de atención. Lo que hace un par de semanas se consideraba el estándar para la atención, como la famosa hidroxicloroquina, hoy ya no se recomienda porque existe evidencia de que hace más daño que bien. 

Ahora se habla del Remdesivir como lo más prometedor para la atención COVID, un antiviral que se diseñó para curar el mortal ébola, pero tampoco es tan espectacular la mejora, y no se diga lo caro que resulta. Se dice que valdría en México alrededor de $25,000.00 el tratamiento completo y no hay garantía de que funcione. 

Ilustración: Mauricio Carreto

Hay mucha especulación e incluso terapias “prometedoras”, pero eso son, sólo prometedoras ante una pandemia que todos los días cobra vidas. No hay, todavía, certeza de que funcionen. Curioso, no les parece, que las armas mas efectivas para enfrentar esta nueva pandemia son en realidad muy sencillas: aislamiento social, sana distancia y lavado de manos, medidas de prevención a la salud. Un virus tan invasivo y replicable que ha puesto de cabeza al mundo, con pausas intermitentes en los países, no aguanta la simpleza del jabón y el agua.

El pequeño problema es que mucha gente no cree que de verdad exista la enfermedad, que es un invento, dicen, y no sigue ninguna recomendación; otros más que aceptan su existencia creen que no se enfermarán porque son jóvenes y no tienen alguna enfermedad crónica que se asocia con el desarrollo de enfermedad grave. 

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Se dice que es en las crisis cuando vemos realmente de que estamos hechos, y a esta crisis sanitaria los nacionalismos, las ambiciones, la ignorancia, la ambición y la falta de solidaridad la han profundizado.

Creo que esta pandemia muestra, queridos amigos, que la contención de la pandemia es responsabilidad de todos y todas en conjunto. No puede ser una batalla aislada, y ya saben, una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.

Europa, que se vio sorprendido por la pandemia, con graves consecuencias, aunque al final pudo restablecerse y está gestionando mejor la crisis, con todo y sus excepciones. Latinoamérica no afrontó la crisis de manera conjunta y hoy es la región más afectada. 

Y mientras estoy aquí, escribiendo y reflexionando por este momento histórico que nos tocó vivir, la primera pandemia que viven varias generaciones, sigo sintiéndome abrumado porque hasta la fecha son poco los que han salido vivos de la UCIR del hospital en el que trabajo. 

La semana pasada me enteré de que 3 pacientes de la UCIR fueron dados de alta a piso de Medicina Interna. Por desgracia, Don Cristobal fallece solo 24 horas después de haber salido. Otras dos pacientes, la señora María y la señora Juana se van a sus casas unos días después.

Me siento más animado de ver que más pacientes sobreviven, sin embargo siguen llegando pacientes enfermos y graves. 

Y me pregunto si vale la pena tanto esfuerzo y riesgo. Los pacientes son más y más, y pareciera que la sociedad ha optado por ignorar la enfermedad como una forma de evadir la realidad. Salgo cansado y frustrado de la UCIR. 

Queridos amigos y amigas, por favor cuídense, mucha distancia cuando sea posible, lávense las manos con mucha frecuencia, que tenemos que vernos el próximo verano. Cuando, espero, todo esto haya pasado.

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*Ilustración de portada: Mauricio Carreto

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